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La mafia contra la delincuencia

Como en todos los procesos sociales la misma deformidad del hombre caído va dando apoyo al desarrollo y profundización de sus males.

El amor al dinero trae de la mano los secretos de la codicia, la ambición malsana y el apetito voraz del tener y del poder, empujan a la comisión de todo tipo de delitos y a la formación de redes y sistemas muy difíciles de combatir, pues no solo llegan a auto gestionarse sino a retroalimentarse para sobrevivir en cualquier escenario.

Cuando estos procesos y sistemas se fortalecen, se impone la gran mafia que opera y que tiene la apariencia de combate contra el crimen organizado, pero siendo en el fondo rectora y parte fundamental de ella.

La destrucción institucional es evidente, solo fluyen los casos que convienen, para eliminar piedras en el camino y con suerte algún caso concreto que surge como consecuencia de una correcta persecución del crimen organizado.

El grado de involucramiento de altos oficiales en la mafia imperante y operante propia de los narco estados y del relajamiento institucional que se burla de todos, crea las condiciones, para que gente buena y muy lejos del delito, se conviertan en leales colaboradores de esa pantalla operativa que se vende siempre al servicio de la sociedad.

Las marcas blancas ayudan, y todos cerramos los ojos o escondemos la cabeza debajo de la tierra para no percatarnos de nuestras complicidades. Y luego de que pasa el ventarrón, pretender que no fuimos parte de la comisión de nuevos delitos.

Cuando estos nefastos combatientes asumen la defensa de sus propios intereses, crece entonces la cofradía del mal y se disemina una cultura de violencias e injusticia social muy difícil de erradicar.

Los mansos corderitos van quedando como tontos en este mundo de los ciegos, donde el tuerto es rey. Y surgen preguntas obligadas: ¿Quién supervisa al supervisor?, ¿Quién motiva al motivador?, ¿Quién controla los hilos de la falsedad del combate del crimen organizado?.

Cuando llegamos al punto donde delincuentes persiguen delincuentes, es muy poco lo que se puede hacer, y pretender reformar estos sistemas con políticas públicas o una nueva política criminal, brinda nuevas oportunidades para la elusión de las mismas, basados en la sagacidad de los perpetradores de alto rango y el uso definitivo de todos los recursos del poder que le protegen.

La vieja creencia de que el uniforme está por encima de cualquier civil está vigente, en la mente de muchos abusadores y farsantes que pululan por las calles de la Dubai del Caribe.

El crimen organizado se fortalece y enriquece a muchos que jamás podrían exhibir esas tenencias, fundamentando sus ingresos en el trabajo honesto.

Pero le hacemos la corte, amplificamos las coberturas, desviamos la atención a casitos ridículos, dejando pasar los grandes elefantes, mientras la lluvia entretiene al resto de la población en un nuevo noviembre mojado.

El combate de la mafia contra los delincuentes y el crimen de cuello blanco, necesariamente es la gran fachada. Es que solo de ver la insinuación en este titular nos parece algo totalmente ilógico.

Pues no lo es, basta con que nos detengamos a mirar como los altos rangos están metidos hasta las narices en todos los temas de la criminalidad. El reparto del botín de guerra no alcanza para todos, y entonces, la vista gorda es la llave que permite llenar de riqueza los canales de los que tienen la suerte de estar mimados por el poder.

La danza de la mafia a estos niveles es poderosa. Cuando salen al medio del salón, acompañados de todo el brillo, medallas por haber ganado todas las guerras y misiones en su propia corrupción, parecen blancas sus manos al ser rodeadas por aquellos guantes impecables, que desean mostrar honorabilidad, pero que en el fondo son la quinta esencia de la misma corrupción.

La mancuerna entre el poder civil y la permisividad planeada disfrazada de secreto de estado o de alta seguridad, va fortaleciéndose y creando los nuevos caudillos y poderosos, privilegiados por el subproducto de la mafia que ellos mismos operan.

Es una reciprocidad diabólica, el deberse al poder civil, mientras ese poder civil les permite orquestar todos los procesos del crimen organizado, enriquecerse y proyectar las mejores imágenes de seriedad, honorabilidad, honestidad y patriotismo.

Se ha roto la decencia y el irrespeto es merecido hacia todas las instituciones castrenses. Y esa habla con autoridad, o ese uso de la fuerza, no sustituyen el asco que la sociedad civil tiene, de los que se benefician vulgarmente del poder y se alimentan de esa mafia poderosa, la cual dirigen con tanta inteligencia.

¿La mafia persiguiendo delincuentes?, no es una idea descabellada, es la triste realidad de una carencia de auto respeto y una destrucción peligrosa de nuestras instituciones.

Lo peor de todo esto, es que mañana me toca a mí, y querer combatir este modus operandi y este sistema arraigado en las filas, crea una división inmediata en los mandos medios y superiores que esperan su turno.

Por todas estas realidades, se mantiene una apariencia para el resto de los mortales, que es la inmensa mayoría, dejando a estos bandidos y burladores del planeta, como si fueran parte de una clase de alienígenas intocables y privilegiados, pues son los que garantizan el orden, para que los gobiernos corruptos (la gran mayoría) puedan hacer su agosto.

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