Que los trapos se laven afuera
No estamos ya en los tiempos en que “los trapos sucios se lavan en casa”, pues con ese predicamento han quedado escondidas, simuladas o desaparecidas muchas pruebas de corrupción en distintos estamentos de la sociedad.
Esta expresión ha sido sombrilla de silencios y de impunidades, especialmente dentro de los ámbitos militares, policiales y partidos políticos, a la hora de tapar desafueros administrativos, contubernios y engranajes para acciones ilícitas.
Por eso la sociedad se asombra cuando el ministerio público, sin anclas ni ataduras con el poder político o económico, remueve las piedras de esas impurezas y descubre todas las escorias que se “lavan dentro de la casa”.
Había que comenzar esta limpieza y, según parece, en esos rieles se mueven los vagones del ministerio público removiendo esos tejidos de complicidad que han manchado la imagen de nuestras Fuerzas Armadas y Policía Nacional por pecados sabidos, pero no castigados.
Esos pecados han ido minando gradualmente los valores de la disciplina, lealtad, espíritu de cuerpo y responsabilidad, dando paso a un modus operandi en el que la venta de ascensos, procesos de compras y trasiego de combustibles, se asumieron como parte de lo que una vez el expresidente Joaquín Balaguer llamó “la ración del boa”.
En una reciente y enjundiosa reflexión sobre lo que debe primar en la cultura militar, el exjefe de la Marina (hoy Armada) y ensayista del Listín, vicealmirante (r), Homero Luis Lajara Solá, se refirió a los casos de “oficiales de escasa formación castrense” que desfiguraban la doctrina militar tratando de transferir culpas propias a sus subalternos.
“El oficial general o almirante con mando directo de una institución que recibe una orden que considere contraria a sus principios, para no violar la disciplina debe poner el cargo a disposición” de la superioridad para no incumplir así la decisión emanada de ella, ha dicho.
Pero resulta que, en las últimas experiencias de investigaciones judiciales de altos rangos, lo que sale a relucir es que muchas de esas inconductas quedaron apañadas y aceptadas al lavarse los trapos en casa, una costumbre que ya no puede ser admitida en la sociedad que ahora está defendi