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Hay mucho que decir de La Celestina

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En la literatura, muchas obras son escritas para entretener, pero otras, además de este fin —ya sea buscado o no— surgen para discutir y comprender lo que en ellas hay compendiado. Fernando de Rojas trajo justamente esto con La Celestina. No solo escribió una obra que en su tiempo, en aquel otoño de la Edad Media, causó una revolución literaria y social en su natal España, sino que también hoy sigue siendo una fuente de análisis e interpretaciones variopintas en lo que respecta a su riqueza textual y argumentativa en todo el mundo.

Proveniente de finales del siglo XV, La Celestina es un festín de temas que se unen de forma armónica en una trama que se viste con las ropas de la tragicomedia para contar la historia de los jóvenes Calisto y Melibea, tras el primero enamorarse de la última. Básicamente, eso es lo que desencadena todos los sucesos que se cuentan en esta novela. Pudiera, en efecto, parecer una simpleza, una historia más de amor idílico, pero no. Hay mucho más oculto aquí, lo que pinta de oscuridad la pasión desenfrenada y las locuras que son hechas en nombre del amor.

Tras quedar Calisto flechado por Melibea, busca que su amor sea correspondido, lo que lo lleva a la vieja mujer que, con sus engaños y buenas artes en el hablar, convence a la joven doncella de corresponder este amor: Celestina. En toda esta situación tienen importancia los criados de Calisto, quienes conocen de antemano a la alcahueta Celestina. Al final de la novela, todos estos terminan muertos por una cosa u otra. Calisto muere accidentalmente al intentar llegar a su amada, Melibea se suicida por el dolor de la muerte de Calisto, Celestina muere a manos de Sempronio y Pármeno, criados de Calisto, y estos últimos mueren ajusticiados por asesinar a Celestina. En pocas palabras, estas muertes no habrían sucedido si el amor loco de Calisto hacia Melibea no hubiera buscado ser correspondido con tanto fervor.

Contrario a la forma típica de representar el amor, esto le da un tono oscuro y negativo, convirtiendo sentimientos similares casi en una blasfemia. Por supuesto que no sería este español el único autor en presentar una historia similar; más adelante lo haría Shakespeare con Romeo y Julieta. Este dramaturgo inglés presenta una historia de amor que, por mucho tiempo, se ha considerado el culmen del romanticismo, pero que, en realidad, es una tragedia pura y dura en nombre de la pasión juvenil. En este sentido, hay muchos elementos en común con la obra de Fernando de Rojas. Lo que lo diferencia, sin embargo, es la parte cómica a la que se alude en La Celestina.

A los ojos modernos, posiblemente sea difícil apreciar este aspecto, por la distancia temporal que existe entre el siglo XV y nuestros días. No obstante, algunas situaciones presentadas en la obra como también conversaciones entre los personajes permiten ver los tintes de comedia que el autor ha intentado dejar en su escrito. Llama particularmente la atención aquellas secuencias donde un personaje habla para sí, de forma murmurada, sobre la persona que lo acompaña. Lo que comenta es de forma negativa, criticando o insultando al acompañante quien, al percibir que se murmura, pregunta sobre lo que dice para recibir una respuesta totalmente diferente a lo que su diálogo expresaba.

En esta novela, los diálogos son los elementos de mayor importancia, ya que está estructurada totalmente por lo que dicen los personajes. A saber, carece de narración. En La Celestina no hay

descripciones del ambiente, de los personajes, de las situaciones o las acciones, más allá de lo que puede abstraerse de los diálogos y el pequeño argumento que se lee al inicio de cada acto. Nos encontramos entonces con lo que puede llamarse una novela dialogada. La genialidad del autor recae en este aspecto, pues las conversaciones de los personajes, incluso las cosas que se decían a sí mismos, deben estar adecuadamente construidas para proveer al lector de los elementos necesarios para seguir el paso de los acontecimientos.

Este carácter también hace pensar en el propósito de reflexión que de Rojas infunde en su obra. A través de los diálogos, el autor hace algunas reflexiones interesantes sobre temas sociales, morales y éticos que no dejan de ser relevantes hoy. Verbigracia, el siguiente fragmento: «Pues decirte he lo que dice el sabio: Al varón, que con dura cerviz al que le castiga menosprecia, arrebatado quebrantamiento le vendrá y sanidad ninguna le conseguirá. Y así, Pármeno, me despido de ti y de este negocio.». O también este:

No es cosa más propia del que ama que la impaciencia. Toda tardanza les es tormento. Ninguna dilación les agrada. En un momento querrían poner en efecto sus cogitaciones. Antes las querrían ver concluidas que empezadas. Mayormente estos novicios amantes, que contra cualquiera señuelo vuelan sin deliberación, sin pensar el daño, que el cebo de su deseo trae mezclado en su ejercicio y negociación para sus personas y sirvientes.

Lo que causa mayor interés es que son reflexiones hechas por Celestina, el personaje antagónico. Cuando se habla de reflexionar, no suele pensarse en un personaje como este, sin embargo, esta característica del buen hablar, de convencer, de persuadir es lo que hace a esta mujer llevarse toda la atención de la obra. Pasa, pues, la historia de Calisto y Melibea a un segundo plano, quedando

Celestina como principal atrayente de la obra. Es tanto que éste incluso lleva su nombre, nombre que se ha hecho un concepto popular en la cultura hispanohablante.

La Celestina es una obra trascendente, pues ha escalado de la literatura hasta la propia cultura. A pesar de ser escrita hace más de 500 años, su valor sigue siendo apreciado; a pesar de contar una historia que ya no causaría revuelo, su contenido sigue siendo material de interesantes discusiones literarias; a pesar de ser una obra medieval, esta novela ha sabido hacerse un lugar en la época actual.

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