Cuando en 1989 el pueblo venezolano salió a las calles a protestar por el hambre que pasaba, fue masacrado por un gobierno “socialdemócrata” en el conocido “Caracazo”, sin mayores aspavientos de las élites del continente. Pero desde la llegada de Hugo Chávez al poder, en 1999, y de un proyecto político distinto al “Consenso de Washington”, Venezuela se convirtió en objetivo a abatir para los dominantes del mundo. Desde entonces, al proceso bolivariano no le han sacado el guante sus poderosos enemigos.

El domingo pasado, el chavismo obtuvo una nueva victoria electoral en medio de todas las aversiones. Y al igual que en el pasado, sectores y figuras de la derecha y del “conservadurismo progresista” regional enfilaron sus cañones, creando una matriz de opinión internacional hostil. Parece que todo gobierno que no se alinee en la dirección ideológica de los dominantes de siempre, sufrirá golpes de Estado, sabotajes económicos o persecución política. Pasó con Arbenz, Bosch, Allende, el propio Chávez, Zelaya, Correa, Lula, Dilma, Evo, Castillo. 

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