Epistolario

Cartas parisinas (KRK) de Marcel Schwob

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Darío Jaramillo | Tomado de Luna LibrosBogotá, Colombia

Marcel Schwob (Chaville, Francia, 1867-París, 1905) es uno de esos raros casos de escritor de culto por obras como Biografías imaginarias y El libro de Monelle, cuyo prestigio ha ido creciendo con el tiempo, impulsado por la dimensión de sus admiradores, Borges, por ejemplo, para el caso del castellano. Mira uno las fechas y queda todavía más impresionado: murió poco antes de cumplir los cuarenta.

Marcel Schwob pertenecía a una familia de periodistas, propietarios del periódico de su región, donde Schwob escribía una breve columna comentando la actualidad. Este libro es una selección de algunos de aquellos textos traducidos por Miguel Ángel López Vázquez y Ángeles González Fuentes.

Lejos del aire fantástico de sus narraciones de ficción (cerca, sí, de su estilo directo y contundente), lo impresionante de estos escritos es que parecen revelar que el tiempo no pasa, que los males del mundo y de la sociedad pueden repetirse con monotonía, con constancia, sin cansancio. Hay, por ejemplo, un político, el señor Berenger, que “no contento con haber triunfado brillantemente como presidente de la Liga del Pudor, aspira a otras presidencias aún más ambiciosas. (…) No sólo el ridículo no mata al señor Berenger, sino que este vive del propio ridículo”. Cuenta también de “la señora Potonié-Pierre, campeona de los derechos”, que le escribió a Lombroso (personaje de la época, inventor de la teoría del criminal nato) “para saber lo que piensa sobre el acceso del sexo débil a la política. La respuesta del doctor Lombroso no parece especialmente favorable a las ideas de la señora Potonié-Pierre. En primer lugar, no ve la necesidad de un nuevo peligro al sistema parlamentario. (…) No es que el señor Lombroso sea misógino. Incluso propone ‘… que se conceda a las mujeres un ministerio especial, el de la caridad pública y el de la educación para la infancia. Dos ministerios más útiles –añade– que los de la guerra y la marina’”. Aparte de lo anecdótico, de repente comienza uno a leer frases que lo disparan hacia la realidad cotidiana de hoy: “Es un buen momento para que los malvados utilicen al Estado para atormentar a la pobre gente”. Y no es sólo una: “¿Entonces cuál es la forma de proceder de esta policía? Siempre la misma. No tomando medidas preventivas.

Haciendo maravillas. Y mientras tanto, el público paga el pato”. Hay más: “continúan los ataques anarquistas. (…) Las bombas han sido colocadas encima de las puertas, preparadas para caer y restallar tan pronto como se entrara en las habitaciones ocupadas de los hoteles”. Hay un momento de gran cantidad de atentados anarquistas en Francia que, incluso, provocaron la muerte violenta del presidente Sadi Carnot. Entonces, Schwob señala que “estos ataques violentos, aislados y sin conexión, podían estar calculados para provocar una reacción, más que una revolución” y se refiere a que se “ha advertido un singular incremento de locos y de locas que padecen el delirio de las explosiones. (…) Estas informaciones son muy instructivas. Demuestran con pruebas fehacientes que el contagio patológico de la anarquía es un hecho real”. Les sigo leyendo las noticias de hoy aquí, si bien aparecen en un libro que contiene comentarios periodísticos del París de 1894: “La cantidad de personas que consideran necesario llevar consigo un revólver cargado es extremadamente grande”. Con el agravante de que “la policía no sabe equivocarse […y] no tiene problema alguno en fabricar antecedentes para aquellos inocentes que arresta por error”. Claro que no todo es política. Schwob comenta el teatro que se presenta en la ciudad, relata las peleas internas en la Academia para elegir nuevos miembros, y hasta registra la muerte de verdaderos inmortales como Stevenson o Verlaine.