mirando por el retrovisor

El tránsfuga “pródigo”

Jesucristo, el hijo de Dios, solía ser franco y directo, pero también en muchas ocasiones hablaba por parábolas para exponer verdades más profundas y cargadas de una reflexión celestial.

Era su manera de retar la “sabiduría” de los escribas, fariseos y doctores de la ley, tan prestos a cuestionar sus enseñanzas y hasta su condición de enviado del Padre.

Pues una de sus parábolas más controversiales es sin dudas la del hijo pródigo, a tal punto de que en la versión “Biblia anotada de Scofield”, editada por el reverendo estadounidense Cyrus Ingerson Scofield, éste utiliza el título “Parábola del hijo perdido”, en lugar de pródigo, porque lo considera un término más ajustado a la esencia del relato.

Esa parábola (Evangelio de Lucas 15:11-32, Reina-Valera 1960) narra la historia del padre que tenía dos hijos, y el menor exigió recibir por adelantado los bienes que por herencia le correspondían. Así lo hizo el padre, pero ese hijo derrochó rápidamente esos bienes viviendo perdidamente.

Cuando se vio sin dinero y en una situación tan precaria que incluso hasta deseaba ingerir la comida que suministraban a los cerdos, el hijo pródigo o perdido, decide regresar a su casa a trabajar para su padre como un simple jornalero.

La parábola es controversial, porque muchos cuestionan la actitud del padre que recibe gozoso al hijo botarate y hasta organiza una fiesta por su regreso. Y esos también se identifican con el hijo mayor que se enfada al ver como su padre recibe con júbilo a su hermano que malgastó su parte de la herencia, pero él que ha sido fiel “en las buenas y en las malas” con su progenitor, no ha recibido el mismo trato.

Otros defienden la actitud del padre, porque como expone el cantante panameño Rubén Blades en la salsa titulada “Amor y control”, todo el que tiene hijos entiende que “el amor de padre y madre no se cansa de entregar”.

Algo parecido ocurre al enjuiciar el transfuguismo político, para algunos un ejercicio de la democracia que garantiza el derecho de una persona a cambiar de partido o de ideología en cualquier momento, pero para otros una despreciable manifestación de traición y deslealtad política.

En nuestro país el tema es controversial, como la citada parábola, porque los “agraciados” o “perjudicados” con la acción del tránsfuga, lo juzgan según estén en el poder o la oposición. Al igual que otras prácticas que han ido menoscabando a un ritmo acelerado la credibilidad de los partidos políticos, como la compra de conciencias, el uso de los recursos del Estado en las campañas electorales, la repartición de dádivas para obtener el favor político, el fraude y hasta la compra de los árbitros de un proceso comicial, el transfuguismo se justifica porque quienes estaban antes también lo utilizaron entronizados en el poder.

Lo negativo del transfuguismo en República Dominicana es que, pocas veces, está basado en principios y valores del que cambia de partido o, en el peor de los casos, se marcha con todo y cargo público hacia otra parcela política. En casi un 100% de los casos se trata de oportunismo político.

Y lo más cuestionable de la dirigencia de esas organizaciones que han abandonado los tránsfugas es que suelen recibirlos con júbilo y hasta fiestas, como al hijo pródigo, si más tarde deciden retornar, especialmente cuando ven que ese partido ha recuperado sus opciones de poder.

Y ahí está la marcada diferencia entre el hijo pródigo de la parábola y el tránsfuga dominicano. El hijo pródigo le dijo al padre avergonzado y realmente arrepentido: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros”. Cuándo se ha visto a un tránsfuga al retornar a su organización pedir perdón por su error y decir: “Le he faltado al país y a mi partido, quiero comenzar desde cero, como un simple militante”. Todo lo contrario, jamás reconocen su falta y pretenden volver con cargos hasta superiores a los que ostentaban cuando se marcharon, en detrimento de dirigentes que se mantuvieron fieles a sus partidos en los momentos más difíciles.

Justo es reconocer que no todo disidente debería ser considerado un tránsfuga cuando abandona su partido, pero el mayor cuestionamiento a esta práctica es que nunca emigran hacia una organización emergente o cónsona con los principios que esgrimen al marcharse, sino hacia la entidad política en el poder o con mayores posibilidades de lograrlo. Un disidente por principios dejaría el partido y también el cargo electivo que logró en su organización, para solo citar el ejemplo de un cambio que sería digno.

El transfuguismo siempre ha sido en República Dominicana un bochornoso espectáculo de “vendetta electoral”, aunque en el actual proceso, con comicios municipales ya realizados y a una semana de las elecciones presidenciales y legislativas, ha alcanzado niveles nunca antes vistos en el país. Y el más evidente ejemplo de que es así, fue el caso de una candidata a alcaldesa en Santo Domingo Este por un partido opositor, quien renunció a sus aspiraciones por esa organización 48 horas antes de realizarse las elecciones municipales del pasado 18 de febrero. Y claro, se arrimó al candidato con mayores posibilidades de triunfo.

William Randolph Hearst, el periodista y magnate estadounidense de medios, conocido por usar sus periódicos como instrumento político y cuya vida fue llevada al cine por Orson Welles en la película ganadora del Óscar “Ciudadano Kane”, dijo que “Un político hará cualquier cosa por conservar su puesto. Incluso se convertirá en un patriota”.

El líder del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), José Francisco Peña Gómez, muy recordado la semana pasada por cumplirse 26 años de su muerte, nos dejó una implacable reflexión al respecto cuando planteó que “Quien renuncia a sus principios y entrega su honor es un cobarde y el que renuncia a ellos por conveniencia o ventajas pasajeras, es un traidor”.

Con el tránsfuga siempre estará la suspicacia de que el dinero o la oferta de poder político influyeron en su decisión, aunque intente revestir su decisión de convicciones.

Lastimosamente, vemos como el tránsfuga muere moralmente tantas veces como cambia de color partidario, renunciando a su honor, valores y principios.

Y la verdad “monda y lironda” es que ningún partido con mayoría legislativa o desde el Poder Ejecutivo se ha interesado en ponerle control al transfuguismo, adoptando normas puntuales que sancionen esa perniciosa práctica, porque todos se han beneficiado de este degradante fenómeno político.

Pero si queremos ir sentando las bases de un ejercicio político ético en el país, un primer paso sería ponerle freno al transfuguismo camuflado de disidencia motivada en reales principios.

Y ojalá no lo haga un partido que asuma la misma actitud del tránsfuga. Ponerle límites a esa malsana práctica cuando vea inminente su salida del poder, para evitar que el que venga después le aplique el martillo cuando pase a ser clavo.

Como reza la citada salsa de Rubén Blades “mucho amor” para entender al disidente por auténticas convicciones, pero “mucho control” con el tránsfuga al que solo lo mueve el oportunismo.