SIN PAÑOS TIBIOS
Habemus debate presidencial
En otra sociedad la noticia pasaría desapercibida, pero en esta ocasión, el anuncio hecho por el presidente Abinader, de que aceptaba participar en el debate de candidatos presidenciales organizado por la Asociación Nacional de Jóvenes Empresarios (ANJE), causó revuelo.
En su video explicativo, Abinader señaló que siempre había sido un político abierto a los debates y a la confrontación de las ideas, y que si siendo candidato en la oposición le reclamó al presidente Medina (2016) y al candidato del PLD en las elecciones de 2020 –Gonzalo Castillo– que coincidieran en los debates propuestos por ANJE, mal haría en no hacerlo ahora que es presidente.
A primera vista, la situación no tendría nada de extraordinario, pero si recordamos los precedentes anteriores, estamos por primera vez frente a un presidente en ejercicio que, en búsqueda de una reelección presidencial, no sólo accede a participar en un debate con los demás candidatos, sino que lo entiende como necesario.
En las sociedades democráticas se da por sentado que los candidatos presidenciales deben debatir, para que la ciudadanía pueda escucharlos y ponderar sus virtudes y defectos. El ejemplo paradigmático fue el debate entre Kennedy y Nixon, y de cómo el segundo perdió el favor mayoritario a raíz del manejo que tuvo frente al primero, en lo que fue el primer debate televisado en Estados Unidos (1960). Desde entonces los debates electorales forman parte de la cultura democrática estadounidense, y de buena parte de Occidente.
En dominicana, el primer y único debate en el que participó un candidato presidencial (1961) fue el que sostuvo Juan Bosch con el sacerdote Laútico García –que no candidato–, en donde el profesor explicaba la visión que tenía en torno al desarrollo del país, y sobre todo, su compromiso con la democracia y la libertad.
A partir de ahí, la realización de un debate entre los candidatos presidenciales no fue ni realidad ni aspiración, toda vez que las condiciones políticas de la posguerra y el propio nivel de madurez política de la sociedad en su momento, ni lo exigía ni lo visualizaba como necesario. Es en las elecciones de 1996, cuando el joven Leonel Fernández –candidato presidencial del PLD– emplazó públicamente al Dr. José Francisco Peña Gómez para que sostuvieran uno, a lo que el veterano líder del PRD se negó, y, aunque las razones no fueron públicas –quizás sin desearlo–, un demócrata a carta cabal como Peña Gómez instauró el funesto precedente de que el candidato que está arriba no discute con el que está abajo.
A partir de ahí la práctica se mantuvo, y todos los presidentes-candidatos –sin excepción– se inscribieron en la práctica de negarse a discutir con sus oponentes, y más si las encuestas les favorecían… justo hasta ahora, cuando el presidente Abinader –al romper con esa funesta tradición–, dio una muestra de coherencia inédita en nuestra historia, y más importante aún, un espaldarazo a la democracia; porque con su disposición a debatir, abrió un camino que ya no podrá ser desandado.