MIRANDO POR EL RETROVISOR
Mis 30 años de ejercicio periodístico
Por mi mente jamás pasó la idea de que sería periodista. En el nivel primario me atraía la medicina, y al principio del entonces llamado bachillerato me apasionaban más los números que la lectura. Esa fue la razón de que, al terminar la secundaria, como era muy bueno en física y matemática, decidiera estudiar Ingeniería Electromecánica en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), carrera que abandoné en el cuarto semestre.
Tan obsesionado estaba con la ingeniería, que luego me matriculé en Ingeniería de Sistemas, en la Universidad Dominicana O&M, estudios que también aborté en el segundo cuatrimestre, pero en esta oportunidad por razones económicas.
Muy desilusionado porque no encontraba mi verdadera vocación, decidí realizar un curso de arte escénico. Y en medio del sueño de ser actor, un día me tocó escribir el guión y diálogos de un drama que debíamos presentar tres estudiantes. El instructor preguntó quién los había redactado y, cuando mis compañeros le dijeron que había sido yo, me dijo: “Redactas muy bien, por qué no estudias Comunicación Social”.
Ni siquiera sabía que esa era la nueva manera de identificar el oficio que el escritor colombiano Gabriel García Márquez definió como “una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad”. Pero rechacé de plano esa sugerencia, porque le razoné al profesor de arte escénico que no estaba hecho para “respirar gases lacrimógenos en medio de una protesta”, “aguantar empujones para obtener la declaración de un funcionario” o “arriesgar mi vida en la cobertura de cualquier hecho noticioso”, aunque sí leía con mucho interés cada día en los periódicos, las noticias surgidas de esos afanes y sinsabores profesionales.
Un día en que precisamente hojeaba el periódico, en una oficina de venta de seguros para vehículos de motor que heredé de mi padre, vi el anuncio de la Universidad O&M convocando a la apertura de un nuevo cuatrimestre. Y ahí estaba, la Comunicación Social en horario sabatino, ideal para alguien que evitaba a toda costa que sus estudios terminaran afectando sus ingresos económicos, ahora un poco más elevados que cuando dejé de cursar la segunda ingeniería.
Así terminé matriculándome en la Comunicación Social, motivado principalmente por la conveniencia del horario. Sin embargo, desde que cursé el primer cuatrimestre descubrí que había hallado mi real vocación, la profesión que me apasionaba.
Comencé a ejercer cuando estaba a mitad de la carrera. Dos reportajes que escribí para prácticas, mi profesor de esa asignatura, Oscar López Reyes, gestionó que fueran publicados en el periódico vespertino “La Noticia”, y otro de mis catedráticos, Héctor Tineo, me dio luego la oportunidad de coordinar un noticiario en Radio Educativa Dominicana, donde había sido designado director del espacio informativo.
Algunos colegas de mi generación aseguran que tuve suerte por el ascenso meteórico en la profesión. De pasante a periodista de cierre en el diario El Caribe, y con apenas un año de “carga palos”, ascendido a la posición de Jefe de Información de ese matutino.
Nada de suerte. Tuve excelentes tutores, como Felipe Ciprián en el periódico El Caribe, el mejor profesor que he visto fuera de las aulas y de quien aprendí a acuñar la ética periodística como mi más valioso tesoro. Pero también influyó la humildad para aceptar las correcciones que me permitieron pulir con la práctica la teoría que recibí en las aulas de mis calificados profesores.
Desde mi etapa de estudiante y como periodista bisoño, asumí como norte ese trípode que me ha permitido ir escalando posiciones durante estas tres décadas de ejercicio: Responsabilidad, disciplina y pasión. Siempre les digo a mis estudiantes que no me considero un profesional talentoso -aunque gran parte así lo piense por cariño y consideración- sino un trabajador incansable que ha ido rebasando deficiencias, puliendo las fortalezas alcanzadas y asumiendo cada tarea, por insignificante que sea, como un ejercicio de superación.
Puedo decir que el diario El Caribe fue el crisol del ejercicio, Noti-Tiempo de Radio Cadena Comercial el interregno en que viví la emoción de la inmediatez y en mi actual casa Listín Diario alcancé la graduación con la orfebrería de un periódico.
Durante estos 30 años han ido casi en paralelo mis dos grandes pasiones: el ejercicio del periodismo y la formación de futuros comunicadores, quienes tras superar el tamiz de mis aulas, ahora se han convertido en parte de mis satisfacciones profesionales, al verlos cosechar éxitos y reconocimientos en el ejercicio de la carrera.
Por esa razón, no olvido que fui estudiante y periodista de planta, ahora que soy ejecutivo de medio y profesor universitario, para evitar caer en la falta de comprensión con quienes abrazan los mismos sueños y anhelos que yo forjé cuando me formaban y encaminaban.
A la hora de transmitir conocimientos, no soy mezquino, pues estoy firmemente convencido de que el relevo vendrá algún día, y de que una acabada capacitación es el mejor legado que podemos dejar a las futuras generaciones que tocarán el pandero del periodismo.
He aprendido también con el tiempo la importancia de la humanización del trabajo en las redacciones que no viví, porque a los periodistas de mi generación nos inculcaron hasta el tuétano que “hay horario de entrada, pero no de salida” y que “no se suelta un servicio hasta que termine” porque somos “24/7/365” y 366 si el año es bisiesto.
Si me preguntan sobre mi mayor logro durante estas tres décadas de fascinante ejercicio que cumplí el mes pasado, diría que salir airoso frente a los múltiples intentos de intimidarme o seducirme. Con salarios bajos y en ocasiones decentes, pero siempre insuficientes, nunca he sucumbido a las tentaciones del oro corruptor con el que han intentado infructuosamente doblegar mi integridad.
El reconocimiento a mis padres por la acrisolada formación hogareña que me dotó sin dudas de una sólida armadura moral y ética, pues como apunta la tan citada reflexión del periodista y escritor polaco, Rysard Kapuscinski: “Para ser un buen periodista, hay que ser ante todo una buena persona”.
Durante mi ejercicio nadie puede encontrar un solo trabajo periodístico de cualquier género, pero especialmente en la opinión, que muestre un elogio vano hacia algún presidente de la República, un funcionario público, político, empresario u otra persona con poder o influencias en la sociedad.
Las veces que he dejado entrever parcialidad han sido para colocarme del lado de los segmentos más vulnerables de la sociedad, aquellos con poco espacio en los medios de comunicación para canalizar sus anhelos, inquietudes, carencias y sed de justicia.
Como lo definió tan acertadamente el Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez: “Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso, podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente”.
Treinta años después, ni la bata de médico, ni los diseños del ingeniero o las tablas de un escenario, se comparan con la pasión de oler gases lacrimógenos, soportar empujones y las tantas veces que arriesgue la vida en el ejercicio de una profesión, en la que he persistido y que me sigue retando, como el primer día.