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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Y yo mismo, ¿qué digo de Pedro Arrupe?

En la Iglesia Católica, luego de los diez años de la revolución francesa (1789 – 1799), es decir, desde el inicio de los Estados Generales al golpe de Estado de Napoleón, convivían dos tendencias que perduran actualmente. Una, sacralizaba el viejo orden, añoraba los privilegios perdidos como si nada hubiera ocurrido; la otra, intentaba dialogar con las nuevas tendencias que afirmaban de buenas y malas maneras derechos fundamentales y la libertad ciudadana. En la Compañía restaurada, estas dos tendencias se manifestaron claramente ya en la década de los 1930. Por formación, Arrupe pertenecía a la disciplinada Compañía y la España tradicional, pero varias experiencias generaron en él la apertura al diálogo y la compasión.

Muy joven vivió el exilio cuando la Guerra Civil española (1936 – 1939) en cierta manera, Arrupe fue un refugiado en Bélgica. Durante la Segunda Guerra Mundial misiona en Japón, donde es vejado por ser extranjero, sufre prisión arbitraria. Su manera de gobernar como Provincial es cuestionada. Cuando sea electo General, en Japón se evaluaba su gestión de gobierno como provincial jesuita. Por sus prioridades, Arrupe será rechazado por algunos de sus compañeros y vivirá la sospecha y la condena de una parte de la jerarquía eclesiástica y del gobierno de la Iglesia.

Además de su carácter franco y abierto, Arrupe era un apasionado de la inculturación. La Bella explica cómo la inculturación acoge los elementos positivos de una determinada cultura y los ayuda a evolucionar.

En el actuar de Arrupe se expresa un amor por la Iglesia y la humanidad, especialmente los más necesitados, refugiados y pobres. A través de su oración y su devoción al corazón de Jesús, Arrupe se adentró en la compasión de la Santísima Trinidad revelada en el Hijo encarnado. Lo que sustentaba el compromiso de Arrupe fue el seguimiento de Jesús y junto con Él pasar de muerte a vida. Creía en el Señor y en la gente. Se adentró en la vida con esperanza.

Con 25 años, en 1970 almorcé con Arrupe en Roma junto con un grupo de visitantes. Al final me preguntó: Maza, ¿tendría unos minutos para conversar? Yo venía del teologado de Eegenhoven, Bélgica donde había divisiones respecto al método para enseñar teología. Calcando una actitud de Ignacio de Loyola, Arrupe me preguntó: Maza, ¿qué haría usted en esa situación?