Ni una cosa ni la otra… ese no es el escenario

Sabemos que este es un país donde las pasiones se desbordan por todos lados, y es obvio que la política no escapa a esa realidad; más bien diría que es, junto al deporte y a la religión, donde más se ponen de manifiesto. Las pasiones como es natural hacen que en ocasiones se pierda el sentido de la realidad y se realicen prácticas ajenas a un determinado escenario, violentando en muchos casos la solemnidad debida.

Podemos decir, ya con varios años y distintos períodos presidenciales viendo repetirse un similar patrón, que esas pasiones son las que apreciamos en los actos propios del 27 de febrero en el Congreso Nacional, y cuando coincide con un año electoral y el presidente de turno, como se llame, repostulándose, las pasiones tanto de un lado (oficialismo) como del otro (oposición) suelen alcanzar el clímax y cuando esto ocurre es obvio que la solemnidad de la que hablamos se cae de bruces, terminando por politizar un escenario como el de la Asamblea Nacional y desluciendo la fecha histórica de la que se trata y que debe ser la principal, porque es además la que une o debe unir a todos los allí presentes en su condición de dominicanos.

Siempre hemos hecho hincapié en que el Congreso Nacional, y en este caso la Asamblea Nacional, que es la reunión conjunta de ambas cámaras (diputados y senadores), es un escenario solemne o al menos eso debe procurarse, y por tanto lo que allí ha de celebrarse debe estar caracterizado por ese ambiente de majestuosidad para que todo marche como debe ser; se trata de un acto oficial, no necesaria y únicamente del oficialismo, pues allí confluyen todos los representantes de las diversas organizaciones políticas y asisten para la ocasión invitados especiales ajenos al quehacer político-partidista, además del público que sigue el acto por los diferentes medios, y por tanto, es un acto de todos.

Es tal la importancia de la Asamblea Nacional que la propia Constitución establece sus atribuciones, así como los casos para los que se reunirá, dentro de los cuales está precisamente el de “recibir el mensaje y la rendición de cuentas de la o el Presidente de la República y las memorias de los ministerios…”. No se habla aquí de organizar un acto de adhesión al mandatario de turno, para entre vítores y aplausos celebrar eufóricos todo cuanto se diga, como tampoco se trata de prohijar odios y malquerencias, llegando incluso a acciones extremas que por igual empañan un acto de tanta importancia.

Se trata de un acto estrictamente solemne no sólo por tratarse de la rendición de cuentas del presidente de la República, sino y sobre todo porque es el día de nuestra Independencia Nacional, ambiente que debe estar caracterizado por el respeto y apego a las normas protocolares que se exigen; si no se logra dicha solemnidad en ese escenario, difícilmente pueda lograrse en otro, pues es posible, por no decir seguro, que ningún otro escenario impacte más que este por la atención que tiene de la población, como es natural que así sea.

No nos referiremos aquí a lo que por igual vemos en cada acto de rendición de cuentas, donde de manera consuetudinaria existen dos posiciones que son reiterativas y sin importar quién esté al frente del Poder Ejecutivo; se trata, por un lado, del oficialismo, que por lo regular destaca que todo está muy bien y que se ha superado con creces todo lo anterior, en tanto que por el lado de la oposición siempre se dice que no se ha hecho nada y que estamos en el peor de los momentos de nuestra historia; ambas nos parecen posiciones extremas.

Nos viene aquí a la memoria la respuesta aquella de la persona a la que le preguntaron cómo estaba, respondiendo esta que “no estaba tan bien como él quisiera pero tampoco estaba tan mal como otros quisieran”, o dicho de otra forma, que “no estaba tan bien como quisieran sus amigos, pero tampoco tan mal como quisieran sus enemigos”. Llevado al terreno abordado podría decirse aquí, entonces, que es posible que no estemos tan bien como dice el oficialismo, pero es posible por igual que tampoco estemos tan mal como dice la oposición. Obviamente, como ese es un tema vedado para nosotros no entramos aquí en esas consideraciones.

En lo que sí entramos, sin vacilación alguna, es en señalar que el salón de la Asamblea Nacional, en fecha tan importante para los dominicanos (Independencia Nacional), y por la importancia del acto de que se trata (rendición de cuentas de la presidencia de la República), no debe politizarse ni en una ni en otra dirección, y que debe centrarse todo en un acto formal donde la presidencia de la República rinda sus memorias, de manera pausada y sosegada, para evitar precisamente romper con la solemnidad, y con receptores con suficiente madurez, amén del partido al que pertenezcan, para escuchar lo que allí se informará, y ya posteriormente poder enjuiciar lo expresado, en los escenarios apropiados a tales fines.

Siento que no se le hace un buen servicio a la patria cuando en una fecha de tanta importancia histórica y en un escenario de tanta trascendencia, por razones diversas se use ese escenario para fines ajenos al acto propiamente del que se trata; debe primar en todo caso y en todos los allí presentes la sobriedad necesaria para que todo quede a la altura, como debe ser, y eso es imposible lograrlo si no desaparecen para la ocasión las pasiones, que como es natural obnubilan la razón, posibilitando que unos vean todo color de rosas y se desborden en elogios altisonantes, y otros en cambio sólo vean espinas y se excedan a su vez en críticas punzantes. Pienso a sinceridad que ni una casa ni la otra… ese no es el escenario.

El autor es ocoeño y egresado de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).