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Secularización, cristianismo y liturgia

La secularización es un fenómeno complejo, de larga duración histórica, que ha alterado sustancialmente el modo de la Iglesia presentarse en el mundo y su manera de relacionarse con la sociedad. Hace, aproximadamente, cinco décadas que este fenómeno alcanzó su clímax. El laicismo persigue, entre otras cosas, la desaparición de lo religioso para dar paso a la desacralización; busca básicamente la muerte de lo sagrado, pero no la muerte de la religión para atiborrarla de contenido laicista. La secularización es una de las características de la modernidad y se presenta como aquello que está fuera de toda religión.

Sin lugar a dudas, el secularismo ha hecho metástasis en todas las instancias sociales y religiosas, constriñendo a la Iglesia a dejar de ser el centro de unidad, de coherencia y de armonía para la vida de los individuos y de la colectividad. Al desplazar o eliminar el referente religioso como centro de unificación y de sentido, da paso al mundo objetivo: estructurado por las leyes naturales; el mundo subjetivo: el de la propia conciencia y psicología; y, el mundo social: el de la articulación de la convivencia colectiva. Cada una de estas realidades exhibe sus propias normas y valores, constituyéndose, entonces, para la Iglesia en un gran reto educativo y pastoral. En tales circunstancias, la Iglesia asume su rol de acompañante y de madre, conduciendo a sus hijos, los creyentes, a ubicarse en un mundo que exige su autonomía, su legalidad, su libertad y su pluralismo. Por supuesto, el cristiano tiene que organizarse para no caer en una especie de esquizofrenia amarga o de un relativismo cínico. Y, de hecho, no pocos fieles han sido víctimas de este torbellino implacable.

Ciertamente, la Iglesia ha ofrecido una respuesta contundente desde la liturgia; específicamente desde la Constitución dogmática sobre la sagrada liturgia, cuando dice en el numeral 10: “la Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza”. Se decide preservar los actos sagrados de la liturgia cristiana de los falsos sagrados promovidos por la secularización, generando la desacralización de todo, sobre todo, de: los objetos (“hiciste todas las cosas con sabiduría y amor. A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado”), los lugares (tabernáculo, tienda de la alianza, templo, altar), el tiempo (la salvación se actúa en el tiempo, el año litúrgico gira en torno a la pascua anual y semanal, los tiempos litúrgicos, la Semana santa), y las personas (la persona consagrada, el pueblo “un reino de sacerdotes para su Dios”, la consagración de vírgenes, la profesión religiosa).

El reto consiste en superar toda contraposición entre secular y religioso, entre sacro y profano, ya que todo cuanto existe mantienen su unidad en Cristo Jesús.

Preservemos el tiempo de Cuaresma y de Semana santa de la desacralización a la que arrastra la secularización. ¡Feliz Pascua de Resurrección!