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Mi mejor escuela de la vida

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Ricardo Nieves

Bertrand Russell, genio irónico, de mente cósmica y lógica planetaria, graficaba la vida de forma muy estética y no menos desgarradora: “La vida del hombre/mujer es una larga marcha a través de la noche, rodeado de enemigos invisibles, torturado por el cansancio y el dolor, hacia una meta que pocos pueden esperar alcanzar, y donde nadie puede detenerse mucho tiempo...”

Filosofía, ciencia y religión han buscado, en batalla frontal o completa armonía, puentes ideales para atravesar las turbulencias y vicisitudes de la vida. Notables diferencias o cercanos propósitos, en cada escuela de pensamiento encontramos un punto común: el examen ético de la existencia. Dentro de incontables páginas polvorientas, hoy redescubrimos al Enquiridión (el Manual), del esclavo romano Epicteto (55-135), para confesar como, entre tantas corrientes conocidas, resurge esta pieza inigualable de la Filosofía Estoica.

¿Por qué una sabiduría tan añeja conserva vigencia y tolera aceptación en este tiempo complejo del siglo XXI?

Vaya usted a saber. La franqueza de su ejercicio práctico, la compatibilidad y el respeto por otros pareceres. Porque no riñe con el estilo de vida que cada uno escoge, prescinde de la metafísica y la hostilidad del castigo incandescente que predice la religión, se aparta de la rigidez fanatizada que suele invadir la política y entabla la moderación como virtud suprema. Sin exageraciones ni inmodestia, el molde del estoicismo retiene una filosofía pragmática, progresiva y democrática.

Comienza admitiendo el Principio de Causalidad, basado en que todo lo existente tiene una causa primigenia, mientras el universo se desenvuelve por una ley rectora general, el Logos. Parte de una premisa, ineluctable y sencilla, cuando declara que felicidad y libertad serán posibles en tanto en cuanto aprendemos a identificar cuáles cosas están bajo nuestro control y cuáles salen de este. Conocer los límites de nuestro dominio es la clave de la ecuanimidad y de ello dependerá también nuestro tormento o tranquilidad.

Planta cara al poder, mediante coraje y verdad, ordena restregarle sus desmanes y miserias. Sostiene que una persona no puede vivir bien si no sabe cómo morir bien. Aboga por cultivar el carácter sobre cualquier otra pretensión, sin proponer jamás el ascetismo o la indiferencia social. Instruye el deber de participar en la comunidad “haciéndolo con el corazón puro, sin avaricia ni extravagancia”, con genuina fidelidad. Rememora que limitarse a no hacer nada tampoco evitará el riesgo, sino que lo acrecentará.

Insiste que a cada mortal le ha sido concedida la posibilidad de alcanzar la tranquilidad mental, es decir, la ataraxia. Felicidad y libertad, empiezan con la comprensión que asumimos y valoramos de ellas. Así, aspiraciones, opiniones, deseos y las cosas que nos repelen están bajo nuestro control e influencia. En cambio, mayor tormento y debilidad sobrevienen cuando dependemos del capricho ajeno, de aquellas formas y acciones equivocadas, insinuadas por los otros. Somos auténticamente libres y eficaces en la medida en que nos volvemos impermeables a la coacción externa y a las apariencias que, de forma hiriente, requieren de nosotros los demás.

Epicteto asegura que todo deseo reclama satisfacción, y la razón, discernimiento. Que no todo es razonable, que quien subordina la razón a la sensación del momento es, de hecho, esclavo de sus deseos y aversiones, quedando mal preparado frente a los desafíos inesperados. Vivir con arreglo a la razón es el mayor recurso para conseguir la paz interior. Siempre es preferible la satisfacción verdadera a la gratificación inmediata. Atentos a que la vida buena, superior a la abundancia y el buen nombre, incluye la búsqueda incesante de la serenidad interior. Es plausible sufrir carencias, libre de pesares y temores, que vivir en la abundancia, acosado por las preocupaciones, el deseo y los recelos torturadores. Cabe recordarlo: a medida que pasa el tiempo perdemos menos de todo y ganamos en sosiego; pero cuando sucumbimos ante la emoción pasajera, por cosas que escapan a nuestro control, hemos perdido la libertad.

Para el estoico (en la naturaleza) ni las personas ni las circunstancias están diseñadas a nuestro gusto y antojo y cada uno está hecho para talentos diferentes. No hay mejores ni peores, cada valor lo decidirán las circunstancias: supongamos tan sólo que los recogedores de basura, responsables del aseo de la metrópolis, abandonasen su trabajo por una semana…

Es cosa probada que la muerte causa revés, molestia y aflicción; sin embargo, no debe aterrorizar. El miedo se sujeta al temor que ella despierta y al dolor que distribuye. Conocida entonces su inevitabilidad, la ley de la mortalidad escapa a nuestro dominio. Utilizamos la herramienta de la razón y la coraza del carácter para no ser barridos por nuestras emociones tormentosas.

La vida es un barco, cuyo objetivo supremo ancla en prestar atención al rumbo que lleva, pues, distraerse en fruslerías es deslizarse fácilmente a la vulgaridad. La prudencia acude a la fuerza apropiada en cada circunstancia y reto: ante el dolor o la debilidad, el aguante; ante los insultos, la paciencia. La respuesta maestra ante el insulto es la que le devolvería una roca: ¿qué sucede cuando insultas a una piedra? El insulto no te daña, solo lesiona tu propia respuesta frente él.

Vivir la prudencia es más relevante que filosofar acerca de ella. La vida prudente no miente, asume ideales, acciona y acata las reglas cardinales. Familia, profesión y finanzas compelen a una educada moderación, todos tenemos asignado un papel activo en el drama de la existencia, nuestro deber constante será luchar por una actuación impecable, sagaz.

Autenticidad y sinceridad son consejos de Epicteto: “deja de aspirar a ser otro que tú mismo”. Fiel a tu verdadera aspiración, a sabiendas de que quien busca una vida prudente, más de una vez será objeto de burla y blanco de incomprensiones. Querer agradar a todos, a cualquier precio, es una trampa peligrosa, la entrega vulgar de tu mente a los demás. El carácter importa más que una regateada reputación, que al final, desvanecida y sola, concernirá a unos pocos.

Emular el bien y nunca reprimir un impulso generoso. Rechazar la apatía; entender que la mayoría de las cosas son “indiferentes preferidos” y que la “plegaria de la serenidad” conduce al punto culmine de la sabiduría ecuánime y diferenciadora.

De todas las escuelas de la vida, me inscribo en la del esclavo estoico…

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