Pastoral educativa samaritana

Al iniciar este año escolar propongo a los amables lectores y a los educadores en general: vivir, aplicar y promover la antropología educativa samaritana, fundamentada en la parábola del buen samaritano de Lucas 10, 25-37, surgida de las entrañas mismas de Jesús, quien caminaba por Galilea, muy atento a los mendigos y a los enfermos del camino. Quería enseñar a caminar por la vida con “compasión”. La pastoral educativa consiste en el acompañamiento cristiano de los estudiantes preuniversitaria y universitaria para que conozcan a Jesús y su Palabra.

El Jesuita, Alberto Parra Mora, en su artículo “La pastoral educativa samaritana” dice: “La pastoral educativa samaritana se hace cargo de los actos curativos y restaurativos del ser, del tener, del poder, del saber y del hacer de nuestros alumnos que caen en manos de ladrones y de salteadores que los hieren en lo determinante y más profundo de sus vidas, comenzando por arrebatarles la dicha y la alegría de su propia identidad”.

La pastoral samaritana forma parte de la ética de la compasión, la cual busca vivir teniendo la mirada en el otro para responder a su demanda, para oír y prestar atención a su voz que llevamos dentro; el otro, del que no nos podemos separar. La ética es “obedecer” al mandato inapelable del otro. Esta ética se hace con los pies en la tierra, constatando las situaciones reales de la gente.

El filósofo y escritor lituano de origen judío, Emmanuel Levinas, dice: que el ser humano solo se entiende desde el otro y para el otro. Nadie es humano por sí mismo. Es la relación ética con el otro, la dependencia del otro, la que nos hace humanos. No hay ética sin antropología, ni antropología sin ética, por lo tanto, tampoco educación. El rostro del otro ha de significar para mí una responsabilidad incontrastable que antecede a todo consentimiento libre, a todo pacto, a todo contrato.

Jesús es y vivió como el buen samaritano, se aproximó a quienes estaban en los márgenes del camino y en las periferias sociales y económicas, a los humillados y a los ofendidos, a los oprimidos y a los excluidos. Se aproxima para cuidar y liberar. Este es el trabajo de la familia, de la escuela y de la universidad: educar el corazón samaritano, la inteligencia samaritana y la acción samaritana.

Los samaritanos, para los judíos, no contaban, no eran hijos de Dios; Jesús los presenta como ejemplo de quien se hace “prójimo”, porque “tuvo compasión del desgraciado”, “se acercó” y “cuidó”. El samaritano “ve” el dolor ajeno, “siente” el dolor del mal herido, “escucha” los gemidos de dolor, “se acerca y se aproxima” a las situaciones de injusticia y de exclusión social. El educador está llamado a “hacerse cargo” de la realidad de sus destinatarios, a “cargar” con ella y a “encargarse” de su transformación.

La educación ha de promover una mentalidad, unos sentimientos, unos deseos y unos comportamientos tales, que los educandos adquieran una forma de pensar, sentir y actuar samaritanas.