Apuntes sobre el libro IDOLATRIA de Jimmy Sierra

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Rosa Julia VargasSantiago de los Caballeros

Este es un libro que provoca incertidumbre desde la portada, una ingenua y colorida estampa de un paisaje de Silvio Ávila, en cuyo cielo aparece contrastando una siniestra figura. En el título hay una vela y un largo párrafo en tono cervantino, un número 13, un quinto evangelista y agrega por demás un tributo para autores predilectos; primer atisbo de que estamos ante un estilo novedoso que combina -de entrada- superstición, sátira y literatura y que muy bien puede seguir sorprendiendo al adentrarse en ella con otras variantes experimentales. En las solapas, trece compañeros de oficio escriben su opinión, con la función propia de quien comenta, interesar a los lectores en el contenido de la obra…pero ellos se quedan, por más que se relean, como partes separadas de un rompecabezas. Tomamos el índice y está hecho de versos que a la vez conforman un poema bien logrado y pesaroso que nos pone al tanto del trágico acontecimiento que constituye la base real de este relato.

Entrar en lectura es descubrir la alquimia particular que el autor usó para crear esta novela utilizando recursos propios de otros géneros. Injerta citas textuales de sus “lecturas favoritas”, las cuales no aparecen como una influencia que se manifiesta a través del subconsciente, como es lo usual, sino integradas literalmente a lo narrado. Se exhibe una impresionante exposición pormenorizada de eventos de la niñez y la juventud del narrador, conectados a lugares y personajes reales e identificables con facilidad por la memoria colectiva. Utiliza notas al pie en abundancia, tanto en la frecuencia como en la extensión, lo que provoca tropezones en la fluidez y frena de algún modo la avidez del lector, lo que la convierte en un texto de los que será difícil leer de un tirón. (Don Federico H. Gratereaux experimentando con ensayo y narrativa dice haber escrito algo así como la madrastra de una novela, y la llamó Ubres de novelastra). Esta novela Idolatría también tienta a uno a buscarle un parentesco, un nombre para esa mezcla, pero el único que podría bautizarla en ese orden es el padre de esta heterogénea criatura.

Idolatría tiene magia y sobre todo tiene humor. El motivo principal por el que usted se mantendrá leyendo es su hilaridad. Pero también tiene tanta imagen y referencias a lo local que dificultará su lectura a los foráneos.

Este libro está repleto de un espíritu jocoso que se la pasa saltando constantemente de lo solemne a lo vulgar. El discurso más impresionante, la ceremonia más conmovedora, pueden terminar con una insensata canción infantil o trastadas semejantes. En el momento supremo en que se acaba de resucitar a una pequeña, Lulú por supuesto, una voz puede exclamar “Uno, dos y tres, el que no pone azúcar no bebe café”, o puede claramente oírse a un coro de ángeles diciendo, “Abajo el gobierno, coño”. O cuando Gatagás el divino, el gran vegetariano, pida en público “ñame y yuca para la cena, usted puede que oiga lo que le dijo en secreto a Buluc, el cocinero… y una palangana de chivo liniero.”

El humor siempre va a estar presente, va a aflorar en el momento más inesperado durante todo el hilo de la narración. Al margen de la magnitud de un hecho o de lo trágico de una situación se va a sorprender a sí mismo el lector muerto de la risa. Bregar por ejemplo con el pánico a la desnudez de un personaje y la enumeración de todas las dolencias que pueden afectar al habitante de esta isla, constituyen escenas -por nombrar algunas- que pueden ser usadas como un reto para quien se atreva a leerlas sin reír hasta las lágrimas.

Pero el libro no pretende ser chistoso. Narra un trágico hecho como ya se dijo.

Erasmo de Rotterdam en Elogio de la locura (que es un elogio a la ignorancia y a la sandez, tan vigente como hace 500 años) define con una sátira muy aguda, a los falsos milagreros, a los monjes, a los frailes, a los comediantes y charlatanes grotescos, a los que usan la religión para beneficiarse de la ignorancia y la desesperación de quien se enfrenta a la enfermedad, a la muerte o a la miseria. Los define como cerdos de Dios, como la mejor especie dentro del reino animal, quienes a veces hasta sin saber leer, limpios de conocimiento, manejan a una bestia peligrosa llamada seguidores, o devotos o pueblo. Gente que en beber y acariciar a las mujeres no encuentra pecado, pero tener contacto con dinero es para ellos, veneno. Uno de estos “elegidos”, aclimatado al Caribe, amparado en el desorden social fruto de una invasión extranjera recién saliendo de una dictadura; es Gatagás el divino, un semidiós que es el personaje central de Idolatría.

Rotterdam usó su Elogio, al igual que Sierra usa su Idolatría, armados de una aguda y despiadada sátira, para criticar a todos los estamentos sociales de su momento. Rotterdam fustiga la política, la justicia, los escritores, las mujeres etc, sin que se le salve nadie y sin que nadie pusiera nunca en duda su misticismo y su sincero amor a Dios.

Sierra agrega a los de su tiempo, a los explotadores actuales de la ignorancia, los medios de comunicación, la seudo literatura y exhibe una saña especial contra los sacerdotes, los predicadores de TV, y los libros de autoayuda.

Sierra crea una suerte de Evangelio según Gatagás, con libogatas en lugar de parábolas, con casabe y clerén en lugar de pan y vino, con una cuatridad, una cincuesma, sin que se le escape ninguno de los ritos religiosos, los que va entretejiendo con el hilo de la burla y de la sátira. No queda uno solo de los pasajes bíblicos relevantes sin desmitificarlo y desacralizarlo, no queda un santo, una orden religiosa, una iglesia, un predicador, que permanezca subido a un pedestal.

El pasaje de las escrituras que se refiere a Abrahán e Isaac, que de tan cruel nos parece una mala traducción bíblica, el autor lo convierte en el momento más desgarrador de su obra, al combinarlo con una terrible leyenda urbana. (Sierra nos remite a Saramago y su Evangelio según Jesucristo, al asombro que provoca la genialidad de su talento narrativo en contraste con el amargo sabor que deja su lectura por usar y abusar de material sagrado, del material que sustenta la fe de millones de personas en el mundo. Para Saramago pidieron la excomunión, y luego lo expulsaron de Lisboa. El talento y el Nobel lo reivindicaron, ahora Lisboa se conoce como la ciudad de Saramago). Idolatría deja esa tristeza en el ánimo a pesar del humor y las carcajadas.

El personaje que narra Idolatría se sabe iconoclasta, sabe en lo que se está metiendo, se proclama corrector de estilo de un libro sagrado, está tan consciente de lo que hace, que en algún momento se auto recrimina, “Por más que te ocultes como una rata en eufemismos y jerigonzas, no podrás disimular tu ofensa. Insultos y ofensas despertarán el odio. Ruégale al Dios que pretendes negar que te proteja del infierno que te sobrevendrá... Perderás el cariño de muchos que te amaron y que ahora te vituperarán.” ( Pag. 346 )

Con esta recriminación en la voz del propio autor, esta lectora honrada no agrega nada más. Espero haberlos interesado lo suficiente para que procuren esta obra novedosa e impactante, reflejo innegable de dominicanidad.

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