REFLEXIÓN

Rostros distintos pero no diferentes

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Teresa Valentí BatlleSanto Domingo

Santo Domingo.- “Lo importante no soy yo; lo importante no eres tú; lo que cuenta de verdad es lo que acontece entre tú y yo’’. (Martín Buber) Cualquier grupo humano vive sujeto o dependiente de las vicisitudes de la historia, pero, alargar esa temporalidad sería anclarnos en un tiempo determinado que nos impediría evolucionar y enfrentar el futuro con esperanza. Somos diferentes pero no podemos permanecer indiferentes ante la realidad del ‘’otro’’, inmigrante o extranjero. A menudo, ‘’los otros’’ reducen nuestro espacio de espontaneidad (incluso en los grupos mejores), pero si esa espontaneidad es libre para obrar el bien y, a la vez, es libre de toda prepotencia o superioridad, (¡las formas son muy importantes!) ella se convierte en una invitación para que el ‘’otro’’ exprese su propia espontaneidad que siempre va unida a su identidad. La no indiferencia supone el implicarnos en que los otros sean igual de libres y felices como a nosotros nos gustaría ser. El preocuparnos, mejor diré, ocuparnos de los demás, no es solamente una cuestión moral cristiana, va más allá; es una cuestión de trascendencia, de respuesta a nuestra identidad de seres humanos. De ahí me surgen algunas preguntas: ¿qué sentido tiene mi existencia? ¿Hacia dónde camino? ¿Me siento hermana universal? ¿Qué relaciones creadoras suscito desde mi identidad? ¿Qué actitudes y cualidad de los ‘’diferentes’’ tienen resonancia en mí? ‘’Lo relevante de esta situación es que jamás el hombre se hubiera preguntado por el sentido de su ‘’ser ahí’’, de no ser por el encontronazo con ese rostro que le planta cara y que al resistírsele le obliga a tener que responder. Nadie garantiza la moralidad de la respuesta, que es el tema ético de la justicia, pero habremos puesto de relieve la preeminencia de una relación de no-indiferencia como lugar de sentido de una racionalidad que arranca investida por la moralidad del encuentro con los demás’’. (G. González). El autor se plantea distintos niveles, entra en un terreno antropológico y afi rma que la ‘’no indiferencia y la responsabilidad son el alfa y el omega de todo el sentido de una relación intersubjetiva en un espacio moral, del que la interculturalidad es una expresión’’. No descarta la compasión o la solidaridad como anclaje apropiado para poder ‘’dar cuenta’’ del sentido moral que tiene la interculturalidad, pero no está a expensas de dichas actitudes por muy loables que sean. Creo, sencillamente, que damos respuesta a lo expuesto, cuando sabemos vivir responsablemente una relación desde lo más íntimo de lo que somos cada persona. Ser responsable es dar respuesta, tener algo que decir. Este saber responder adecuadamente a la situación de los inmigrantes sigue siendo una pregunta abierta a nuestro espacio interior, del que hablábamos en el primer artículo.

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