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Tres cuentos, de J. M. Coetzee

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Rubén J. TrigueroMadrid, España

J.M. Coetzee (Ciudad del Cabo, Sudáfrica, 1940) es uno de esos escritores a los que cada cierto tiempo hay que volver. Su mirada crítica, su ética y pensamiento, hacen que la lectura de sus obras no solo sea un mero ejercicio de entretenimiento, sino una experiencia en la que a través de las historias, se reflexiona sobre los más diversos asuntos.

La temática de sus obras, su capacidad para analizar, así como su gran destreza con el uso de la palabra, no han pasado desapercibidos para el mundo literario. A lo largo de su ya dilatada carrera, ha cosechado los más prestigiosos premios: dos veces el Booker, el Jerusalem y el Nobel de literatura, entre otros. En la actualidad, el sudafricano es uno de los autores más reconocidos internacionalmente.

En “Tres cuentos” (Random House, 2018), se aglutinan tres relatos escritos en diferentes épocas de su vida. En “Una casa en España” (2000), el primero, un escritor solitario, en su madurez, compra un caserón antiguo en Bellpuig, un pueblo situado en Cataluña. Ya desde el principio de la obra, se trata el concepto del amor hacia los objetos, cuando unos amigos dicen: «Nos enamoramos de la casa» y él se pregunta sobre el significado de la propia frase: «¿Cómo es posible enamorarse de una casa si la casa no puede retribuir el amor?». Reflexiona sobre los términos y sobre el apego de las personas hacia las cosas. Incluso se muestra rígido ante ello: ha tenido otras viviendas, y nunca ha sentido un vínculo tan fuerte hacia ellas, de hecho, no siente nostalgia por las que fue dejando atrás. La vivienda es propiedad de quien la compra, sí, pero no deja de pertenecer a un propietario mayor: el lugar donde se encuentra. Así pues, comprar una casa es establecerse en el entorno que la rodea (que determinará las vistas de cada una de las ventanas o incluso la propia decoración de su fachada), convivir junto a unos vecinos o precisar de los servicios de las empresas y los profesionales locales. El protagonista empezará a trabajar para arreglar todo lo estropeado que hay en el inmueble (que al ser centenaria, es prácticamente todo), a realizar todas las acciones necesarias que la conviertan en un hogar. Con el tiempo, se detecta un cambio: empieza a pensar mucho en ella, surge una complicidad, un cariño del personaje hacia el inmueble, un vínculo que quizá para el protagonista todavía no sea amor, pero es una mecha que quizá en un futuro, sí que podría llegar a serlo, y en definitiva, surge una relación: «una forma de matrimonio entre un hombre que está envejeciendo y una casa que ya dejó de ser joven».

En el segundo relato, “Nietverloren” (2002), el gran protagonista es la decadencia del Karoo. Dividido en dos partes, en la primera aparece el personaje principal en su infancia, cuando visitaba la granja familiar aún en funcionamiento, y de sus visitas posteriores, ya después de las grandes sequías que convirtieron la granja en un lugar yermo. En la segunda parte, la visita turística de unos familiares, los lleva a atravesar el propio Karoo en el trayecto de una ciudad a otra. Este trayecto hace que el personaje recuerde lo que fue un día aquel lugar, comparándolo con lo que se ha convertido con el paso de los años. Todas las granjas desaparecieron y en la zona solo quedan lugares que los empresarios han reconvertido en zonas semisalvajes utilizadas por turistas para cazar, o directamente, en granjas autosuficientes enfocadas al turismo, donde se realizan visitas guiadas para ver los rebaños de animales, las plantaciones o la vivienda: una reconstrucción de una casa típica de otra época (que incluso alberga un museo con herramientas y objetos varios). Unas granjas, que más que granjas, son parques temáticos que muestran a turistas lo que aquel lugar seco fue en otra época. Al finalizar el relato, todos los personajes sienten lástima de lo ocurrido, y el personaje principal, a modo de sentencia, asqueado de ver en lo que se ha convertido un lugar tan importante para él en su infancia, sentencia: «En Sudáfrica no tienen otro futuro que este, nos dijeron: ser los camareros y las putas del resto del mundo. Yo con eso no tengo nada que ver, ni quiero».

Por último se añade el texto que leyó durante la ceremonia del premio Nobel de literatura: “Él y su hombre”, donde narra una supuesta vuelta de Robinson Crusoe a Londres. A su vuelta, hace fortuna gracias a la publicación de un libro donde narra sus aventuras, se casa y al cabo de un tiempo, se aburre soberanamente. Tras la muerte de su esposa, se muda a una habitación junto a los muelles de Bristol y pasa los días entre paseos por el muelle y la escritura. La obra nos adentra en esa extraña combinación entre la ficción y la experiencia humana, en como un autor, pese a escribir ficción, siempre está influido en cierta medida por sus experiencias, que se reflejan en todo lo que escribe. También nos habla de ese extraño asunto que es la creación literaria, como una persona desde el lugar desde el que escribe, desde una situación monótona y rutinaria, puede describir todo tipo de personajes y situaciones, de cómo, desde esa quietud del escritor, esos personajes pueden vivir todo tipo de vivencias y aventuras a lo largo y ancho del mundo.

La lectura de los tres cuentos se realiza con facilidad, la prosa de Coetzee es sencilla, pero a la vez, reflexiva, que tiende a hacer pensar en los temas que trata en sus textos. Estos tres cuentos distan mucho de ser lo mejor del autor y de sus obras capitales, pero se mantienen en la línea reflexiva y denunciatoria de un autor lúcido y coherente, tres cuentos que complementan una dilatada obra que con los años se mantiene firme.

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