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Marileidy Paulino: la dominicanidad enorgullecida

Iniciando este escrito la indignación amenaza. ¡Te embargo, te embargo!, decía.

No previó, sin embargo, la tozudez del optimismo: empujó para escalar a los altares y cúspides de aspiradas previsiones. Desde estas proclamó: Oye, ¡sigue guerreando, el porvenir existe y sólo tienes que invocarlo trabajando!

Casi sincrónica, Marileidy Paulino, corredora de dimensiones olímpicas que trae la dominicanidad orgullecida, logró, lejos, en las arenas parisinas, clasificar para la final de atletismo en 400 metros.

¡Waoo!, me digo y me parecen fugaces estos días. Algunos emergen desde las entrañas solares a pregonar lamentos y gemidos; otros, ilustran la diferencia entre las estirpes de los héroes y los simios.

Los atletas que han corrido 100 o 400 metros conocen qué indómita y titánica fuerza han de tener para hacerlo en 49,21 segundos. Los hombres, como Wayde van Niekerk, de Sudáfrica, en el 2016 impusieron una marca todavía insuperada: 43.03 segundos. Entre las mujeres, prevalecen los 47.5 que en 1985 impuso Marita Koch, de Alemania. La dominicana se planta a 1.71 segundos de igualarla.

¡Comiendo plátanos y yuca!

¡Con la piel negrita y el pelo “de púa”.

¡Andando entre rayos del sol y arrecifes!

Personas como Marileidy Paulino son ejemplo para que los debilitados por las tristezas decidan continuar guerreando. La vida y su argumento axiomático: cada dominicano puede ser el héroe que dentro lleva. Quienes se conforman con medrar y acumular canonjías y pertenencias satisfacen lo que su pequeñez les exige. Como se sabe, toda bagatela tiene la urgente pretensión de parecer gigante. Y se esfuerza en parecerlo, maquillándose. El primer recurso de los ridículos es amenazar a subalternos y empleados, a personas con menos “dicha”. Y a los visitantes. Siempre advierten: Oye, tengo una M4 en la Jeepeta. O, tanto como eso: Puedo irme a las trompadas con quienquiera.

Cultivar el talento en el deporte, los saberes, la civilidad en los modales y las artes en el espíritu y la vida es lucha y guerra tenaz y diferente. El adversario es el peor: tú. El cansancio, haraganería, el hígado gritando dolores y pinchazos… Sin embargo, el atleta, el héroe, el investigador, el maestro y el artista sin desmayar insisten. Igual Marileidy Paulino. Corre y empuja hasta que el aliento quiere gritar ¡Basta!, aunque calle y decida echar zancadas más largas, arrojos más intensos, esfuerzos más sublimes, imaginarios menos previsibles… Como si correr igualara el saber y este al crear y el crear fuera persistir… Al final de vivir o de morir se trata.

El deporte desarrolla integridad y fortaleza. Desde los albores de lo conocido como Olimpíadas en 776 a.C. anduvieron de manos deportes, artes y los dioses. Recorrieron los pedregosos territorios de Macedonia y Tesalia hasta escalar las cimas del monte Olimpo. Desde esta metáfora, fueron lugar alto de lo humano: residencia interior perfecta que “nos hace” divinidades: en el esfuerzo, la fortaleza, la perseverancia. En aquella Grecia el arte transformó en casi dioses a los atletas premiados en sus Olimpiadas. Adroclo de Mesino pisó la tierra que los escritores y poetas Homero y Sófocles pisaron. Las artes y el deporte tienen cuna común y ovaron en las faldas celestiales.