SIN PAÑOS TIBIOS
Esas simples cosas
Somos seres de costumbres, bestias a las que el azar evolutivo las hizo descender de los árboles y caminar erguidas sobre la inmensa llanura africana. El viaje que nunca acaba, el que comenzó con un primer paso y hoy nos ha llevado a más de 24 mil millones de kilómetros de distancia -a lomos de la Voyager 1-, al borde del Sistema Solar. Aún así, seguimos siendo lo que somos: homínidos gregarios que, pese a actuar en colectivo -como clave de su supervivencia-, no rehúyen a su condición de individuos mientras buscan respuestas a problemas que no tienen, y rebuscan en su interior cuando intentan desentrañar el porqué de las cosas.
Quizás porque somos capaces de tocar con la misma mano los pliegues del manto de Dios o la punta de los cuernos del demonio, podemos aspirar a lo sublime con la misma entereza y pasión con que desbrozamos lo simple; esas pequeñas cosas que nos encuadran en la manada; los rituales que repetimos cada día para confirmar nuestro sentido de pertenencia, pero también nuestra identidad arrebatada.
En el tiempo que vivimos, la individualidad es, acaso, el más preciado tesoro. Lo que nos distingue del resto nos hace únicos, y por ello vale la pena sublevarse contra lo ordinario y cotidiano. El riesgo de ser diferente a la manada siempre será la expulsión de la manada. Eremita, asceta, mendicante, brujo, loco, inadaptado, minoría… da igual, cada época describe lo mismo con un sustantivo diferente. La trascendencia es un acto en sí mismo revolucionario, pero a veces, trascender puede ser el resultado de acciones simples, y para nada épicas, tal como la historia nos hace creer.
No hay mayor epopeya que la de intentar ser uno mismo, y más ahora que la sociedad esta decididamente opuesta a ello; y no como lo hacía antes, por medio de la coerción, el terror, el partido único o la amenaza inminente de violencia; no, ahora es el mercado quien impone las reglas y los sometidos asumen la condición con gusto, pasión y agrado. El chuchazo de dopamina cotidiano se encuentra en cualquier estímulo ordinario, oculto bajo cualquier simpleza, como pasarse horas viendo series, haciendo scroll en la pantalla del celular, wasapear con la persona que podemos llamar o verla personalmente, etc.
Estamos en una bisagra temporal, un cambio de paradigma comunicacional que es, en realidad, relacional; porque las nuevas formas de comunicación interpersonal que vemos apenas son una pálida imagen de lo que está por venir… lo que verán nuestros hijos.
Aun así, antes de fundirnos diariamente con la masa amorfa que busca desesperadamente sin saber qué busca, comulgamos con nuestros pequeños rituales cotidianos, los que nos recuerdan que somos individuos únicos. En mi caso: colar el café mientras el sol se asoma en el horizonte y pensar en la nada, sintiendo la plenitud de ese único momento en el que el primer sorbo nos hace sonreír y nos recuerda que estamos más vivos que nunca.