Un país atrapado en la anomia
Con cínico desparpajo, un turista alemán que aparece en un video en redes dice que lo que más le gusta de este país “es que no hay reglas ni leyes.”
Lo inquietante e irrefutable es que ha dicho una gran verdad.
Ciertamente, el país enfrenta una preocupante degradación del imperio de la ley, las normas y los valores morales.
Se comprueba en innumerables prácticas que van desde la violación flagrante de las leyes de tránsito hasta los más altos niveles de corrupción administrativa.
Esto plantea una crisis profunda que amenaza con normalizar lo anormal, trivializar lo inmoral y socavar la confianza en nuestras instituciones.
Todo esto coexiste con una cultura de corrupción donde el soborno a policías, jueces y funcionarios es una herramienta cotidiana para evadir responsabilidades legales.
Más alarmante aún es la impunidad que caracteriza los crímenes más graves: tráfico de drogas, lavado de activos, estafas inmobiliarias y malversación de fondos públicos.
Lo que emerge de este panorama es un sistema de valores invertidos.
En nuestra sociedad, la falta de dinero o influencia política convierte al ciudadano en el verdadero “violador de la ley”, mientras los poderosos que roban, estafan y destruyen el medioambiente quedan libres.
¿Cómo llegamos hasta aquí? Tal vez la raíz del problema esté en la desidia de las autoridades, en la falta de consecuencias claras para quienes violan la ley y en una cultura social que premia la viveza y el irrespeto a las normas.
Nos acostumbramos al caos, justificamos lo injustificable, y vivimos como si el Estado de derecho fuera un adorno, no un pilar fundamental de nuestra vida en comunidad.
Es imperativo recuperar el sentido de responsabilidad colectiva y personal, reconstruir la confianza en la ley y en las instituciones, y poner fin a la cultura del “sálvese quien pueda”.
Se hace urgente y necesario resistir esta deriva hacia la anomia.
