SIN PAÑOS TIBIOS
Entre el sueño y la vigilia
Durante su breve e insignificante paso por la tierra, los humanos han hecho de cada etapa un referente que sólo le sirve a ellos, porque la naturaleza ni se entera de la diferencia entre prehistoria e historia, por ejemplo.
Constantemente abjuramos de nuestra condición animal a la par que renegamos de nuestra condición de mamíferos, mientras nos delectamos creando categorías mentales y constructos sociales que pretendemos imponer a una evolución que no deja margen de dudas en torno a nuestra naturaleza, como cualquier taxónomo podría atestiguar.
Prescindiendo de lo social y circunscribiéndonos a lo biológico, el ciclo es simple: toda especie nace, crece, se reproduce y muere. Lo demás son subterfugios y toda acción obedece al propósito reproductor, nada más. En ese esquema, el sueño cumple una función reparadora esencial que nos permite recuperarnos, descansar del diario trajín, mantener el sistema endocrino en condiciones óptimas, relajar el consciente, y hacer más llevadero el estrés emocional que supone vivir en sociedad junto a otros sapiens.
Justo cuando la humanidad dispone de herramientas, recursos y conocimientos que le permitirían reducir las preocupaciones que siempre le han atormentado –alimentación, vivienda, seguridad, salud, etc.– y que incluso un mínimo vital es accesible, vivimos una epidemia generalizada de insomnio colectivo. Hoy día, dormir bien constituye una bendición para quien puede hacerlo normalmente, o un privilegio de clase para quien puede acudir a somníferos, terapias, citrato de magnesio, melatonina… o –los menos agraciados– tilo, valeriana, lavanda, etc.
En esta época de inmediatez compulsiva; de estrés laboral y económico; de mensajes de WhatsApp que generan angustia cuando quedan en visto; de una crisis generalizada de salud mental; del banco llamando para cobrar; de intentar llegar a fin de mes; de luces encendidas toda la noche; de ruidos, bocinas, bares abiertos; alcohol a granel y un sinfín de distracciones… lograr dormir cada noche es una victoria cotidiana; y hacerlo por siete u ocho horas de corrido es una maravilla; porque apagar la luz de la habitación, quedarse en la oscuridad y poder conciliar sin preocupación el sueño es el gran desafío de este tiempo.
Luego está que ese sueño sea de calidad, reparador, confortable, y que podamos despertar en la madrugada descansados, sin los problemas o pensamientos obsesivos que nos persiguen desde la noche antes, aunque después –en la tranquilidad del alba–, tomando café y escuchando el trinar de los pájaros, leamos las noticias y en menos de 30 minutos nos carguemos de energía negativa, preocupaciones y frustraciones ajenas, mientras Twitter nos envenena al alma con toda la mezquindad humana que nos muestra.
Pero no hay de otra, así que toca echarle ganas al viernes, aunque falte poco para el lunes… y sólo queda cerrar las pantalla del celular, respirar hondo, apurar el café, pensar en ella de nuevo y salir a la calle –otra vez– a lo mismo. Y así, todos los días.