Desde mi pluma
No puede esperar
Un día cualquiera en la ciudad de Santo Domingo, especialmente en horarios neurálgicos para desplazarse o en las famosas “horas pico”, incluye un caótico tránsito.
Se trata de una realidad que no podemos ignorar porque nos afecta a todos de manera directa o indirecta, porque trastorna nuestros horarios y hasta nuestra salud mental.
Imaginen ahora este panorama agravado por los intensos aguaceros acaecidos en los últimos días.
Pasamos en cuestión de minutos de un tránsito caótico a uno colapsado porque basta con pocos milímetros de lluvia para que se ponga en evidencia el desastre de drenaje pluvial de la capital.
Esta situación eleva las posibilidades de inundaciones urbanas y peor aún, representa un gran peligro para la vida de los ciudadanos.
No hace falta tan siquiera hacer mención de los estragos que provoca el deficiente drenaje pluvial pero sí hace demasiada falta insistir en que la resolución de este problema es prioritario.
Hace mucho que el drenaje pluvial dejó de ser un asunto de índole municipal pues se ha demostrado que el tema les ha quedado grande por alguna razón u otra, por lo tanto es el Estado quien debe asumir y tomar cartas en el asunto.
Es necesario insistir en esto último, porque las lluvias en Santo Domingo se han convertido en un motivo de desasosiego, incertidumbre e incluso pavor, un riesgo para nuestra seguridad y en una prueba fehaciente de la ineficiencia de nuestras autoridades.
Ninguna gestión puede considerarse exitosa cuando se exhibe este desastre.