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MIRANDO POR EL RETROVISOR

El primer y único muerto

El pasado jueves una novel periodista me dijo con un dejo de tristeza que había visto su primer muerto en la cobertura de un hecho noticioso. Fue un obrero haitiano que cayó del quinto piso de un edificio en el sector Miraflores del Distrito Nacional.

Le confesé a la joven comunicadora que, paradojas de la vida, “mi primer muerto” en el ejercicio de la profesión fue en circunstancia parecidas, hace casi tres décadas, con el caso de un obrero haitiano que falleció al colapsar también un inmueble en construcción.

Pero ese mismo día, también se me acercó un chofer de prensa para informarme como había terminado el caso de su hijastra con un serio problema óseo que afectó su femoral y quien ameritaba una cirugía que no cubría su seguro. Su caso fue difundido en Listín Diario y ya la joven fue operada y recibe actualmente terapias para completar su recuperación.

Así es el ejercicio del periodismo, se oscila entre la tragedia y la alegría, lo sublime y lo ridículo, la empatía y la indiferencia, la opulencia y la extrema pobreza, la verdad y la mentira, en fin, navegas en medio de esos extremos y medianías que inciden en tus propias emociones.

Esas experiencias fueron en medio de una estresante jornada de trabajo que incluyó la revisión por ratos del acontecer nacional e internacional, a través de las redes sociales, ese nuevo termómetro que ahora también norma nuestro ritmo de trabajo en las redacciones.

Y ahí pude notar el predominio, con sus extremos a plenitud, pero con inclinación hacia lo más negativo, de lo que en todo mi ejercicio periodístico me provoca el mayor hartazgo emocional: Las campañas electorales. ¿La razón? Debes soportar y, lo peor, observar luego publicadas en medios de comunicación, mentiras, medias verdades, falsedades, manipulaciones, promesas imposibles de cumplir y la ostentación de logros tan apartados del real sentir ciudadano.

La realidad es que el deterioro de la credibilidad de los partidos y la degradación de su liderazgo político alcanza el mayor grado de putrefacción durante los procesos electorales, en medio de la búsqueda o la preservación de un poder que finalmente se ejerce divorciado del bien común.

Y el curso de una campaña electoral determina posteriormente el ejercicio del poder. Si los partidos recurren a las malas artes en esta etapa definitoria de cargos públicos, pues nadie espere que al frente de esas posiciones su accionar será distinto.

En mi caso particular, las expectativas de que el país podría tener un gobierno mínimamente eficaz, se diluyen en medio del fragor de la insustancial campaña electoral y al ver el accionar de los políticos.

Joaquín Balaguer, en medio del proceso electoral después del llamado período de “Los doce años”, dijo que anhelaba retornar al poder para realizar el gobierno que soñó desde niño. Logró volver, pero siguió con el mismo estilo de gobierno que le caracterizó en sus administraciones anteriores.

Y otros, para conservarlo tras un primer período, apelan al sentimiento ciudadano, esgrimiendo el discurso de que un único es insuficiente para completar la obra de gobierno que se trazaron.

El politólogo español y catedrático de la Universidad de Salamanca, Manuel Alcántara Sáez, un estudioso de los partidos y sistemas políticos, plantea la relación que existe entre democracia y la calidad de los políticos.

Y reflexiona sobre la enorme cantidad de políticos fracasados o que han terminado en el mayor de los desastres, simplemente porque, sin importar la cantidad de años que gobiernen, se olvidan en el cargo de la irrepetible oportunidad que tenían de dejar un legado histórico a sus ciudadanos.

“Los partidos, en una carrera constante para incrementar su poder, a la vez que conseguir satisfacer la ambición de sus militantes o compañeros de viaje, proyectan su influencia en numerosos ámbitos de la vida pública siendo la expansión en el terreno de los cargos la más explícita”, plantea el experto.

Claro, en el actual proceso electoral para las elecciones del próximo 19 de mayo, justo es reconocer que algunos candidatos jóvenes, de uno y otro sexo, y de partidos emergentes, han desarrollado una campaña con altura en base a propuestas, muy alejada del comportamiento de la partidocracia tradicional.

El psiquiatra, filósofo y escritor italo-argentino, José Ingenieros, reflexionó al respecto que “Si el hombre aplica su vida al servicio de sus propios ideales, no se rebaja nunca. Puede comprometer su rango y perderlo, exponerse a la detracción y al odio, arrostrar las pasiones de los ciegos y la oblicuidad de los serviles; pero salva siempre su dignidad”.

Retomando lo expuesto al principio como colofón, en su ejercicio profesional, el periodista será testigo de muertes, dolor, sufrimiento, necesidades, pero también puede ser instrumento de cambios a nivel particular y para garantizar cada día sociedades más justas y equitativas.

De ahí que sus emociones, como el caso de la joven comunicadora que ya vio su primer muerto en el ejercicio, fluctúen entre los sinsabores y las satisfacciones profesionales.

Es seguro que el caso del haitiano que falleció al caer del quinto piso de un edificio en construcción no será su “único muerto”, pero en sus manos también está marcar la diferencia con la generación de historias que muestren el lado noble de la profesión que eligió.

Igual pasa con los políticos, pueden marcar la diferencia –sin importar los años en el poder- con un ejercicio que satisfaga los anhelos de progreso en armonía de un país o, por el contrario, signado por los desaciertos que solo generan desilusión y retroceso.

Y como ya ha ocurrido con otros, ese período se podría convertir en su “primer y único muerto”, un solo ejercicio gubernamental que pase con muchas penas y sin ninguna gloria, perdiendo la oportunidad de ser un ente que inspire a quienes en el futuro sigan sus pasos.