SIN PAÑOS TIBIOS
Treinta años después
Así como El Maestro gustaba de las metáforas, así la vida gusta de alegorías a través de las cuales expresa la realidad por medio de imágenes totalmente diferentes a lo que pretende explicar.
Al margen de las estadísticas que la ONE provea en torno a la esperanza de vida de los hombres en R.D. (74.7), si la vida fuera una corrida de toros, a poco de pasar al último tercio –el de “muleta” o “de muerte”, para más señas–, llega un momento en que se empieza a ver todo desde otra perspectiva, y las cosas que eran muy importantes ya no lo son tanto… y viceversa también.
Sentado frente al río (no el de Heráclito), mirando la tarde que se niega a morir, no pienso en la inevitabilidad de la muerte –la única certidumbre– sino en la alegría de la vida, la más bella de todas las incertidumbres; y más que sentir ansiedad ante lo desconocido del futuro, pienso en el bello pasado vivido como un referente; y encuentro alegría y paz en los recuerdos lejanos, esos que se esfuman de la memoria a medida que nos alejamos de ellos en la distancia… aunque nos vayamos acercando en el corazón.
Por eso, mientras el sol va menguando sobre techos coloniales centenarios, los viejos recuerdos que se atiborran en mi memoria fluyen a borbotones cuando en la carta de tragos del restaurante veo el “Ton Collins”, y vienen a mí todas las imágenes de aquellos “Martes de Don Pincho”, cuando casi toda la promoción “Impetus 93” –del Colegio Loyola– iba a disfrutar de los tragos a bajo precio que allí servían, la buena música, y la agradable compañía de las muchachas de otros colegios; oportunidad que se antojaba mágica para los infelices que estudiaban en colegios de varones.
Momentos únicos que se disfrutaron con la escasa conciencia que se tiene cuando se cree que algo durará para siempre; porque nuestra juventud era eso, un momento glorioso que nunca acabaría; y la amistad entre todos nosotros en ese momento tenía vocación de indestructible, aunque después llegaría Odebrecht a destruirlo todo; a enrostrarnos las miserias humanas; las veleidades del poder; la sinrazón de la ambición; el descaro de la falsedad; el dolor de la traición.
Esos momentos vividos fueron enseñanzas que no aprendimos porque creímos que la vida sería siempre una fiesta, sin saber que la vida nos estaba preparando para todo lo que vendría después; aquello para lo que no supimos estar listos.
Es curioso cómo un recuerdo se asocia con otro, porque así como el “Ton Collins” no fue hecho con ginebra mala, no hubo lugar para el dolor de cabeza tampoco, pero si para saborearlo; tanto o más que el beso que no me atreví darle a la hermosa pelirroja, pues a pesar de los años, hay ciertas malas mañas que nunca cambian.