En un país donde el cortejo al poder es deporte olímpico, la idea de dignidad es una rara avis, casi una figura abstracta. En la precariedad material y moral de la era neoliberal, sometida a la doctrina del “dame lo mío”, del “patrón” y del “su excelencia”, es difícil hablar de la importancia vital para la humanidad de esa condición inajenable de la persona y de los pueblos del mundo, que implica el respeto del otro, en condiciones de igualdad.

Vivimos en una época con muchos rasgos de la sociedad esclavista del pasado, donde más vale decirle al amo lo bueno que es, a cambio de sobrevivir a su lado (como un esclavo privilegiado), que romper cadenas y tomar el camino cimarrón de la dignidad, siempre de riesgo mortal. La historia dominicana está llena de ejemplos de dignidad: Luperón ante el invasor español, Minerva frente al trujillismo, Caamaño ante el ejército norteamericano. Retomar esa memoria democrática de nuestro pueblo es necesario para restituir la dignidad como valor y actitud fundamental para un verdadero cambio social y una convivencia virtuosa.