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Los retos de la docencia virtual

La educación dominicana enfrenta sin dudas su mayor desafío de la historia debido a los cambios que ha impuesto la pandemia del nuevo coronavirus Covid-19.

Escuchar a profesores y estudiantes universitarios exponer las ansiedades y angustias que les genera la docencia virtual es la señal más elocuente de que el sistema requiere una atención urgente que garantice su eficacia, mientras dure la emergencia sanitaria y económica que abate a la humanidad.

Para los estudiantes, especialmente de recursos limitados, su principal preocupación radica en que no cuentan con un servicio de internet adecuado, las deficiencias del servicio de electricidad y la reducción de sus ingresos, debido a que muchos de ellos o sus padres han quedado sin empleos por los efectos del Covid.

La mayoría no cuenta ni siquiera con un celular decente, carecen de un inversor que supla la energía cuando falla la que llega por las redes eléctricas y en la mayoría de los casos para lograr la conectividad tienen que apelar al llamado “paquetito de datos” que resulta insuficiente para tantas horas de docencia.

Los profesores, aunque envueltos en una situación menos dramática que los estudiantes, también han tenido que apelar a sus propios recursos para adquirir los equipos electrónicos que les permitan impartir las clases a distancia, algo que debió recaer en las universidades a las que brindan sus servicios por salarios miserables, en un sinigual ejemplo de vocación.

El gobierno del presidente Luis Abinader anunció el pasado 28 de septiembre la implementación del bono “Estudio contigo” de RD$1,500 mensual para reintegrar a las aulas universitarias a los estudiantes que no pudieron matricularse debido a los efectos económicos de la pandemia. Pero no basta con lograr la reinserción de esos estudiantes al sistema universitario, si no se crean las condiciones para superar las trabas que han convertido las clases virtuales en un verdadero drama personal y familiar, tal y como lo ha reconocido el propio jefe de Estado.

En la búsqueda de soluciones tampoco podemos dejar abandonados a su suerte a los profesores que en condiciones mucho más adversas que las que han enfrentado históricamente, se mantienen firmes en el sagrado deber de transmitir conocimientos por pura vocación. Si todos esos trastornos que exponen estudiantes y docentes ocurren en las universidades, donde se espera un mayor nivel de eficiencia, todo apunta a que no será nada halagüeña la experiencia que vivirá el país cuando el próximo 2 de noviembre se abran las clases bajo igual modalidad en colegios y escuelas públicas.

Hay que atacar con urgencia esas deficiencias que limitan la docencia a distancia en las universidades y adelantarse al caos que podría prevalecer en la educación inicial y media a partir del mes próximo.

La oportunidad que nos brinda el auge de las tecnologías para mantener vivo un sector tan importante para el desarrollo de los pueblos, no puede convertirse en un elemento de frustración para sus dos principales protagonistas.

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