SUSURROS

Tierra seca

El desaliento es el pincel del panorama. La tierra reseca bramó adolorida por la ira de Seth. Como escarcha el polvo fino se levantó en un último aliento. Las aves marcan el cielo con su vuelo, emigran lejos del martirio. Al Noroeste de la isla, las voces se callan mientras el ganado muerto yace en la carretera. Las gargantas secas en el campo anuncian una sequía larga, mientras el cielo esconde sus lágrimas. El carruaje de la hambruna se extiende donde el vientre de Quisqueya pare el alimento de media nación. Se seca la hierba, escasa el agua, se duermen los árboles en un pardo color; pero el tema de agenda en la urbe no es el dolor de mi gente. Somos campesinos. El agua en la presa desciende y la pestilencia corre por las tuberías de cada hogar. Se enferman los niños. Enmudece el clamor. Sigo escribiendo estas líneas al ritmo de una suave llovizna que huele a esperanza. Miles de reses caídas al desconsuelo de los que no pueden con el peso. Seis meses esperando la lluvia. El silencio me responde dando la espalda. “Cuando abunden los mangos, vendrá la miseria” decía la abuela. Las matas preñadas son el maná del pobre y la estampa perfecta para recordar sus palabras. ¿Dónde está el refugio? Los ríos han escondido la corriente de sus aguas; pero el depredador continúa pelando la loma. Los troncos como cadáveres gigantescos son cargados en camiones que desaparecen en la oscuridad. Las puertas se cierran, incluso, las que fueron talladas con nuestra madera. El canto del campesino es ahora lamento profundo. Los escándalos faranduleros tiñen los medios y el único “Agosto” que conocemos, es el verano que se aproxima soplando sus penurias al Norte. Se abre el suelo, las ramas se secan. No llega el auxilio. El olvido de esta línea donde brota el “oro verde” llenará de óxido las alacenas de los ricos. Se extenderá la desgracia. “Miren que vienen tiempos difíciles. Cuando el río se seca en el campo y mueren las bestias, la ciudad se quiebra” Dijo don Vicente en Santiago Rodríguez, ganadero de 80 años con la frente arrugada de sabiduría. “El machete no tendrá que cortar. No habrá burros para cargar. La leche costará lo que vale el oro”. Termina diciendo con voz desconsolada; aunque sus proféticas palabras son solo la burla de los sordos. Aunque los corazones blindados de los que no responden sigan inmóviles, los brazos se alzarán. Será tan fuerte el grito que se mojará la tierra con las trompetas del trueno ensordecedor rasgando los cielos sellados por la sequía.

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