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Orlando: Momentos finales de una fatídica tarde

Nublado, el cielo de Santo Domingo semejaba un lienzo gris que tapizaba el firmamento. La avenida San Martín, cubriéndose poco a poco de la unánime densidad que antecedía la noche. Del otro lado, bajando la Tiradentes, la zona Universitaria superaba otra semana de intensas demandas y acaloradas movilizaciones.

Reducido y aletargado, el tránsito discurría sin la más mínima eventualidad. No hubo, en aquella hora fatal, una sola alma viviente en la calzada occidental de la calle José Contreras, casi siempre a oscuras. La rutina imponía que Orlando abandonara la oficina antes de las 6 de la tarde. Los planes de persecución, por tanto, iniciarían cuando terminara su trabajo en la histórica revista ¡Ahora!

Poco antes, el 8 de marzo, en la Secretaría de Estado de las Fuerzas Armadas, una convocatoria “urgente” reunió a los “autores mediatos” (los de atrás) para diseñar el plan macabro. Días después, convenida la urdimbre, empezaron los contactos, uno por uno, con los autores y matarifes potenciales.

Definieron el modus operandi: quiénes, cuántos, cabecilla y día exacto; los actos preparatorios para materializar lo que la cúpula del poder denominó el “trabajo”. Las responsabilidades visibles, que no únicas ni principales, estuvieron a cargo de una cabeza más soberbia que flemática, la del mayor Joaquín Antonio Pou Castro.

Valientes, los artículos de Orlando subían de tono contra el régimen autoritario. Mientras, motivaban desde amenazas resueltas y ocultas hasta intimidaciones groseras de canallas y perdularios. Entre resuellos castrenses y antisociales armados, proliferaba la práctica de crueles desapariciones e innumerables asesinatos, prohijados en las mismas entrañas del Estado.

“Microscopio”, la columna del periódico El Nacional, era un estilete agudo y penetrante. Aguijoneaba las fibras íntimas y descompuestas de un gobierno transgresor y brutalmente atropellante. Insobornable, pese al acecho y la confabulación, Orlando escribía sin temer; y plasmó con dureza su artículo cortante del 25 de febrero, intitulado: “¿Por qué no, doctor Balaguer?”

Condenaba el impedimento que, para ingresar a su país, pesaba sobre el destacado pintor Silvano Lora, humillantemente proscrito y devuelto desde que pisó suelo dominicano. Antes que deportar al artista, invitaba personalmente al caudillo a desterrarse junto “a su sostén armado, quienes daban palos, apresaban y torturaban campesinos que luchaban por sus derechos…con otros tantos corruptos y calieses degenerados...”

Orlando Martínez fue asesinado el 17 de marzo de 1975.

Orlando Martínez fue asesinado el 17 de marzo de 1975.ARCHIVO/LD

Entronizada la idea en el alto mando, la orden de “una paliza al periodista” cruzó los umbrales de la Secretaría de Estado de las Fuerzas Armadas y la Jefatura del Estado Mayor de la Fuerza Aérea. En la ruta siniestra del atentado, cartografiaron los encuentros cotidianos, los días, las horas y lugares frecuentados. Reunieron los facinerosos, “personal de confianza”, gente malévola, experimentada, acostumbrada a la sangre y curtida en la “era de los doce años”.

Asesinos con insignias y uniformes, personeros y paramilitares del mismo lado. Una banda al servicio de crímenes espantosos, conjuras, acechanzas, conciliábulos. Incluía tanto a vulgares sicarios como a oficiales elevados que, al mismo tiempo, formaron y operaban el terrorífico aparato. Intereses y pugnas de los altos cargos gestaron el engendro paramilitar, cuyo historial de muertes, torturas y violaciones nunca fue cuantificado.

La breve caravana de la muerte, al mando -visible- de Pou Castro, partió de Este a Oeste por la avenida San Martin, huella con huella, tras de Orlando. Dobló en la Tiradentes con dirección al sur y cruzó la 27 de Febrero, justo cuando Pou Castro se colocaba a un metro, emboscándolo. Cuesta abajo, el trayecto era corto, llegaron a la José Contreras con Alma Mater, precedidos del capitán Rivas Cordero, conductor del Datsun azul que, adelantándose, le cerró el paso…

El primer disparo le destrozó el brazo izquierdo; el segundo, artero, la mejilla derecha y la base del cráneo, con medio cuerpo fuera del auto, mortalmente herido, quedó inclinado. Ahogado en los minutos fugaces de aquella desventurada tarde, expiraba desangrado. La bestialidad política cortó la existencia física del ciudadano ejemplar, inimitable periodista y extraordinario ser humano. Corría el año 1975, el reloj se detuvo a las 7 de la noche, era lunes,17 de marzo…

El tamaño de su dignidad continúa intacto; inquebrantable, la entereza de su legado: 50 años después, su muerte sigue siendo conmovedora mas no lograron anularlo. No pudieron con la edad agigantada de su honradez, la valentía ética de su compromiso ni con la memoria incorruptible de su brillante lucidez.

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