Prologo a la Segunda Edición de Adivinanzas Dominicanas

Prologo a la Segunda Edición de Adivinanzas Dominicanas

Prologo a la Segunda Edición de Adivinanzas Dominicanas

Cuando hace más de medio siglo Manuel Rueda (Monte Cristi, 1921 / Santo Domingo, 1999) publicó su voluminoso libro Adivinanzas dominicanas (1970), no había cumplido aún los cincuenta años de edad y se encontraba en la cumbre de su carrera de artista y escritor, con aclamadas presentaciones como pianista en el Palacio de Bellas Artes y otros escenarios, donde interpretara algunas de las obras que lo convirtieron en la primera figura de su generación, al mismo tiempo que seguía adelante con su labor de poeta y dramaturgo eminente, maestro de la nueva promoción de músicos del país, y personalidad tutelar de nuestro ambiente cultural, tanto de artistas y escritores establecidos como de talentos en agraz.

El libro de las adivinanzas sería el primer y único proyecto llevado a cabo como director del Instituto de Investigaciones Folklóricas de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU), creado en diciembre de 1966, donde, convertido en antropólogo investigador y cronista trashumante, realizaría, acompañado de unos cuantos ayudantes y un rudimentario equipo fotográfico y de grabación, una ingente búsqueda de materiales literarios en campos y ciudades, entrevistando a centenares de hombres y mujeres de todas las edades, muchos de ellos analfabetos, que dejaron su testimonio para una obra que ha sido considerada a unanimidad como la más amplia en su género en América Latina, enriqueciendo las tareas de recolección de datos de sus predecesoras en la materia, las folkloristas Flérida de Nolasco (1891-1976), autora de La poesía folklórica en Santo Domingo (1946), y Edna Garrido de Boggs (1913-2010), con sus Versiones dominicanas de romances españoles (1946), y Folklore infantil de Santo Domingo (1955). Las aspiraciones de Rueda no se limitaban al género de las adi-vinanzas, pues en el prólogo de este libro anunciaba que, como parte de la «Colección de Folklore Dominicano» del Instituto de Investigaciones Folklóricas de la UNPHU, tenía, ya listos para la imprenta, dos tomos dedicados al cuento criollo o de camino, uno a la salve, y otros en vías de terminación consagrados a la poesía, los juegos, trabalenguas y jerigonzas, y los bailes, instrumentos, costumbres y tradiciones.

Por desgracia, ninguno de estos proyectos llegó a materializarse, y luego del cierre del instituto, el artista y escritor, transformado en sabueso de lo popular, posiblemente perdiera la motivación para continuar por su cuenta el enorme trabajo de transcripción de las cintas magnetofónicas que contenían los testimonios obtenidos, desapareciendo tras su muerte todo rastro de sus pesquisas, de lo que se lamenta con acritud Andrés Manuel Martín Durán en su memoria para optar al grado de doctor en la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid, con su trabajo Pervivencia y renovación del romancero de tradición oral moderna en Cuba y República Dominicana (2014).

Prologo a la Segunda Edición de Adivinanzas Dominicanas

Prologo a la Segunda Edición de Adivinanzas Dominicanas

El mismo año en que fue publicado el libro de las adivinanzas, Rueda pronunció su discurso de ingreso como miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua, con el título de Conocimiento y poesía en el folklore, publicado en 1971 por el instituto de la UNPHU. En ese apretado texto podemos encontrar los fundamentos teóricos que sustentaban las ideas y prácticas folkklóricas del autor. Conocía bien los trabajos de Ambrose Merton, seudónimo del británico William John Thoms (1803-1885), inventor del término «folklore» o ciencia del saber popular, y de James George Frazer (1854-1941), autor de La rama dorada (1890), libro indispensable en el que analiza las conexiones entre las creencias mágicas y las religiones, y que serviría de base a numerosas investigaciones antropológicas posteriores. Además de estos antecedentes, Rueda se refiere brevemente al aporte de Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) sobre el tema en su Obra crítica, señalando con cautela sus limitaciones, y la contribución de Ramón Menéndez y Pidal (1869-1968) en sus estudios sobre la poesía juglaresca y el romancero. Para nuestro autor, «el pueblo es dinámico y como tal se expresa por medio de fórmulas cambiantes y únicas»; «el arte para el pueblo es conocimiento»; «cada conocimiento, a su vez, necesita del arte para ser transmitido»; «desde el ensalmo hasta la adivinanza, pasando por el cuento, la poesía, la música y la danza, los juegos y proverbios, etc., nos encontramos rodeados por una constelación de valores que abarca por igual al arte y al conocimiento y cuya verdadera razón de ser está en la iluminación paulatina que se realiza en la conciencia de los pueblos». En suma, para el artista y escritor, «poesía es, ante todo, conocimiento».

Es esa conexión entre el arte del pueblo y su oficio de poeta la que explica el amor de Rueda por el pasado, porque, como escribió, «quien no ame su pasado no hallará caminos abiertos hacia el futuro»; o su ostensible inclinación por las expresiones populares que se filtran en su poesía de continuo, como podemos comprobar en su obra laureada Las edades del viento. Poesía inédita 1947-1979 (1979), donde reunió tres «retajilas» que revelan su destreza para transformar la inmensa memoria del pueblo y la tradición oral en auténticas expresiones llenas de gracia y humor o, por el contrario, de fatales vaticinios. En la «Retajila del cuchillo» dice: «Cuchillo buscó brillo / fue al sol / buscó frío / fue al agua / buscó filo / fue a la piedra / buscó giro / fue al brazo / buscó destino / fue al pecho. // Cuchillo encontró el grito». Esta pasión por desentrañar los entresijos de la cultura popular, lo llevó a escribir su hermoso ensayo «Cinco temas sobre el hombre dominicano», incluido en el libro De tierra morena vengo (1987), escrito en colaboración con el poeta y crítico Ramón Francisco (1929-2004), el pintor Ramón Oviedo (1924-2015) y el fotógrafo Wifredo García

(1935-1988), que luego incluiría en su libro de ensayos Imágenes del dominicano (1998), al que añadió «El dominicano visto a través del folklore literario», completando así su visión de la cultura popular a través de las adivinanzas, el refranero, la poesía popular, los trabalenguas, ensalmos, resguardos y oraciones. Nuestro artista investigador anduvo durante meses por los campos de la república, absorbido en su misión de rescatar las tradiciones ancestrales y costumbres en proceso de extinción debido, las transformaciones de una cultura en tránsito hacia la modernidad. Registró, con amor y no sin asombro, los componentes de a saber centenario, transmitido de generación en generación por vía oral, a través de voces de gente por lo general olvidada en esos lejanos reductos. «Son muchas las aventuras, tropiezos, alegrías desilusiones, que nos han sobrevenido recorriendo nuestro des conocido y hermoso país», confiesa con emoción el autor, como balance de una experiencia que ya no se volvería a repetir. Así, desfilan ante nosotros los nombres de pueblos visitados y redescubiertos con una nueva mirada: Cañafistol, Bayaguana, Otra-Banda, Miches, Monte Cristi, Juan Gómez, y muchos más de todos los puntos cardinales del país, donde la gente se agolpaba en torno al buscador de repentistas iluminadores que quedarian inmortalizados en las páginas de una obra ejemplar que superó con creces los valiosos esfuerzos de Manuel José Andrade, autor de Folklore de la República Dominicana (1948), y Edna Garrido de Boggs en la obra ya citada de 1955. De las adivinanzas publicadas por Rueda, él mismo señala con orgullo que del total, 1,238 deben serle acreditadas, y que «por primera vez se integran al conocimiento y divulgación de nuestro folklore». El volumen de Adivinanzas dominicanas está profusamente comentado por su autor con observaciones y notas al pie de página, que considero un aspecto fundamental, con interpretaciones lingúísticas, referencias puntuales sobre términos empleados y curiosidades, entre otros aciertos del autor.

El libro concluye con un apéndice comparativo entre las adivinanzas de los autores citados y las recogidas por Rueda, un índice de nombres de la botánica y la zoología contenidos en las adivinanzas, y otro de 1,571 informantes, con sus nombres, edades, cédulas de identidad y lugar de residencia, para un total de sesenta páginas que evidencian el rigor de la investigación y la meticulosidad del registro.

Constituye un auténtico placer recorrer las páginas de este libro de Adivinanzas dominicanas, donde encontraremos cientos de expresiones de lo más arraigado de nuestras costumbres y hábitos rurales. Es un libro lleno de sabiduría popular y chispeantes propuestas, muchas veces llenas de agudezas, ocurrencias y sorpresas, y otras de misterio o delirante picardía; un libro, en definitiva, para disfrutar, reflexionar y aprender.

Esta segunda edición de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos viene no solo a enaltecer su catálogo editorial con la inclusión de una obra de extraordinaria riqueza y valor lingüístico, sino también a rescatar del olvido un trabajo que, por esos avatares de nuestra trayectoria cultural, no tuvo la continuación que merecía, y que su autor, una de las mentes preclaras del país, no pudo completar con las obras anunciadas con júbilo por él mismo, en un momento de plenitud que ahora parece lejano y perdido en el tiempo.

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