La estructura dramática en los discursos del cine y las artes

La primera lección formal de Dramática usada como preceptiva la contienen los textos de Aristóteles (n.384-†322) que integran su “Poética”, porque su predecesor Platón (n.427-†347) era enemigo acérrimo de las artes, al menos de su desde entonces pretendida utilidad para educar y producir conocimiento.

Asceta radical, este pensador nucleó alrededor suyo lo que denominaríamos un partido “político” que postulaba la supremacía de la Filosofía sobre cualquier otra disciplina del saber y, por tanto, propugnaba porque el gobierno del Estado fuera conducido desde las afirmaciones de la racionalidad ética y realista posible de articular en aquel tiempo desde las epistemes.

No sólo contribuyó al desarrollo de la mayéutica, un procedimiento lógico y meditante, tendente a alcanzar la verdad mediante el diálogo razonado y debatido sobre un supuesto, generalmente consistente en un paradigma, falso o verdadero, sometido al escrutinio del razonamiento.

Los supuestos aristotélicos sobre la dramática y los de Platón sobre las artes consisten, sin embargo, en sistematizaciones de la larga tradición escritural griega; resultan de la larga evolución de la tragedia, cuyos inicios remontan a las obras desconocidas de Tespis (550-500 a. d C.) y a las legadas por Esquilo (525-456 a. d C.). Es decir, casi dos siglos antes de que Aristóteles escribiera en torno a ella y un siglo y medio antes de que Platón propusiera expulsar a los artistas de la cuidad ideal gobernada por los sabios y el conocimiento.

Deseamos resaltar ese algo que resulta sorprendente: en esencia, de entonces a hoy la estructura de los discursos dramáticos han evolucionado o cambiado poco. Incluso en lo concerniente a la redondez de los caracteres trágicos: dignidades o dignatarios con defectos y cambiantes, similares a sus dioses.

Los elementos y características que articulan y posibilitan este tipo de discurso narrativo han sido tan incorruptibles ante los efectos del tiempo que motivan a pensar sobre la permanencia de una tipología común de razonamiento, discernimiento y sensibilidad humanos. Sólo algo nacido del entorno neural común al Ser puede posibilitar que esto, especialmente propio de una disciplina como la representación dramática, se sostenga invariante durante la Historia humana, experimentando cambios formales irrelevantes, poco modificantes.

El único autor de la Historia de la dramaturgia que amenazó ese modo neural sensitivo permanente para transformarlo en otro neural densamente gnoseológico fue Bertold Brecht (Alemania, n.1898-†1956) aunque, observemos, lo hizo parcialmente: para “romper” los clímax emocionales e imbuirles racionalidad festiva y heroica.

Tal tema viene a cuento porque mirando y mirando nuestro cine y el que alrededor nuestro se realiza, desde condiciones de industrias cinematográficas párvulas y emergentes, lo relativo a la estructura dramática revise importancia capital: su manejo diestro es persistente exigencia pues garantiza resultados excelentes en la organización y exposición de las historias que el cine, con sus maravillosas destrezas, desarrolla y presenta.

Aunque las unidades de acción, lugar y tiempo parecen haber sido superadas o, al menos, extendidas, notemos que en realidad no es así: toda narrativa dramática —cuentística, novelesca, cinematográfica, poética, política o de otra índole— versa sobre alguien, interactuando en una circunstancia y lugar durante un tiempo.

Es lo que permanece: invariante, relevante.

(Continuará)

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