El dedo en el gatillo

Hay amores que matan

Mi s vacac iones siempre han sido una bomba de tiempo. En Cuba guardé las apariencias. Mis vacaciones eran como arena en el desierto. Y las usaba como acto creativo: Me sentaba a escribir, nunca más de una hora diaria, casi siempre temprano en las mañanas. Después, llevaba a mis hijos a la escuela, carenaba frente al mar, o fluía con negocios filatélicos. Y en las tardes, leía muchísimo.

En Santo Domingo sucedió algo parecido con la diferencia de la buena fe. Y comencé a mirar con extrañeza. Armé y ayudé a armar libros ajenos, debidos e indebidos. Nunca cobré un centavo a nadie a sabiendas que mi trabajo tenía un precio que nadie estaba dispuesto a pagar. Seguí escribiendo mi obra en condiciones especiales y salvo algún que otro colega desinteresado, las correcciones y enmiendas no fueron halagüeñas. Lo demás, son cartas del destino.

Hoy, al igual que todos los agosto, estoy de vacaciones. En el Listín muchos lo celebran.

Allí han aprendido a soportarme, aunque algunos me miran de reojo, como si fuera un juego de naipes sobre la mesa.

Estoy de vacaciones y tengo una hilera de libros por leer y releer. Y también una montaña de escritos inéditos que tal vez nunca llegue a publicar.

Me estoy poniendo viejo y, como muchos cubanos que andan por aquí en bajo perfil, sobrevivo. Nadie dice lo que hará con su vida en tiempo de vacaciones, aunque sea justo saber que no saldré de la isla ni dormiré en Casa de Campo. No es que desee esos trofeos. Creo no merecerlos. Un literato solo puede vivir de sus propias historias. Malas o buenas, pero suyas.

Esta vez, la excusa de la pandemia me ha venido como anillo al dedo, porque no dejaré de trabajar donde quiera que me encuentre. No espero otra cosa que continuar así hasta el fin de mis días.

Estas crónicas paganas son un deleite porque saben desnudarme. He aprendido a salir de mi cada semana en busca del que fui, nunca del que seré. Y en esto llevo la mitad de mi vida.

Lo digo como un mortal con el pie en el cadalso. Disfruto mucho hablar de mí porque he vivido entre sonrisas y tristezas. A veces, la raya divisoria queda al margen de conjeturas. Tengo menos problemas. Puedo darme el lujo de gritar porque nada tengo que perder. Tal vez tenga amigos que nunca lo fueron pero me doy el lujo de burlar a los que creen resolver los problemas del mundo con la doble moral.

La pandemia avisó el miedo a la muerte. Pero he sobrevivido con ella rondando mi inquietud. La espero agazapado. Me he salvado varias veces y aprendí a tirarle virarle el rostro sin pensar en lo que vendrá. En mi interior queda un trámite pendiente por llamarlo de una forma. Me siento libre, innegociable, aunque para algunos no sea así. Ya lo dijo Pessoa: “El poeta es un fingidor”. La vida me ha abofeteado, pero continúo. Me he quedado con mis propios huesos; siempre encuentro qué hacer en mis vacaciones.

Tal vez en este nuevo impasse, el tiempo no sea tan burlón, pero en su contra gravita el mal de lo invisible: Nadie nos ve. Lo que hacemos tendrá su fin al igual que nuestras vidas.

Entre emigrantes cubanos, escritores idos a destiempo y la pandemia cruza una cuerda invisible, con fortaleza suficiente para mantenernos atados a nuestras butacas esperando lo que nunca va a llegar: el insondable camino hacia las estrellas.Con todo esto no quiero repetir la importancia de guardar distanciamiento en la llamada pausa del descanso. Pero el mundo de hoy es otro. Nos ha cambiado. Tal vez sea más llevadero para los que intentan burlar la soledad.

El Listín Diario es y ha sido el hogar de este aprendiz desde hace 21 años. Le he dedicado la única vida que tendré. No sé cómo agradecerle a mis compañeros la importancia de compartir palabras y miserias. Las vacaciones son otra cosa. Un mal sorpresivo, inmediato que ha obligado a muchos a recoger sus redes como refugio obligatorio para cumplir con la disciplina social . Así concibo el tiempo. Que sean otros quienes lo tiren a relajo.

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