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SIN PAÑOS TIBIOS

Circunvalación Johnny Ventura

Sólo en la República de la Bipolaridad Dominicana, la calle Manuel de Jesús Troncoso hace esquina con Roberto Pastoriza, Gustavo Mejía Ricart o Rafael Augusto Sánchez. Lo de los nombres de las calles heredados del pasado siempre será un desafío para el presente; porque si bien es cierto que los contextos y las circunstancias cambian, se supone que ciertos principios son inmutables a lo largo del tiempo. De ahí que hacer coincidir a un conspicuo y zalamero trujillista con tres hombres que se jugaron la vida contra Trujillo (y que perdieron), más que una ironía, constituye una burla.

En todos los lugares y tiempos, los nombres de las vías (odónimos) han sido siempre un mecanismo de exaltación de los valores que la clase dirigente quiere proyectar. Es decir, al nombrar una vía con un nombre, no sólo se rinde un homenaje a su vida y acciones, sino que se exaltan los hechos del personaje en cuestión. Se rememora su vida porque se entiende que hizo algo por el colectivo, o bien trazó una pauta a seguir que es asumida como correcta e imitable.

Más allá de que somos dados a designar con nombres que más que dignidad evocan vergüenza; o que hemos dilapidado muchas oportunidades para exaltar verdaderos referentes sociales, morales o históricos, bautizando en su honor vías que pudieron tener un mejor destinatario; o de que nos delectamos en renombrar obras utilizadas por la gente bajo otro nombre, de tal suerte que la nueva nomenclatura sólo es de papel, porque nadie la asume; lo cierto es que, al cambiar de nombre, resignificamos la obra en cuestión, aunque corremos el riesgo de que en la práctica no cumpla su fin pedagógico… que ejemplos sobran (“el Angelita”, “las Américas”, “el Higüero”, etc.).

Sobre esa base, sería más sensato –y justo– que las nuevas obras que el gobierno construye respondan a la sociedad de 2024, que necesita de nuevos referentes que sean capaces de sobrevivir no sólo al escrutinio público e histórico, sino a este embate tecno sociológico para el que nadie tiene respuesta. Si somos sinceros –por ejemplo–, ¿qué hizo Juan Pablo II para que la autopista Santo Domingo-Samaná lleve su nombre? O, sin desmeritar al homenajeado, ¿acaso Juan Bosch no ha sido lo suficientemente exaltado?, ¿acaso más de lo que él mismo –un hombre humilde, poco dado a la adulación– habría permitido? Así las cosas, el primer tramo de la Circunvalación de Santo Domingo hoy lleva su nombre, pero nadie la nombra como tal; en 2022, el senado intentó llamarla “José Francisco Peña Gómez”, y ahí murió. De todos los nombres posibles, llamarla “Johnny Ventura” sería un homenaje a alguien que no sólo redefinió el merengue –uno de nuestros ritmos–, sino también a un hombre honesto; un político comprometido con el pueblo; un patriota que nunca se rajó, que nunca se vendió, y que nunca pasó factura.

Johnny Ventura fue un dominicano que siempre sumó, un ejemplo a seguir. Una autopista con su nombre sería el menor de los homenajes que merece.