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La cuadratura del círculo dominicano: La dimensión social del círculo actual

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fernando i. ferrán

“Nosotros los dominicanos debemos unirnos a esa legión de hombres y mujeres que marchan hacia el porvenir, porque si a la criatura de Dios no le fue dada la facultad de rehacer su pasado, le fue dada en cambio la de forjar su porvenir.”

Juan Bosch,

Discurso de toma de posicion,

27 de febrero 1963

La expresión 'cuadratura del círculo', en castellano, significa la imposibilidad de algo. Pero, algo real, ¿es imposible?

Antes de responder, expongo la cuestión de forma circunstancial, relativa a la actualidad dominicana. Pero adviértase bien, en seguimiento a lo que en texto aparte reconozco a propósito de los herederos el ADN cultural dominicano.

Para hablar de más de lo mismo, no me referiré al objeto de la educación formal e informal que recibe la población dominicana. No lo hago, más por vergüenza ajena que por frustración. Tampoco entraré a respaldar o a desmentir lo que es incuestionable; a saber que “hoy estamos mejor que hace 4 años y tenemos una gran proyección hacia el futuro” pues, indudablemente, no estamos en el mismo país de antaño.

Así, pues, hablemos un chín sobre nosotros mismos, pero desde una óptica menos bullida. La encuesta Barómetro de las Américas -que presentaron en la PUCMM a finales del pasado mes de febrero- aporta una perspectiva de dicha realidad.

- Economía: según el Barómetro, por primera vez desde el 2014, no es la inseguridad lo que más nos quita el sueño. El 50% de los encuestados puso los problemas económicos en primer lugar, incluyendo lo de siempre: inflación, desempleo y una percepción de crecimiento económico que al final no se traduce en mejor calidad de vida.

Un apéndice a lo anterior. Lo dicho transcurre en paralelo a ciertas cuestiones de fondo, como el endeudamiento público, que para más de uno debe tomar en cuenta que el 46.3% del pago de intereses de la deuda pública -en 2024- se cubrirá con nueva deuda: razón por la cual, lejos de la fórmula citada por el expresidente Balaguer (“las deudas viejas no se pagan, y las nuevas se dejan envejecer”)- lleva a algunos especialistas a decir que “algo” no está funcionando. Y no funciona, según frecuentes runruneos, porque la deuda pública consolidada ha crecido 53% (US$25,372 millones) en cuatro años.

- Inseguridad y delincuencia: el 21% dijo que la inseguridad es el principal problema del país. Y la tasa de victimización por delincuencia (o sea, la cantidad de gente que dijo haber sido víctima de un delito en el último año) fue de 24%. Eso está por encima del promedio de Latinoamérica, más cerca del más alto (Ecuador con 36%) que del más bajo (El Salvador con 10%).

- Violencias de género y doméstica: ya sabemos que somos uno de los países con las tasas más altas de feminicidios o violencia de pareja, así que no hablemos de eso ahora. Pero sí del dato más preocupante que salió en la encuesta: el 33% de los dominicanos dijeron que «no aprobaría, pero entendería» si hay violencia contra una mujer que haya sido infiel. Otro 26% dijo que entendería la violencia contra la mujer si descuida «las labores del hogar». Esos números de por sí son especialmente preocupantes, pero más preocupante es que el primero subió 9% desde el 2014, y el segundo subió un 10 % desde el mismo año. Otra cosa es que el 41% de la gente piensa que los hombres son «mejores políticos» que las mujeres, y ahí estamos en la cima entre todos los países.

- Corrupción: Dice el barómetro que la percepción de corrupción ha aumentado en los últimos años, con un 62% de los encuestados creyendo que la mitad o todos los políticos dominicanos son corruptos (versus un 59% en el 2019). Ese número está más o menos en el promedio de Latinoamérica, pero entonces el 24% justifica el uso de sobornos, y ahí estamos entre los más altos.

- Discriminación racial o por origen: para que tú veas, aunque nos viven diciendo que somos racistas, solo el 18% dijo haber sido discriminado racialmente, y eso está entre los números más bajos de toda la región. Ahora, cuando se trata de haitianos, la cosa cambia: el 64% dijo estar en contra de que se les den permisos de trabajo a los haitianos indocumentados, y el 63% está en contra de que a los hijos de inmigrantes haitianos (no especifica si indocumentados o en regla) se les dé la nacionalidad dominicana.

¡Ah!, y añadamos algo sobre el ejercicio político, democrático y electoral de la jornada municipal del 18 de febrero pasado. Algunos cintillos de prensa y de las redes, sin lugar a dudas, recuerdan la dura carga del pasado. Como si transmutáramos, pero no tanto como para ser suficiente.

Se habla de la victoria aplastante del “oficialismo”, “guerra de baja intensidad” entre opositores supuestamente aliados, “abstención inducida y selectiva”; también, del “triunfo de la democracia”, tanto como de “democracia sin gente”, dado los resultados y los cuestionados niveles de ausentismo —significativamente en grandes centros urbanos. De buenos ganadores y malos perdedores. Y, ni que decir de “cháchara electoral”, presidencialismo Vs. municipalismo, desconexión de la partidocracia respecto al electorado, confusión del padrón electoral y el omnipresente fantasma que recorre las urnas, el clientelismo.

Y, como colofón del espectro del eterno retorno de lo mismo, de acuerdo a atónitos observadores de aquí y de allende, porque “la compra de votos fue descarada, pero no incidió en el resultado”. Será cierto, claro está, que no alteró el resultado. No obstante, las malas mañas dejan un detalle al descubierto: “A la fecha, no tenemos una sola sanción por delito electoral”, como si una impunidad no engendrara otras impunidades o los vientos no desencadenaran tormentas.

Epifenómeno revelador

El problema del círculo social dominicano son los múltiples obstáculos dejados en suspenso. El más notorio de ellos, -en medio de yolas de `cuerpos y almas´ en fuga, así como de ciudadanos de todos los estratos y edades buscando visas para un sueño-, son las narrativas que inspiran expectativas desmedidas y camuflan la realidad social del pueblo y de la sociedad dominicana.

La cuestión es compleja.

Si inicio hurgando desde el principio, tardaría una eternidad enredado en los vericuetos del tiempo. Desde el hecho de que la madre patria ni nos reconoce, luego de tantos siglos coloniales de miseria y abandono, a menos que sean revestidos de visa de entrada, hasta un presente en el que nos cuenta de todo, incluyendo ilusiones acerca de un Nueva York chiquito y otras tantas linduras.

En blanco y negro, la pregunta sobre el fundamento de las narrativas contrarias es de carpeta. Dado el significativo y reconocido crecimiento dominicano, ¿cómo es posible la coexistencia de, tanto éxito bien avalado por los datos, así como percepciones de frustración y desilusión? Los datos están a la vista de quien sepa leerlos, -e interpretarlos. Transcribo algunos.

En el año 2023, la pobreza monetaria en el país disminuyó, del 27.7% en 2022, al 23% y, la pobreza extrema también se redujo del 3.8%, en 2022, al 3.2 %, en 2023.

Al mismo tiempo, durante los últimos 50 años, la economía que más ha crecido en nuestro continente es la dominicana. Expertos locales advierten la estabilidad de precios, con inflación por debajo del 4% y con devaluación que no supera esa proporción, a la vez que empresas calificadoras de riesgos como Moody’s, Standard & Poor’s, Fitch y otras entidades como J. P. Morgan, elogian nuestra economía. Sigue llegando la inversión extranjera y, cuantas veces el gobierno acude al mercado para emitir bonos soberanos, “los compradores se ponen en fila y su demanda excede los bonos que queremos emitir”.

Quizás más significativo, en términos democráticos y de justicia social. El índice de desarrollo humano del país habla por sí solo. Sigue mejorando. “República Dominicana mantiene un nivel de desarrollo humano alto, ubicándose en la posición 82 de 193 países, de acuerdo al Informe de desarrollo humano (IDH) 2023/24, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), titulado `Rompiendo el estancamiento: reimaginando la cooperación en un mundo polarizado´”. A pesar de asimetrías territoriales, el informe destaca que, desde 1990, año en que se inició el primer informe, “el país muestra un progreso constante en diversas dimensiones evaluadas, como educación, salud e ingresos”.

¿Conclusión…? Salta a la vista un progreso positivo en la mejora de las condiciones económicas generales de la población, en viva contraposición a dichos “cuerpos y almas” desilusionados, descontentos y en fuga. Estas parecen resentir que “la distribución del ingreso apenas ha mejorado” a favor de ellas, la ausencia de oportunidades laborales, la inflación y esos salarios cetrinos que en poco contribuyen a su bienestar, en medio de “la decreciente participación del ingreso de los trabajadores en el PIB” del país

De ahí, no solo lo eufemístico de la narrativa del crecimiento (económico) dominicano, sino de sus urticantes limitantes, tales como niveles de informalidad, índices de salud, analfabetismo, informalidad, administración de justicia y, cómo olvidar, horizontes de educación solo próximos a los del conglomerado social siamés limítrofe al país y tan alejados de cualquiera en las pruebas de Pisa -esto último a pesar, o debido a las inversiones realizadas últimamente gracias al 4% para la educación en `varilla y cemento´-, por lo que en conjunto y en buen dominicano estamos bien `feos para la foto´.

Hasta ahí, nada nuevo bajo el sol. Se trata del mismo escepticismo que hizo mella en la formación consciente de nuestros progenitores: abandonados abandonados por la metrópolis por siglos a la miseria del `primum vivere, deinde est philosophare´. Leo, copio y coincido ahora, desde el cristal de la equidad social, que “hemos tenido mucho crecimiento, pero la distribución del ingreso apenas ha mejorado”.

Y, por tanto, a propósito de la narrativa del creciente bienestar dominicano, finalizo que se requieren con urgencia, desde la reforma tributaria, la de sectores eléctrico, de la educación y de la seguridad social, hasta la del sector de salud, la del Código Laboral y la justicia, -para no evocar todas las demás. Pero atención, eso así porque, si seguimos conduciendo a la República Dominicana y sus instituciones, tal y como nos conducimos en la vía pública, en breve seremos una nueva víctima del infernal tráfico de influencias y desorden dominicanos; tan endemoniado, que llevan a “mi otro yo” al borde de la esquizofrenia -incluso- colectiva.

Cualquier explicación que pretenda convencernos de que podremos seguir progresando económicamente con un status quo tan retrógrado como el actual clientelar y `oligopolista´, no es fruto de una mala concepción estructuralista de la dualidad de la sociedad dominicana dividida en dos, -pues esa es su apariencia, a modo de fiebre en una sabana sudada-, sino pura falacia mendaz e interesada de quien o de quienes lo sustenten y se beneficien de las circunstancias en la plaza pública. Sean estos decisores económicos y/o, sobre todo, figuras políticas.

La actualidad política dominicana

A. Democracia, representativa y electoral

Superada la convulsa década de los años 60 del siglo XX, y sus secuelas posteriores, el porvenir dominicano presagia a inicios de la actual centuria la continuidad inmediata de la estabilidad política de su democracia –“defectuosa”- electoral. Esta impone la regla universal de velar por el costo político de toda decisión y prolonga el modelo estatal asistencialista como norte, alejando la oportunidad republicana del Estado social y democrático de derecho.

Entre las luces y sombras de dicha `democracia´está el haber logrado que el sistema de partidos se fraccione y quebrante, pero sin por ello deslegitimar la competencia electoral, tan esencial a la circulación ordenada de enseñoreadas élites que operan desde el poder o detrás de sus bambalinas.

Más aún, en un marco de referencia circunscrito a un inmediatismo pragmático y ajeno a doctrinas políticas e idealismos de antaño, -dado que la orden del día es, a todos los niveles, `dónde está lo mío´-, el que no encuentra lo suyo o al que no se lo dan, emigra. Y, por añadidura, en lo que va de siglo, brillan movimientos sociales de ciudadanía dominicana, fundamentalmente de clase media. Hasta ahora, ninguna atenta contra el sistema y dan tiempo para legitimarlo, pues no lo pretenden. Mientras tanto, por decir lo menos, aparece in fraganti una de las dos caras de la luna: el clientelismo y su gemelo, la corrupción, promoviendo así la progresiva desinstitucionalización de la vida en sociedad del aglomerado poblacional dominicano.

La otra cara de la luna viene dada por el fenómeno migratorio. Emigran -desde todas las clases sociales- dominicanos y llegan -en condiciones migratorias irregulares- haitianos. Los emigrantes restan presión social e insatisfacción personal a la olla de presión dominicana, al tiempo que los inmigrantes exponen semblante de mano de obra barata. Por ende, en adición a la complicidad que todo lo permite, “con los flujos migratorios de dominicanos hacia afuera y haitianos indocumentados hacia dentro, la élite económica acumula riqueza y la élite política circula en el poder sin mayor presión social para impulsar cambios redistributivos”.

En ese vaivén, de acuerdo a reportes de Latinobarómetro, entre 2008 y 2023, el apoyo ciudadano a la democracia ha perdido -por la o las razones que sean- significativo apoyo de parte de la ciudadanía. Las cifras hablan por sí solas. El indispensable apoyo cae, de 72% a 48%, mientras que el autoritarismo -posiblemente como forma eficaz de enfrentar ingentes problemas pendientes de solución- asciende a un apreciable 48% de la ciudadanía.

De mantenerse la tendencia, la cuestión de fondo se oculta y complica.

La democracia contemporánea como tal, no la de la retórica, tampoco la idílica de los atenienses, es más representativa que participativa. Bajo esa modalidad se edifica en la zapata de sus instituciones y depende, al igual que los ladrillos de una edificación, del cemento que los aúna y sostiene, léase bien: de la confianza ciudadana en el funcionamiento de los partidos políticos, en el ordenamiento legítimo de las decisiones y acciones públicas, así como del régimen democrático en cuanto tal.

Hasta ahí, nada nuevo bajo el sol.

B.- Patriotismo Vs. Autoritarismo

Pero, entonces, ¿cuál es la raíz cuadrada del círculo social dominicano? Respondo en dos momentos: ante todo, a partir del ADN cultural dominicano; por ende, segundo, un ejercicio republicano ineficiente.

A propósito de lo primero, procede reafirmar lo que -desde antes y luego de los papeles de Bonó- se sabe. De hecho, la sociedad dominicana fue organizada en función del autoritarismo y su inclinación al despotismo. Por eso, “el patriotismo sin color propio, aunque probado repetidas veces, no tiene el sello legítimo que da a una Nación la confianza de sí misma y las pruebas que ha podido y sabido dar en su constitución y arreglo interior (porque) se le ha visto ensayar todos los géneros posibles de forma política, sin conseguir otro resultado que el de un despotismo puro, disfrazado bajo el manto de la democracia”.

Ese autoritarismo despótico, -desde el ámbito familiar, pasando por el socioeconómico, hasta fraguar en el público-, contiende con un sinnúmero de subiectus individualistas, no filosóficamente personalistas al estilo ibérico, sino portador del “meme cultural atávico”, en tanto que fruto del abandono histórico y de la miseria más apremiante e inexcusable que ha padecido desde su mera gestación en suelo dominicano. Una de sus mejores expresiones queda esculpida en la prosa poética, tajante y profética, de Manuel del Cabral, cuando Mon, el compadre, estando en Haití, vocifera a quien quiera oírle y a todos los demás, “no, señor, aquí la isla soy yo”.

Nada cartesiano, ese yo deviene paradójico. Alterna su individualismo arbitrario y `medalaganario´, -en la medida en que lo caracteriza un rasgo de indisciplina e inconsciencia cívica-, con un comportamiento ciudadano de bonhomía, conservadora y acomodaticia. Fruto de tal simbiosis, llega al punto de aceptar y acomodarse “sin resistencia ni discusión las combinaciones bastardas de todos los políticos aventureros o de ocasión, que fuera y dentro del país, en todos tiempos lo ha sumido en un abismo de dolores”.

He ahí, el mar de fondo, el sustrato del subiectum dominicano, el que conduce de la mano al segundo momento: la cosa pública dominicana, de por sí inconsecuente, tanto en su concepción, como en su formalidad operativa. Como se verá a continuación, la coexistencia de cada uno con sus pares conlleva hoy por hoy, no ya al desorden del tráfico callejero, sino la ineficiencia del aparato gubernamental que favorece, desde la inequidad social, hasta los comportamientos más corruptos en y desde el poder del Estado dominicano.

La república malversada

Ese Estado, en la actualidad de la sociedad dominicana, deja al descubierto `la´ gran deficiencia de su formación y constitución política, pues las leyes, a modo de luz roja en el semáforo, son para que las cumplan los demás y no uno sin control. Su nominalismo formal es legendario. Se dice república, pero el poder del pueblo no se encuentra balanceado institucionalmente entre poderes autónomos como lo son el Ejecutivo, el Legislativo, el Judicial, el municipal y el de auditoría, de modo a evitar los excesos de quien lo represente y abuse de él.

Dado el círculo social dominicano, el abuso y la concentración de poder, la cuadratura estatal esconde mucho más que lo significado por el carguito indispensable para descubrir quién es Mundito. El poder ha demostrado ser un gran afrodisíaco durante toda la historia sociopolítica dominicana. Corrompe y, en dosis absolutas, destruye cualquier formación institucional de corte republicana en manos del `jefecillo´, `dictatorzuelo´ o Tirano Banderas de turno. Ni el espíritu de las leyes, ni sus letras muertas, pueden hacer las veces de racionalidad objetiva y de cumplimiento universal, tal y como se espera de alguna sociedad moderna o contemporánea. Su distintivo verdadero no deja de ser la ineficiencia para conducirse por el imperio o la universalidad de la ley bajo la cual todos -no solo los más iguales y los menos privilegiados- tienen que comportarse.

Ese es el caso por antonomasia del Estado dominicano, por supuesto, hasta prueba de lo contrario. Un ejemplo relativo a su desempeño ineficiente, en función del bienestar de la población, sobresale en el del dominio económico. Pero atención; la cuestión no es que el modo de producción tildado de capitalista, -el mismo en el que opera el Estado dominicano luego de la introducción de la agroindustria de plantaciones azucareras a finales del siglo decimonónico, en el país- sea intrínsecamente beneficioso o malévolo. Lo que está en veremos es su (in)capacidad de regulación. En otras palabras, se trata de que el ejercicio gubernamental no sea regulado por prepotentes actores económicos que, por razones e intereses exclusivamente particulares, operan en detrimento del bien común y de las presuntas equidad y justicia sociales que son las que dotan de legitimidad al sistema legal del país.

A ese propósito, ha de ser recordado que, asumida la acumulación primitiva, el modelo capitalista se centró en la industria y la innovación, al igual que en el empoderamiento de una burguesía asentada en valores como la austeridad y el ahorro, radicalmente ajenos al consumismo ulterior. Así, enriqueció a aquella clase social, al tiempo que la innovación tecnológica sustentó el crecimiento económico, a no confundir con la distribución del ingreso. El modelo se transformó, grosso modo,- cuando desde el poder estatal irrumpió el `neo´liberalismo de gobiernos como los del presidente Ronald Reagan, en EE.UU., y la primera ministra, Margaret Thatcher, en el Reino Unido. A partir de entonces, la productividad del trabajo dejó atrás al salario real y la desigualdad social inició su vertiginoso ascenso. Al mejor decir de los entendidos en la materia, la evolución económica continúa y ahora lo esencial es la especulación en los mercados financieros.

Desde aquel tiempo, al Estado político se le atribuye, cumpla o no con esta tarea, la función de observador y, de ser necesario, regulador de las imperfecciones del mercado. En teoría, el actor principal es la competencia -entre desiguales. Y, por ende, dada la ascendencia y el poder real que ejercen notables actores económicos, desde dentro y fuera del país, las desigualdades sociales y de oportunidades se traducen en crecientes niveles de injustas desigualdades e inequidades. La mentada proximidad de amos y esclavos en las hamacas de los hatos dominicanos, es cuestión, cuando menos, del pasado.

En resumen, el nuevo mundo dominicano, -regenteado por sus mercados oligopólicos cerrados y consuetudinariamente mal regulados, amén de su consuetudinaria práctica clientelar en cualquier relación social- es ley, batuta y constitución en el país. En él, los estamentos de poder económico buscan incidir y dominar las políticas públicas, esas que no necesariamente los reglamentan, al mismo tiempo que procuran representación y poder de decisión en todos los ámbitos de incidencia de un Estado político en el que las dádivas y el populismo vician el libre ejercicio de la voluntad popular.

Pero, ¿cómo superar tanta realidad? Tal y como preguntaba al inicio, ¿es posible lo imposible?, ¿diluir la real cuadratura dominicana? La respuesta es unívoca, sí. Posible, mas no por ello de manera fácil y expedita.

Nuestra cuadratura y porvenir

Debido a lo escrito anteriormente y, antes de concluir, un primer párrafo a modo de prólogo a la sombra del de san Juan:

“Hasta el sol tiene manchas”; léase bien, mucha más luz que sombras. Conviene hacer memoria de la máxima martiana, pues en el transcurso de lo escrito, así como en la siguiente conclusión, solo descifro las manchas metafóricas del círculo social y de la cuadratura política -características del mundo dominicano- y nada de su luz. Expuesto el relato a la descalificación facilitona del cliché de lo negativo y lúgubre de dicho mundo, desde el quirófano pedagógico al que se va para subsanar deficiencias reales y de comprensión, es de hallar el camino mediante el cual la razón humana termina descubriendo aquello de que “todo es gracia sobre gracia”. Expresado de manera popular, `no hay mal que por bien no venga´.

La cuadratura queda cifrada en esto: formalmente arrastramos y reproducimos una democracia desigual e inequitativa, en y para sí misma. En el régimen republicano dominicano, el Poder Judicial no está en el primer plano que le pertenece. Todos somos iguales -sin excepción- bajo la ley. Eso es lo que garantiza exclusivamente ese poder del Estado para sí mismo.

No obstante, “la gran apuesta” por la democracia dominicana sigue en veremos. Idolatramos, no solo el becerro de oro y sus destellos de esplendor, sino al ejecutivo o jefe, de forma tradicional; y, solo en la formalidad del papel y de la retórica electoral, quizás, por el posible tráfico de influencias tras bambalina, al Legislativo, en tanto que representante del poder soberano del pueblo.

¿Consecuencia, de tal estado de cosas? El desorden institucional de la sociedad dominicana, como efecto inmediato de quienes permiten, a diario y en todos los ámbitos de convivencia, que se reproduzcan ciudadanos -indistintamente encopetados o harapientos- que creen y actúan al margen de todo ordenamiento legal. Engreídos en sí mismos, como si estuvieran por encima del orden constitucional y legal de la República Dominicana, y exentos de cualquier rendimiento de cuentas y régimen de consecuencias: desde el moral, hasta el de los ámbitos familiares, grupales y legales.

Los susodichos responsables de tal desorden, independientemente de la autoridad y función pública que ostenten, son los que pervierten las instituciones y sus procesos normativos, como si la cosa pública moderna estuviera por siempre, a expensas del próximo acontecimiento generador de olvido o merecedor del histórico `borrón y cuenta nueva´.

Entre tanto, -siempre y cuando dejemos a un lado el juicio de la historia universal, por no mencionar en aquí y ahora al divino-, sin el único imperio del Poder Judicial, sobre todos y todo, por encima de la constitución y de las leyes de la desvirtuada república se perpetúan la complicidad y el régimen de no consecuencia que originan tantos ciudadanos y asociaciones de ellos. Estos, sean pocos o muchos, pero todos de facto gracias a la concentración de poder indebido que acaparan, se reproducen con ansias de perpetuación, usurpando posiciones y gozando de `las delicias del poder´ y de los amarres de influencias.

Sin embargo, dado que la ley es la “racionalidad objetiva” de toda sociedad de raigambre burguesa, procede reconocer el orden institucional como necesario y suficiente para rebasar la histórica costra escéptica de la conciencia nacional dominicana; y, solo así, restaurar el debido ordenamiento de las instituciones sociales y estatales -como status quo- bajo el solo imperio racional que se le otorga a la justicia, de conformidad constitucional con la ley y su régimen universal de consecuencias.

Tarea fácil de enunciar, mas no de realizar. A falta de suficiente disciplina y formación personal, adquiridos por medio de patrones de comportamientos familiares, grupales, laborales, tecnológicos, científicos, empresariales, éticos y cívicos, de incidencia general para la ciudadanía y sus servidores públicos y privados, en una sociedad civilizada, se requiere del verbo encendido de estadistas dispuestos a servir la patria como se merece. Eso así, en aras del bienestar y del bien común de una sociedad que ha de devenir sin prejuicios para nadie, y reconocedora de la libertad que se gana y usufructúa, gracias a la obediencia objetiva, aunada y consentida con la diversidad de todos los demás.

Ahora bien, a dos pasos del cielo, o a dos de las puertas del infierno, está la decisión del ser que se cree y quiere ser libre. Los amantes de la sabiduría lo saben, `no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista´. Desde el instante en que en suelo dominicano surjan pedagogos y estadistas tan íntegros y entregados a la causa de una “nación libre y soberana”, -como quien en los albores de la patria la ideó independiente de toda fuerza, y, no obstante ese fuera el motivo por el cual fuera desterrado por los suyos de la república que él concibió-, ese día comenzaremos a romper con tantas amarras del pasado. En vez de Munditos y Gobernantes y Funcionarios que permitan y quieran justificar los carguitos, en pose de maestros del círculo dominicano, tomará cuerpo institucional por aquello de que “mientras no se escarmiente a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán víctimas de sus maquinaciones”.

Ese mismo día se comprenderá en esta tierra que la libertad es un proceso al que -`aquí y ahora´- se deviene paulatinamente en una nación de seres humanos libres. Libres, es decir, por `está-ahí´ con razón y reconocerlo (y no dejando hacer y dejando pasar, sin ton ni son). Libres, por tomar decisiones por sí mismo con conocimiento de causas (sin yugos, prejuicios o ignorancias que se lo impidan). Libres, por necesidad, al asumir y ceñirse a sus responsabilidades durante el transcurso de su vida, cumpliendo obligaciones civilizadoras de derecho y de convivencia (y no dejado y abandonado al medalaganario interés individual). Y, libres, por fin, por usufructuar los logros de su labor, en libertad (y no desprovisto de dicha experiencia).

Así, pues, desprovistos del criterio sin límites del `costo político´ de las decisiones que haya que tomar, al igual que del solo consejo maquiavélico de la conveniencia de mantenerse en el poder a toda costa, el aglomerado poblacional dominicano, constituido como nación en función de su condición y organización, estará en posición de “abandonar viejas ideas”. Y, al mismo tiempo, de romper con su voluntario y tradicional `a/isla/miento´ y enrumbarse a ser parte beneficiaria y contribuyente de la historia universal del género humano.

La garrocha está tan alta, circunstancialmente en el año 2024 d.C., como nos la dejan quienes saltan más en las pruebas de Pisa y sus secuelas. “La gran transformación” de la tecnología, por medio de su “creación destructiva”, incluso nos desafía hoy, a nosotros, al igual que a cualquier pedagogo y estadista de este mundo, con la “eticidad” propia a la artificialidad de la inteligencia -en una nueva era de la civilización humana.

Pero, en relación con la cuestión con la que inició este ensayo, a propósito de si la cuadratura del círculo es superable para los herederos del ADN cultural dominicano, la respuesta es más que evidente. Sí. Está a tiro de piedra, en cuanto germinen pedagogos y estadistas dispuestos a eliminar la cuadratura dominicana y cedan el paso a una república libre y soberana en el concierto de las naciones. En ese estado de cosas, esperamos reconocer y cantar, a coro y plenos de agradecimiento, alegría y amor que, por absurdo o increíble que esto parezca ser, todos y sin distingos -léase bien: no solo algunos seres humanos libres de los yugos de antaño-, ¡somos hermanos!

Profesor-Investigador de la PUCMM. Director del Centro de Estudios P. José Luis Alemán, SJ., y coordinador de su Unidad de Estudios de Haití.

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