El Estado, un mal guardián de lo público (y de lo privado también)
No es noticia nueva: el Estado ha sido un pésimo vigilante de sus propios bienes.
Basta recorrer cualquier ciudad para toparse con edificios públicos rajados, techos a punto de venirse abajo y estructuras que claman mantenimiento.
El descuido salta a la vista y lo peor es que, aunque existen normas para evitarlo, la supervisión brilla por su ausencia.
Pero si de por sí el sector público está en abandono, el privado está peor.
La tragedia del Jet Set Club lo ha dejado claro. No es el primer caso —ya hemos visto colapsos por grietas, malas construcciones o simples negligencias—, pero ojalá sea el último que nos obligue a mirar esta realidad con los ojos bien abiertos.
Hasta el presidente Luis Abinader lo ha admitido. En su espacio “La Semanal” reconoció que hay “vacíos legales” que dejan sin supervisión obligatoria a las construcciones privadas.
Pero llamemos las cosas por su nombre: no son solo "vacíos", son años de omisiones, desidia y permisividad.
Ya es hora de corregir esto. No basta con crear una nueva entidad o sacar leyes bonitas. Hay que exigir que se cumplan, con fiscalización rigurosa y sin excusas.
El Estado debe dejar de ser el guardián que se duerme en su puesto. Porque cuando falla, las consecuencias las pagan ciudadanos que solo salieron a bailar, a trabajar o a vivir.
¡Basta de tragedias anunciadas!