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VIVENCIAS

Calidad de las homilías

Al Magisterio de la Iglesia siempre le ha preocupado que las homilías sean preparadas con la calidad debida. Muchos fieles fuera de la celebración eucarística comentan acerca de esto: su contenido y la forma de exponerlas, que parece más una clase pronunciada en un aula o una simple repetición de los textos proclamados, los circunloquios para remplazar las palabras que a fuerza de repetirse resultan muy vagas, y las dificultades para exponer sobre lo que se quiere explicar, que se conoce como trastorno del lenguaje expresivo.

Lo anterior tiene que ver sobre los peligros de perder los criterios evangélicos, así como la importancia de mantenerse enfocado en la palabra de Dios y la misión que Dios le ha dado a quien predica su Palabra.

Hay homilías que son más efectivas que un fármaco inductor del sueño, aburridas y sin una estructuración, en las cuales el predicador utiliza muletillas, esto es, repetir una palabra por hábito, generalmente de forma innecesaria, en ocasiones, hasta llegar al extremo de no poder decir frase alguna sin ella.

Benedicto XVI en la exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini subraya la necesidad de contar con homilías de calidad, porque la “finalidad de la homilía es favorecer una mejor comprensión y eficacia de la Palabra de Dios en la vida de los fieles”, esto es, actualizar la Palabra de Dios dentro de la celebración eucarística, teniendo a Cristo como centro de la homilía, y mostrando su rostro amable; sugiriendo las siguientes preguntas para preparar y mejorar las homilías: ¿Qué dicen las lecturas proclamadas? ¿Qué me dicen a mí personalmente? ¿Qué debo decir a la comunidad, teniendo en cuenta su situación concreta?

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