Umbral
Vinicio Castillo, la narcopolítica y el narcoestado
Hace algunos años hice una visita al doctor Vinicio Castillo. No recuerdo la razón que me llevó a su despacho, sin embargo mantengo fresco en mi memoria que un comentario suelto, en el marco de nuestra conversación central, fría y descafeinada, dio un giro a la plática. Una palabra que pareció mágica y afloró con cierta timidez de mi voz, alteró la postura y el ánimo de mi interlocutor, cambiando el ritmo del diálogo que se hizo monólogo, pero monólogo vivo, con carácter de aula superior: había aparecido el maestro tras la provocación del visitante que no imaginó que al hablar de narcopolítica y mencionar un partido y algunos nombres de políticos señalados por el rumor público como narcos, trasladaría el diálogo de la oficina a la academia.
Poseído por la pasión y con aire paternal me ¿enteró? de que no sólo “aquel partido estaba infestado de narcos” sino que en el mío comenzaba a emerger una figura “peligrosa” que aspiraba a diputado con todas las posibilidades de ganar. Aquella “revelación” no se quedaría en las cuatro paredes que escuchaban atentas la voz que corría en una sola dirección, ya que meses después, con la responsabilidad que ha caracterizado su lucha contra el negocio de las drogas, hizo pública, desde su plataforma comunicacional “La respuesta”, la preocupación que me externó en ese momento, a la que no me referiría de no haber sido porque la compartió una y otra vez fuera de la intimidad de aquel despacho sobrio y atiborrado de libros que reposaban erguidos en sus estantes como si se sintieran responsables de toda la sabiduría que el doctor Castillo” derramaba frente a sus visitantes.
Con aire teatral comenzó a explicarme por qué el negocio de la droga podría avanzar, penetrar en los partidos, y desde estos, asaltar el Estado, lo que provocaría una situación de violencia que se apoderaría de toda la sociedad. Con tristeza advertía que nuestros jóvenes serían las principales víctimas, por lo que el futuro de la nación sería incierto, pues la decadencia moral devendría en decadencia económica y en el caos generalizado. Me señaló que si nosotros como partido fuerte, liderado por uno de los mayores referentes morales en la historia de nuestro país, no poníamos controles ante el acecho del crimen organizado a todos los partidos para limpiar sus negocios a través de los poderes públicos, estaríamos perdiendo el país.
Como buen comunicador se fue al detalle, y sin abandonar por un solo segundo su histrionismo, su talante de maestro ni su aire paternal, comenzó a desbrozarme el marañoso y complejo mundo del narco; cómo seducen, cómo penetran, cómo se asocian y cómo cogobiernan o gobiernan. Con el tiempo comencé a ver con claridad sus explicaciones. Y ya sabemos de los inofensivos y sutiles aportes de campaña para llegar al pase de factura y conseguir posiciones electivas en los partidos, desde donde penetran el Congreso y la Justicia, y se cuelan en todos los estamentos que dependen del Ejecutivo, que van desde el ejército hasta la policía. Y, en su mancuerna con el poder político, se esconden en la banca y en toda suerte de empresas privadas que crean o usan para el blanqueo.
Aquel diálogo casual se convirtió en una proyección del futuro. La prensa responsable da cuenta de hasta dónde el narco ha penetrado la política y al propio Estado que, desde ciertas administraciones, actúa como socio o cómplice para la impunidad, en una especie de remedo del Juanito Alimaña de Honduras, condenado por la justicia estadounidense, como condenó a un político del patio.