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MIRANDO POR EL RETROVISOR

Del discurso a los actos de odio

Cuando mis dos hijos residentes en Estados Unidos tenían fecha apartada para visitarme a principio de año, su madre me confesó que el mayor tenía una preocupación respecto al viaje. Había decidido perforarse las orejas para colocarse un arete tipo dormilona y, conociendo mi rechazo a esas nuevas tendencias entre los jóvenes, tenía la aprehensión de cómo reaccionaría.

Como fui educado por padres sumamente conservadores, ambos incluso cristianos evangélicos, con valores y principios que también transmití a mis hijos, se sorprendió de que no lo recriminé por su decisión.

Le dije que pertenecemos a generaciones distintas y que con su decisión de colocarse un arete no me decepcionaba como padre. Le argumenté que me sentiría realmente desilusionado si algún día dejara de ser el joven respetuoso, honesto, íntegro, obediente, responsable, solidario, amable, decente y empático, del cual me siento sumamente orgulloso.

Traigo esa vivencia a colación porque la semana pasada observé en redes sociales un vídeo que se hizo viral, donde se observa a un policía subir los pantalones violentamente a un joven porque dejaba ver sus calzoncillos, una “moda” muy común con la cual no estoy de acuerdo, al igual que tatuarse o colocarse un arete.

El agente de la Policía pudo provocarle una lesión en los testículos al joven por la manera brutal en que le subió los pantalones, un abuso de autoridad y una reprochable expresión de intolerancia, independientemente de que se esté a favor o en desacuerdo con determinadas tendencias entre los jóvenes.

Algunos usuarios de las redes sociales elogiaron la acción del policía y, en sus comentarios, plantearon incluso que el agente “se quedó corto”, porque debió subirle los pantalones hasta el cuello y darle además un pescozón al joven por ese “crimen atroz”.

Una cantidad menor –como yo pienso- indicaron en sus comentarios que, aunque rechazan la forma de vestir del joven, la acción del agente constituyó un acto de violencia innecesario para corregirlo.

Si ese mismo policía está opuesto a los tatuajes. ¿Sería capaz de quemarle la piel a un joven para borrárselo?

Si ese policía estuviera garantizando la seguridad en un concierto de un artista urbano que use los pantalones así. ¿Subiría al escenario a hacerle lo mismo que al joven? Porque son esos artistas urbanos e influencers, a quienes los jóvenes terminan imitando con esas tendencias.

¿A cuántos que son delincuentes, pero no lo aparentan, incluidos los de “cuello blanco, saco y corbata” que tanto le han robado a este país, estaría ese agente dispuesto a someterlos a la misma vejación?

Episodios como la agresión al chico con el pantalón tan bajo que mostraba sus calzoncillos, son cada día más frecuentes en el país, incitados por los discursos de odio que se exponen sin ninguna inhibición en redes sociales y otros recursos de internet.

Todavía está fresco el caso del hombre apresado porque lo acusaron de intentar violar a su madre. De inmediato, en redes sociales los discursos de odio pedían lo peor para él. Un juez –de esos que se dejan influenciar por la opinión pública- dictó contra el acusado prisión preventiva y, en la cárcel, fue sodomizado por reos ya condenados con un objeto que le provocó lesiones graves hasta en sus intestinos y la posterior muerte.

Esos casos van mostrando que del discurso de odio a actos de barbarie hay un solo paso. De ahí que actualmente notamos como se pasa con tanta frecuencia de las palabras a los hechos.

Los delitos de odio o crímenes de odio tienen lugar cuando una persona o grupo ataca a otra motivada exclusivamente por su raza, etnia, color de piel, discapacidad, idioma, nacionalidad, apariencia física, religión, orientación sexual, identidad de género o preferencia política.

El discurso de odio y la violencia que puede generar ha sido un tema de interés para la Organización de las Naciones Unidas para la Cultura, las Ciencias y la Educación (Unesco), que procura enfrentarlo a través del Plan de Acción de las Naciones Unidas para la Lucha contra el Discurso de Odio, presentado en mayo de 2021 por el secretario general del organismo, Antonio Guterres.

¿Por qué la preocupación de la Unesco? El órgano apéndice de la ONU plantea que ahora el discurso de odio se difunde con mayor rapidez, a un bajo costo y con un alcance sin precedentes mediante los dispositivos digitales, en particular por las redes sociales. Una realidad, porque los usuarios de esas plataformas, apelando a la libertad de expresión, piensan que tienen licencia para juzgar y determinar las penas a aplicar.

El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos plantea en su artículo 19 que “Nadie podrá ser molestado a causa de sus opiniones”, pero en el siguiente establece que “Toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituya incitación a la discriminación, la hostilidad o la violencia estará prohibida por la ley”.

También existe el Plan de Acción de Rabat, consensuado durante una reunión celebrada los días 4 y 5 de octubre de 2012, en la capital de Marruecos, precisamente para orientar sobre cómo definir las restricciones a la libertad de expresión y el discurso de odio, de conformidad con la aplicación de los artículos 19 y 20 del mencionado pacto.

Cuando el secretario general de la ONU presentó el plan de acción del organismo contra el discurso de odio exhortó a hacerle frente a la intolerancia, “trabajando para atajar el odio que se extiende como un reguero de pólvora por Internet".

Guterres también advirtió que “el odio se está generalizando, tanto en las democracias liberales como en los sistemas autoritarios y, con cada norma que se rompe, se debilitan los pilares de nuestra común humanidad”.

Por esa razón, la Unesco aboga por "una mayor transparencia y responsabilidad de las plataformas digitales para contrarrestar la desinformación en línea y los discursos que incitan al odio y la discriminación". Una quimera en el contexto actual, porque esos contenidos “monetizan”.

A mí me preocupan particularmente dos aspectos con el discurso de odio cada día más extendido por internet. Primero, la normalización y consecuente indiferencia ante expresiones online tan cargadas de fanatismo, intolerancia y falta de empatía. Y segundo, ver a tantos niños, niñas y adolescentes expuestos a los discursos y las acciones de odio a través de los recursos digitales, a los que tienen acceso sin restricción y sin la debida supervisión de los padres.

Quizás la razón de que se vean también con más frecuencia en los centros educativos públicos y privados los casos de “bullying”, el acoso físico o psicológico al que someten a un estudiante sus compañeros de manera incesante.

En marzo del 2021, el Ministerio de la Mujer, con el apoyo del diputado José Horacio Rodríguez, propuso que tanto el discurso como el crimen de odio sean tipificados en el nuevo Código Penal, lamentablemente todavía en veremos por los debates que genera el tema del aborto debido a la controversia por las tres causales.

A los poderes del Estado, organizaciones civiles y políticas, empresarios, iglesias y otros sectores representativos de la sociedad, corresponde poner el foco en una realidad a la vista por un clic o un dedazo.

Y en ese esfuerzo colectivo, los medios de comunicación juegan un rol estelar en la promoción de la convivencia pacífica, en lugar de ser difusores de esos discursos y crímenes de odio, que quizás generan muchos “likes” y comentarios, pero terminan socavando la cohesión social, la paz y el respeto a los derechos humanos.

Y suerte que, durante la visita al país de mi hijo, no se topó en las calles con un policía opuesto a que un joven use aretes. Era capaz de desprenderle hasta las orejas para quitárselos. Y si alguien lo hubiese registrado en un vídeo viralizado, el agente sería elogiado y aplaudido por la mayoría de los internautas. La desagradable costumbre de juzgar por las apariencias.