Los Trinitarios en el exilio
Hamburgo, octubre de 1844
En Hamburgo hubieron de vivir exiliados Duarte y los Trinitarios en octubre de 1844. Allí, al igual que en la ciudad de Fráncfort, el frío aguijón octobrino caló los huesos de los Trinitarios ese mismo año. El escorpión del otoño, adelantando el invierno, agrietó la salud de Duarte y precarizó aún más la vida errante de quienes habían forjado la libertad de la República Dominicana con su sangre.
Años antes, el 16 de julio de 1838, nueve jóvenes dominicanos —Juan Pablo Duarte, Juan Alejandro Acosta, Juan Isidro Pérez, Vicente Celestino Duarte, Felipe Alfau y otros valientes — habían fundado La Trinitaria, el primer partido independentista de nuestra historia. Bajo el lema “Dios, Patria y Libertad”. Guiados por el liderazgo visionario de Duarte, decidieron construir una nación libre y soberana: la República Dominicana.
Lograron su cometido el 27 de febrero de 1844, tras años de riesgos y persecución por parte del gobierno haitiano dirigido por Jean-Pierre Boyer, que desde 1822 había ocupado toda la isla con la intención de unificarla.
Pero la independencia no fue unánimemente respaldada. Además de los Trinitarios, había otros grupos: unos que se oponían frontalmente al ideal independentista, y otros que, aunque proclamaban apoyar la separación de Haití, buscaban entregarnos a un nuevo amo, proponiendo protectorados con España, Francia, Inglaterra o los Estados Unidos.
Los Trinitarios luchaban por una independencia pura y simple, sin tutelajes ni amos extranjeros. No obstante, les faltaban dos elementos cruciales: recursos económicos y vínculos sólidos con los sectores de poder. Por esa razón se vieron forzados a aliarse, temporalmente, con los llamados “afrancesados”, quienes defendían el protectorado europeo.
Tras la victoria del 27 de febrero, los afrancesados se adueñaron del poder a través de un órgano colegiado: la Junta Central Gubernativa. En cuestión de meses, esta misma Junta acusó a Duarte y sus compañeros de traición a la patria, por su firme oposición al protectorazgo y las adelantadas intenciones de posteriormente ceder la Bahía y península de Samaná. En clara y opuesta respuesta, el Primer Patricio, al rechazar la presidencia que sus muchos seguidores le reclamaban él asumiera, propuso en cambio a Francisco del Rosario Sánchez para asumirla. Los miembros de la Junta, casi en su totalidad abanderados de ligar la naciente república a alguna potencia de ultramar, vieron en Duarte y los Trinitarios un riesgo para sus planes, decidiendo expulsarlos del gobierno, declararlos traidores y deportarlos de la nación en la que ellos mismos habían encendido la llama de libertad, sellada con sangre y solemne juramento aquella noche de julio en la casa de doña Conchita Pérez.
El 10 de septiembre de 1844, fueron así, arrojados al exilio, los auténticos fundadores de la Patria. El 26 de octubre de ese año, llegaron a Hamburgo, sin abrigo, sin alimento, sin recursos.
Fueron recibidos por marineros alemanes, cuyas casas humildes ofrecieron calor, gentileza y compasión a estos derrotados errantes.
Tenemos, como dominicanos, una deuda impagable de gratitud con Hamburgo. Fue esa ciudad, ajena y lejana, pero solidaria, la que albergó a Duarte y sus compañeros, cuando la ingratitud nacional les dio la espalda, víctimas de los solapados xenófilos, que componían el gobierno provisional de entonces y de poderosos intereses, que nunca creyeron en una independencia verdadera, “libre de toda potencia extranjera”.
Desde Hamburgo, hoy elevo mi cálida felicitación a la Cámara de Comercio Domínico-Alemana, por celebrar exitosamente—por segunda vez— la Semana Dominico-Alemana en las ciudades de Múnich y esta entrañable ciudad, que diera cobijo y auxilio a nuestros próceres. Gracias también deseamos dar a nuestra embajadora Jocelyn Pujols, por caminar con dignidad y orgullo representando nuestro soberano país, sobre la misma tierra que una vez pisaron, con frío y hambre, los padres de la patria en octubre de 1844.