POLÍTICA Y CULTURA
La democracia dominicana no es una ficción
“La República Dominicana, una ficción”, escribió en el siglo pasado, el politólogo e intelectual dominicano, Juan Isidro Jimenes Grullón. Recuerdo sus ponencias todas las semanas ante un grupo de estudiantes que lo visitábamos en su hogar para escuchar sus magistrales enfoques Aludía el politólogo al pasado arrítmico del país y a su inconsistencia democrática. Lo de ficción era concerniente a la maleabilidad orgánica de sus instituciones, a la carencia de referentes sociales y a la inestabilidad constante del Estado nacido en 1844, concerniente a la crisis de gobernabilidad desde su fundación. La definición teórica de ficción no infería la inexistencia del Estado, no pretendía anular la articulación del Poder, sino delatar su debilidad orgánica, su carencia de construcción aludida a la inmadurez democrática, el rezago y la desigual correlación de sus mandatos constitucionales. Un fantasma asolaba el Estado y provenía de su exigua práctica democrática, dando origen a tiranías y dictaduras así como inestabilidades y motines carentes de gloria y permanencia social estable. En esa herencia del caudillismo de “concho primo” radica la caricatura democrática de la segunda mitad del siglo 19 y gran parte del siglo 20. Ahí también se identifica el abuso intervencionista, la fragilidad del concepto como categoría orgánica social y los procesos vividos a todo lo largo del siglo veinte, lucha entre democracia y dictadura. Ahí, como contraposición histórica viable el surgimiento de los valores patrios y la concreción de la nacionalidad.
El mundo actual es un reordenamiento ambiguo de intereses e influencias económicas y politicas cuyo móvil inmediato está referido a modelos autoritarios o democráticos, incisivas variables de la movilidad e identificación de las grandes economías competitivas, de las luchas sórdidas por las áreas de influencia y por la relevancia del mercado, unido todo esto en el crepitar especulativo del comercio y la trata de beneficios. La ideología como tamiz insuficiente de los nuevos procesos de inversión y acumulación productiva. Desconocer el papel de la tecnología actual a niveles no previstos, castra la lucidez o aproximación del análisis objetivo y actualizado.
No somos una ficción como Estado, somos una variable sociológica correlativa a cambios profundos desde el punto de vista de la ciencia, de la tecnología y del propio reordenamiento político. Es en medio del caos doctrinario, que debemos justipreciar la utilidad funcional del Estado, débil o fuerte, que estaría asociado a la operatividad del modelo del sistema predominante, que asegure el despliegue de las fuerzas productivas y la racionalización efectiva de equilibrio y gobernabilidad. La democracia política dominicana, efectiva y real, batalla en todos los niveles contra males enquistados en la conformación social de clases e intereses especulativos. Gran parte de la economía actual navega bajos los resortes de la especulación del mercado, de su inestabilidad funcional como resorte y palanca, digamos que alcanza su mayor grado de operatividad bajo esas premisas de oscilación o bamboleo.
Es un verdadero acierto gobernar un país como lo hace el presidente Luis Abinader, moldeando todo el conjunto de fuerzas productivas, para preservar el equilibrio social sin permitir el quebrantamiento institucional, reajustando el modelo económico a la necesidad de una funcionalidad democrática básica, garantizando la paz social. La otra cara de la moneda es el caos dentro de las coordenadas actuales, tomando como referentes las hondas desigualdades ancestrales. Se trata de sobrevivir y avanzar moldeando la posibilidad de que República Dominicana, finalmente deje de ser en términos tanto teóricos como operativos, lo que el profesor Jimenes Grullón llamó una “ficción”. En este maremágnum del mundo actual, sobrevivir con cierta decencia, decoro y administración debida, ayuda y compromete el porvenir venturoso.