100 años de soledad: del libro a la TV: ¡qué fiasco!
Resulta difícil entender por qué un guionista y un director de cine dicen que su obra se basa en un libro, en este caso en el emblemático “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez, para terminar modelando un conjunto de situaciones e imágenes incapaces de dar cuenta de las virtudes ostensibles y principales del texto de origen; en algunas ocasiones resultando deficientes y reñidas.
Como si alguien se dijera traductor y de lo que expresa un emisor, en su idioma, tradujera algo diferente, en muchos casos divorciado del significado e intención del referente.
No sé si es que a veces los productos derivativos desean preponderar sobre las fuentes de las que emanan, o si es cuestión de ego artístico o de cualquier otra cosa… ¡Qué va uno a saber!
Lo cierto es que quienes han ido entusiasmados a la plataforma de Netflix, deseando conocer la extraordinaria historia de Macondo y de la familia Buendía que lo funda, han resultado, en muchos aspectos de esa adaptada realización, completamente frustradodos o, al menos, “desinformados”.
Con actuaciones de calidad, una buena fotografía, el entorno y ambiente realistas que como espacio acoge a los personajes y situaciones de esta historia real e imaginaria, la “puesta” fílmica terminó matando lo que hace de “Cien años de soledad” un texto referencial del realismo mágico, al matarle exactamente la magia a la realidad y la realidad a la fantasía en sus escogidos acontecimientos.
El peor desacierto de esta serie está en la pequeñez que otorga a ese personaje tremendo y extraordinario: Melquíades. Gabriel García Márquez lo modela como un híbrido entre arcano y ciencias; entre hombre y numen. Porque Melquíades es, en esa novela, la personificación de un proceso ocurrido en América Latina desde finales del siglo XVIII y planteado en nuestra incipiente sociología política como lucha entre la civilización y la barbarie. De cierto modo “Cien años de soledad” es la historia de ese tránsito continental desde el interior selvático e indiano hasta las costas luminosas y marinas de la organización política y la apertura al exterior que protagoniza la pareja Buendía al recorrer un largo camino de vicisitudes durante el cual dan origen a su familia y a la comunidad que dirigen. Metáfora del periplo recorrido por los fundadores de las sociedades políticas de la América Latina.
Por eso Cien años de soledad es más que un documento estético o artístico: es una historia social. La incomprensión de esa poética sociológico-política propia al texto impidió al guionista y al director dimensionar las actuaciones, situaciones, espacios y utilerías a las orillas de la fascinación que el encuentro de la verdad desde las oscuridades de la ignorancia produce. Es de lo que carece la serie de NetFlix: la capacidad de esa confrontación qué, en consecuencia, produce ese destello de luz que se expresa en el asombro del lector.
No hay, por tanto, fascinación ni maravilla ante realismo tan robusto y carente de alucinada evocación. Estos director y guionista fueron incapaces hasta de dotar de misterio la presencia del hielo que Aureliano Buendía conoció de niño. ¿Cómo Melquíades logró producir hielo allí, en medio de la selva? ¿Cómo sonó la armadura desenterrada cuando José Arcadio Buendía buscaba, con los imanes, oro? ¿Por qué un imán si eran dos, por qué tanto moralismo fotográfico ante los estremecimientos tectónicos de los orgasmos de Rebeca…? Bastaban unas pinceladas para aposentar lo irreal en las cotidianidades y la cotidianidad en la irrealidad.
Mas de eso, ¡nada!
Esta serie de NetFlix ignora —o no tomó en cuenta— que desde el 1938, diez y nueve años antes de que García Márquez escribiera la novela y once después de su nacimiento, una especie de prohombre, autoconstruido desde la palabra y la utopía, llamado André Bretón, pisó tierras latinoamericanas y proclamó que México era el surrealismo; que era encarnación de lo maravilloso que él propugnaba como fuente nutricia de un escribir y crear nuevos, nacido de la ruptura con los determinismos y las casuísticas de la logicidad racionalista.
Aunque poco ha sido dicho, en el imaginario que con “Cien años de soledad” enriqueció García Márquez, el autor llevó al éxtasis —aunque no al paroxismo— esa frase y concepto sobre lo latinoamericano. La idea de un mundo fascinado, extraordinario y mágico fue abocetada como identidad estética de Nuestra América por el Francés, lo que adoptaron otros extranjeros establecidos en México desde los cuarenta, como Remedios Varo, Leonora Carrigton, Alicia Rahon y Kati Horna, porque muchos intelectuales han olvidado ese tiempo de ebullición y condensación cuando los intelectuales y los artistas regionales andaban de la mano, formando unitarios cenáculos y cofradías.
De tal modo, toda operación con ese texto, todo intento de transliterarlo, traducirlo, explicarlo o concebirlo no puede extrañarse de ese lago socio estético denominado realismo mágico o, si se quiere, surrealismo o realismo fantástico. En cualquiera de sus vertientes y acepciones, la fantasía resulta del choque entre lo pensado, soñado y lo real, por una parte; y, por la otra, desde la convivencia del absurdo y la lógica, planteadas con apenas diez y ocho años de diferencia, desde “Facundo o Civilización y barbarie en las pampas argentinas” por Domingo Faustino Sarmiento, de quien García Márquez adopta —aunque tampoco ha sido dicho— esa ansía suya por comprender y acceder al desarrollo entendido como realidad importada. Un anhelo de la burguesía local que este autor encarnó en José Arcadio Buendía, arquetipo extraordinario que, para quienes habían vivido bajo la enfermedad del sueño, era, a todas luces, enfermizo iluso cuando, por el contrario y a la luz de la fe en el saber sin obstáculos de Melquiades, era el ímpetu del razonamiento y la inventiva de una modernidad imbricándose, desde la soledad de un hombre visionario y proactivo, en la historia regional.
Es penosa falencia de esta serie su incapacidad para dimensionar hasta las cúspides de la imaginación las estaturas heroicas y ridículas de los arquetipo. Uno de sus mejores recursos a favor de una literatura-arte que también es divertimento.
Quizás se trate de una obra de tan digna magnitud y significación para las artes regionales que nunca se podrá aceptar que algo pretenda sustituir este libro y menos arrasándole esa piel, esos músculos y nervaduras que la hacen tan valiosa y esencial.
Estoy casi seguro que García Márquez, que tonto no era, rechazó los millones de dólares que le ofreció Hollywood por los derechos del libro porque no quería ver que asesinaran su obra, como ahora, con esta producción, ha hecho NetFlix para coronarse como cómplice de asesinato de las artes.