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Reforma fiscal y transformación del gobierno

El tema de la reforma fiscal propuesto por el gobierno, el cual ha sido comentado, analizado, cuestionado, e incluso, hasta, demonizado por la opinión pública, constituye un argumento primordial; que ha de enfocarse correctamente, sin euforias ni prejuicios políticos, si realmente queremos ser un país orientado al desarrollado; y, así, alcanzar apropiados niveles de ingresos, crecimiento sostenido, mejora de la calidad de vida, equidad y solidaridad social, educación y salud de calidad, vías de transporte bien hechas no remendadas, regulación correcta del parque automovilístico y una tecnología al servicio del progreso nacional.

El gobierno ha de ajustarse a unos planes de desarrollo que no se logran al vapor, porque requieren tiempo y consenso, así como estrategias de nación y análisis validados y rubricados por los distintos gobiernos que se suceden en el país. Desistir del juego populista de pretender que los planes se ajusten a los gobiernos de turno, eso es sinónimo de: mediocridad, poca visión, egoísmo partidista y falta de conciencia nacional, que confirma el lema: “cada uno busque lo suyo”; así se compromete el desarrollo.

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, número 355, promueve el bienestar personal y nacional. Dice el documento: “Los ingresos fiscales y el gasto público asumen una importancia económica crucial para la comunidad civil y política: el objetivo hacia el cual se debe tender es lograr unas finanzas públicas capaces de ser instrumento de desarrollo y solidaridad... Las finanzas públicas se orientan al bien común cuando se atienen a algunos principios fundamentales: el pago de impuestos como especificación del deber de solidaridad; racionalidad y equidad en la imposición de los tributos; rigor e integridad en la administración y en el destino de los recursos públicos. En la redistribución de los recursos, las finanzas públicas deben seguir los principios de la solidaridad, de la igualdad, de la valoración de los talentos, y prestar gran atención al sostenimiento de las familias, destinando a tal fin una adecuada cantidad de recursos”.

Las estadísticas señalan que somos uno de los países que más ha crecido en Latinoamérica y el Caribe, pero también uno de los que menos ha aprovechado sus niveles de ingreso para un justo y real desarrollo humano. Lo mismo ocurre al compararnos a escala mundial. En conclusión: un país con excelente crecimiento económico, pero un deprimente desarrollo humano. La economía no está al servicio de la persona. Así lo comprueba la deserción escolar, la falta de empleo y la inseguridad social, la pobreza de los servicios públicos, la depredación del medio ambiente, el frágil régimen de consecuencia, la sordera y la ceguera de los servidores públicos, las nóminas abultadas y la duplicidad de funciones.

Constituye una vergüenza que generemos riquezas que no se revierten en una buena calidad de vida para los dominicanos. Además, se promueve una cultura peligrosa: robar al Estado sumas de dinero estratosféricas y acordar con el ministerio público dádivas monetarias, dejando a los corruptos impunes y superricos a costa del erario público. ¡Primero las personas!