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Reminiscencias

El parquecito Doña Narcisa, un lugar de silencios y recuerdos

Qué buena y mansa va la primavera. Sus lluvias de abril fueron balsámicas y calculadas, como parte de un plan de siembra del Señor. Sólo se alteraba su paz certera cuando llegaban desde los pueblos envueltos en redes las noticias sórdidas de los desencuentros del mayo pendenciero.

Qué contraste tan sublime entre el silencio del parquecito de la Cruz, donde me siento a recordar mi madre, cuyo nombre lleva, y el holgorio de los relatos de las redes acerca de las bizarras guerras de debates estériles.

El escándalo, como siempre, dejando su estela de intrigantes y falsas promesas; huyendo de los verdaderos temas; por eso es tan provechoso y bueno descansar en el silencio de aquel parquecito de ensueño.

Mayo, es posible que no sea tan manso como el abril de esta primavera. Si bien podrían faltarle sus lluvias por los regaños del cambio climático de la tierra, se pensó que podría llegar el tremedal de las bregas del poder en subasta ciega.

No ha sido así. Mayo entró con sus lluvias de siempre y ojalá aleje sus tragedias.

Hoy, cuando escribo, pienso lo mismo que en el reciente 24 de abril; me sobrecogen los recuerdos: el heroico del ´65 y el del ´84 como sepulcro del descontento. Más aún, me asalta el temor de lo que viene como presente y los peligros de nuestra Independencia, por lo que no puedo evitar la sensación de que debajo de esta primavera estén los volcanes de los peores riesgos.

En verdad, no sé bien todavía el destino de nuestro pueblo y creo que no me queda tiempo para verlo; quizás por ello me enterneció tanto este abril de primavera, orando en el parquecito de la Cruz Doña Narcisa, donde hay paz y bondad en abundancia, bien lejos espiritualmente de las discordias internas, aunque muy atento al otro litoral supremo, el de mi Patria, tan gravemente expuesta a perecer por obra de las maldades e incomprensiones de los nefandos poderes de la Tierra.

Desde el parquecito de la Cruz confieso que mi beligerancia fue tan intensa en las luchas públicas que no me dejan de asediar recuerdos muy acuciantes de aquellos tiempos. Me parece oir mis discursos y conferencias en el hondón de mi conciencia, por encima de la paz de ese silencio. Mi madre fue esencial para rebotar lo tóxico que quedaba y sus consejos, sus sufrimientos hondos pero pacientes, se sumaban milagrosamente con el estoicismo y la cordura solidaria de mi esposa muerta, que fuera su otra hija entrañable.

Recuerdo que al pronunciar mi conferencia “Tenencia de tierra, tensiones sociales y marginalidad”, las tuve muy presentes, cuando antes de morir mi madre en el año ´80, me dijera: “Hijo, me preocupa tu arrojo y sé que eres como tu padre de impetuoso; pero cuídate, que puede ser que no se cumplan tus pronósticos y ¿cómo te vas a hacer para vivir luego? Esos intereses que tú enfrentas son poderosos y te harán algún daño; ellos podrían tener razón”. “Madre”, le respondí, “esos no aciertan ni por error siquiera; ni equivocándose suelen hacer cosas buenas.”

Mi esposa expresaba su apoyo muy risueña, a pesar de que yo sabía que su preocupación no era diferente a la de su otra madre.

En efecto, después de terminar aquella Conferencia me llamó al día siguiente un amigo de ese litoral, de los buenos, y me dijo: “Me cuentan que acabaste con nosotros por egoístas y ciegos; ten cuidado que hay muchos que te pueden marcar como un jugador peligroso, tal como ocurre en el fútbol o en el basket y no te dejarán pasar nunca, menos con tu partido”. Lo decía de buena fe; era mi amigo. Le dí las gracias y le dije: “Espera el tiempo que él dirá la última palabra.”

Yo estaba muy resentido de cómo se habían malogrado los altos propósitos del Programa Agrario y debo decir que días después, cuando se encendió la hoguera de la rebeldía popular del otro 24 de abril, al día siguiente aquel amigo tuvo la humildad de reconocerme razón y terminó por decirme: “Tú tienes razón, somos unos ciegos incapaces de comprender lo que es verdaderamente el pueblo”.

Sus mayores habían desarrollado una empresa de fomento agrícola formidable, estratégica, incluso, porque el cultivo de su producto de la tierra era de una aceptación total, particularmente en la frontera.

Sin embargo, al desaparecer los viejos se optó por el abandono de esa tradición tan prestigiosa y se optó por el barquito tanque que traería desde el exterior el producto semi elaborado porque así se economizarían gastos tremendos de transporte.

Una transformación miope del lucro aumentado en los dueños, porque quedaban abandonadas millares de heredades y dispersos sus trabajadores y dueños, que fueran un ejemplo glorioso de la producción agrícola nacional.

El fratricidio del otro Abril de Gloria frente al poder extranjero fue otro recuerdo y creo ver en él síntomas y signos de que ante lo de hoy, que es peor como dolor, la pérdida de la patria misma, según la trama del Crimen Internacional bajo siniestros diseños, no carecerá de los bríos y el honor de su pueblo.

Abruma el pensar en esos riesgos de gran daño, pero un Presidente colombiano nos ha mostrado el espejo. Es por ello que me decido a incluir el único tema indispensable nuestro. Dios proveerá, como siempre nuestra suerte.

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