OTEANDO

Asesinatos por encargo

En los últimos días se muestran -recurrentes- los asesinatos de personas, por encargo, a todo lo largo y ancho del país. Es una modalidad de “trabajo” aparentemente indetenible en nuestro medio, producto de una diversidad de factores, entre los que cabría citar: los niveles de pobreza, de exclusión y, en sentido general, de desamparo que comportan grandes mayorías, ante la mirada aparentemente indiferente de casi todos, ya por temor, ya por complicidad. Temor, de la población indefensa, que mira con tristeza cómo se multiplican los caciques regionales del crimen organizado, quienes disponen como dioses quién vive y quién muere entre sus siervos y, peor aún, quién vive y quién muere entre los habitantes de la sociedad, de los extraños a su “negocio”, en los casos en que denuncie o no esté de acuerdo con sus fechorías; complicidad, de quienes tienen el deber de perseguir el delito, pero, sobre todo, de quienes tienen el deber de prevenirlo.

Y es que la indiferencia, en muchas modalidades, implica omisión, y la omisión, irresponsabilidad. Los poderes tradicionales del Estado tienen la ineludible responsabilidad de construir un sistema penal capaz de responder a las expectativas de una vida tranquila y armoniosa que tiene toda la población sana y de no pasársela echándose la culpa unos a otros, asumiendo la barata retórica de la distracción. Asimismo, tiene la responsabilidad de propiciar el ambiente, los medios materiales y mecanismos funcionales para que todos tengan igualdad de oportunidades -en la contextualidad que admita la expresión- en su anhelo de desarrollarse y ser productivos en términos individuales y colectivos.

Y lo anterior no implica solo hacer la plataforma para atraer inversión y consecuentemente producir empleos dignos. Eso es importante, nadie lo niega. Pero más importante sería tener una estrategia a la que ceñirse. Pero aquí sería importante separar la idea de la cosa. En otras palabras, lo importante no es que exista la estrategia, lo importante es la idea que se tenga de ella, qué valor le asignamos y con qué sentido de compromiso la asumimos. Porque, igual, de estrategias estamos hartos. La inmensa mayoría de nuestros actores políticos se la pasan elaborando estrategias para prometer resultados a partir de estas, pero la cuestión no pasa nunca de fórmulas nuevas que se adicionan a las que ya “existen” y que, de idéntica forma, nos defraudarán. Por tanto, se impone la toma de medidas -conciliadas y coherentes- orientadas a la consecución de los principios en que se funda y los objetivos que persigue la democracia constitucional. ¡Avancemos!