PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA
Paulo VI, una de cal
En dos artículos quisiera mostrar, citando a Paulo VI en la Evangelii Nuntiandi (EN), los extremos peligrosos entre los cuales navegaba la Compañía de Jesús, cual si fueran argonautas en su travesía entre Escila y Caribdis.
Los jesuitas querían evangelizar, según lo entendía Paulo VI, aspiraban a “transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación.” (EN 19). Rechazaban el evangelizar de una forma “decorativa” (EN 20).
Papa y jesuitas conocían que “la ruptura entre Evangelio y cultura [era] sin duda alguna el drama de nuestro tiempo” (EN 20).
Como muchos obispos, los jesuitas trabajaban en muchas situaciones de opresión. Paulo VI lo recordó cuando dijo: “Los obispos que asistieron al Sínodo de todos los continentes y, sobre todo, los obispos del Tercer Mundo, con un acento pastoral en el que vibraban las voces de millones de hijos de la Iglesia que forman tales pueblos. Pueblos… empeñados con todas sus energías en el esfuerzo y en la lucha por superar todo aquello que los condena a quedar al margen de la vida: hambres, enfermedades crónicas, analfabetismo, depauperación, injusticia en las relaciones internacionales y, especialmente, en los intercambios comerciales, situaciones de neocolonialismo económico y cultural, a veces tan cruel como el político, etc. La Iglesia, repiten los obispos, tiene el deber de anunciar la liberación de millones de seres humanos, entre los cuales hay muchos hijos suyos; el deber de ayudar a que nazca esta liberación, de dar testimonio de la misma, de hacer que sea total. Todo esto no es extraño a la evangelización. (EN 30)
El Papa insistía: “…no es posible aceptar “que la obra de evangelización pueda o deba olvidar las cuestiones extremadamente graves, tan agitadas hoy día, que atañen a la justicia, a la liberación, al desarrollo y a la paz en el mundo. Si esto ocurriera, sería ignorar la doctrina del Evangelio acerca del amor hacia el prójimo que sufre o padece necesidad” (EN 31).
Paulo VI lo tenía claro: “¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre?” (EN 31). Esta lucha tenía sus peligros.