sin paños tibios
“Ponga su celular aquí”
Acaso porque “el diablo está en los detalles”, hay que fijarse en ellos; a veces, pequeños gestos, conductas, acciones, dicen más que cualquier discurso. El gesto del celular no es menor, y, visto como un hecho puntual o circunstancial podría entenderse, pero, cuando es sistemático y generalizado, revela un patrón que dice muchas cosas.
El abaratamiento y masificación del celular supuso su incorporación plena y total a nuestras vidas; luego las redes sociales lo convirtieron en plataforma para proyectar la anhelada ubicuidad que envidiamos a los dioses.
Al ser un dispositivo cuya arquitectura de seguridad puede ser vulnerada, sirve también para revelar nuestra ubicación, espiar conversaciones o transacciones, servir de puente a una intervención a distancia que le convierta en receptor de cualquier conversación hecha en torno a su perímetro de incidencia, etc. Eso explicaría limitar su presencia en un entorno presidencial –o de alto nivel–, pero nada explica o justifica esta cultura del “celular afuera” que vivimos actualmente.
Desde el presidente de la república hasta el alcalde pedáneo de Guayajayuco, la mayoría de los funcionarios del Estado dominicano han asumido como práctica y norma la molesta e irrespetuosa costumbre de obligar a los participantes de reuniones bilaterales o grupales a dejar sus celulares fuera, como “medida de precaución”.
¿A qué?, ¿a quién? Las interpretaciones son varias y todas son terribles. En primer lugar, constituye la aceptación tácita de que vivimos en una especie de Estado policial no declarado, sólo que el ejercicio de la labor de espionaje es desplegado por extraños al propio Estado; al punto que todo el mundo –desde el presidente hacia abajo– tiene miedo de ser grabado.
O es eso, o sería admitir un nivel de desconfianza y presunción de deslealtad tan grande, donde nadie confía en nadie; al punto que se tiene miedo de ser grabado por algún participante de la reunión, o que su teléfono comprometa la integridad de la misma. Eso sin obviar que en la mayoría de las reuniones se tratan temas que no coliden con las leyes y que son totalmente inocuos. Entonces, ¿cuál es el miedo?, ¿qué se va a hablar en privado que no se pueda decir en público?
Dejar el celular afuera da estatus a la reunión, caché y prestancia al convocante; y todos los invitados sienten que participan en algo importante y exclusivo –aunque sea intrascendente– porque con los celulares fuera, adquiere categoría de Estado. Esta práctica pública ha sido replicada en el sector privado y todo el mundo la ha asumido… porque sentirse potencialmente grabado es también un masaje al ego y la reafirmación de una importancia inexistente.
Y así, normalizando el espionaje, lentamente vamos perdiendo nuestra libertad.