Milagros Ortiz Bosch

Una sola palabra, un noble sustantivo que en los últimos años muchos dominicanos hemos pronunciado con nostalgia, resume para mi la personalidad humana y política de Milagros Ortiz Bosch.

Esa palabra es honestidad. Honestidad en la vida publica y privada, en una realidad que ella misma, desde muy joven, encaró como algo puro y armonioso, como si fuera una realización existencial en la que ética y estética se funden en un solo principio rector. Un infortunado jurista de mi generación, José Duran Fajardo, solía fantasear en la culminación de sus discursos jurídicos con un adagio latino que Milagros Ortiz Bosch imagino ha adoptado como lema: “Estética ética est”.

Su vida, es lo que intento explicar, es una suma existencial de todas la formas clásicas de la convivencia regida, eso si, por el sentimiento, la claridad y la belleza. Todo su trajinar equivale a una larga meditación sobre lo existencial y la fugacidad del tiempo, así como un testimonio de fe, no bajo los sermones de Heidegger, sino en la condición trascendente del concepto kantiano y su argumentación acerca del espacio y el tiempo. Para quien escribe, la admirable vida de Ortiz Bosch reside en haber asumido la tenacidad como su verdadera musa y su única retorica. Perseverar en la prosecución incesante de la libertad, de mejor democracia, y bienestar social, ha sido en cierto modo su hábitat y lo vive como quien contempla el mundo, serena y lucidamente desde la orilla de su propia identidad y bajo el emotivo artilugio de un compromiso constante con ella misma, con su entorno y con el propio lenguaje de lo social.

Llegado a este punto pienso, de manera fugaz, en el ayer de sus funciones públicas y me orillo en el menudo hilo de la mezclilla legislativa para resaltar el cargo de senadora de la República, ejercido sin ningún eco de banalidad ni de reminiscencia de exclusión o de parcialidad grupal.

Fue una curul para la historia, atiborrada de charlas en clubes barriales, reuniones inacabables para empoderar, en el ejercicio de sus derechos fundamentales, a la mujer dominicana, visitas oficiales a la elite empresarial, conversaciones con los lideres opositores, en lo que destaca, Joaquín Balaguer, para lograr un fin legislativo común y finalmente, de su propia autoría, como para sentirnos altamente orgulloso de su destino, la ley 24/97, que introduce modificaciones significativas al Código Penal Dominicano.

Igual desempeño tuvo cuando ejerció simultáneas funciones de Vicepresidenta de la República y Ministra de Educación. Allí, en ambas instituciones, aun perduran el rastro de su talento, su sensibilidad y su conducta ejemplar.

Y es que la indiscutible excelencia moral de esta mujer consiste en la concepción del dogma de la sinceridad y en el hallazgo de su profunda humanidad, como si su espejo transparentara la predica verbal de Rubén Darío: “Sensación pura y sin falsía, y sin comedia, y sin literatura… si hay un alma sincera, esa es la mía.” Por ultimo y para ir poniendo termino a estas palabras que son, sin dudas, un tenue reflejo de la admiración que siento por la maestra, advierto que la función que hoy ocupa, directora de Ética Gubernamental, por encima del presente, casi siempre acuciante, sobresalen en su gestión, las manifestaciones más fieles y cara a su espíritu.

Creo, sin temor a equivocarme, que ella, peldaño a peldaño, como la labor tenaz del alfarero, y como digna cultora de lo ético, está construyendo, dentro de la obra de gobierno de Abinader, la más alta lealtad a una vocación moral en lo público: La institucionalidad de la cultura de lo ético en lo gubernamental.

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