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Esplendor y agonía de la criminología

A mis amigos: Fabián Melo, Cándido Simón y Valentín Medrano.

¿Por qué ha enmudecido el discurso de la criminología como ciencia social e interdisciplinaria?

Contrario a la afirmación de los teóricos e historiadores de las ciencias penales, Zaffaroni (2010), alega que la criminología no nació con los autores del siglo XIX (Lombroso y Lacassagne). Sino que, con otro nombre, “pero como conocimiento acerca del mal criminalizado y criminalizable, surgió con los demonólogos que, poder punitivo en sus manos, fueron los primeros criminólogos”. El postulado sitúa al quehacer criminológico al mediodía de la Edad Media, para luego recorrer todo el Período Inquisitorio, base fundamental del oficio de castigar y legado del mundo europeo a la función punitiva estatal.

J. Weyer (1515-1588), demonólogo, “proponía que las brujas no fueran castigadas por los inquisidores sino derivadas a los médicos”, quitándole a los encargados de perseguir los demonios el monopolio de sancionar con absoluta discreción. Para Zaffaroni fue “el trauma de nacimiento o del primer encuentro de la criminología con las ciencias médicas”, especialmente la psiquiatría. Invención y soporte de una “criminología racista, reaccionaria, legitimante de la destrucción de todas las garantías y límites de la modernidad penal; argumentos que, en lo adelante, justificarían, ya como cultura, descomunales violaciones a los marcos del Estado de Derecho. Legitimando, incluso, el genocidio de los diferentes y de los disidentes, primero como preludio de la colonización y luego en los campos de concentración nazistas”. Por ende, intuye Zaffaroni, la desconfianza y el rechazo posterior al discurso oficial de la criminología legitimante de la barbarie, nunca fue gratuito.

La Industrialización reconfiguraría el paisaje urbano, el espacio de concentración citadina, donde enfermos mentales deambulantes e infractores contra la propiedad se mezclarían para que el poder punitivo fundara los primeros manicomios y las primeras cárceles, junto a una policía moderna, encargada de la selección y el disciplinamiento urbano. Policías y psiquiatras yuxtapusieron el discurso del nuevo saber y poder que despojó del control hegemónico a juristas y filósofos, sostén de la criminología etiológica y de la escuela y el pensamiento jurídico positivista.

No sorprende que fuera un médico, Lombroso (1835-1909), pionero de la ciencia que encontró en la psiquiatría a los artífices de la explicación causal del delito. Emergió así, acompañada del pensamiento positivista, la criminología etiológica, clínica y antropológica, cuyos lineamientos matrices, hoy en decadencia, perduraron tambaleándose hasta el siglo XXI.

De manos de los psiquiatras, mediante la divulgación de las teorías lombrosianas, entronizó un discurso que, entre otros desfases, instituyó la inferioridad de los colonizados, patologizó a los disidentes políticos y construyó (a rasgos biológicos y estéticos) los prejuicios y estereotipos del delincuente convencional. Al final, el discurso dominante de la cuestión criminal se bifurcó en dos senderos paralelos y separados a la vez: De un lado, las premisas heredadas del derecho penal de la Ilustración y la Modernidad; por el otro, el discurso de la jerarquización y los indicadores biológicos de la criminología clínica, hija del biologismo positivista, racista, seleccionador.

La independencia de la criminología del primer encuentro con la psiquiatría -señala Zaffaroni-, ocurrió en el período de entreguerras, cuando tuvo lugar su desplazamiento a la sociología (norteamericana), pero con mayor acento a principios de los años 60’s. La teoría de la Reacción Social -sugiere Baratta (1985)-, repercutiría con la “ampliación del horizonte de las conductas abarcadas, incorporando a las de los operadores del sistema penal”. A lo sumo, el paradigma no renunció por completo a la vieja teoría etiológica de la criminología, sino que, al ensanchar el universo de las conductas criminales, incluyó también a los responsables del aparato punitivo.

El puntillazo de la globalización dejó en desamparo doctrinario y en un limbo discursivo a la criminología tradicional.

El puntillazo de la globalización dejó en desamparo doctrinario y en un limbo discursivo a la criminología tradicional.ARCHIVO/LD

Las teorías del Labelling Approach (Etiquetamiento) y el Interaccionismo Simbólico, trazaron la ruta crítica de la ciencia, con cuestionamientos que pulverizaron los planteamientos simplistas, ingenuos y seudocientíficos. Evidenciando la crisis del control social, la insolvencia del viejo modelo positivista; indagando en los trastornos de la socialización defectuosa, las subculturas criminales y los marcos distintivos de la criminalidad y el criminal, como realidad social constituida por los procesos de interacción. Con todo, ingresó a las interioridades del delito y a las agencias del poder punitivo, incluida la función de la justicia penal.

Por primera vez la criminología dejó de pedir prestado al derecho penal y a los juristas las definiciones del comportamiento criminal y el estudio de la desviación social. Analizó, de forma reflexiva, vinculados, la norma y los valores relativos en la sociedad; enrumbó el discurso por senderos diferenciados del positivismo criminológico y del poder etiquetador y definidor de la conducta prescrita. Trató la pobreza, la marginalidad, el hacinamiento y el papel discriminatorio del legislador. Aquí, sin dudas, radicó el esplendor de la ciencia que, negando su pasado, empezó a ser comprendida desde el proceso histórico del poder de nombrar, seleccionar, criminalizar y castigar. El brillo de esa criminología crítica llegaría hasta el último tercio del siglo XX para chocar, frontalmente, con otro impetuoso y complejo inquilino del monopolio punitivo, el globalismo neoliberal, consecuencia de la posmodernidad tecnológica.

El puntillazo de la globalización dejó en desamparo doctrinario y en un limbo discursivo a la criminología tradicional. La capacidad y el alcance de su propuesta fue insuficiente para ripostar tanto a las modalidades como a los métodos de una carpeta delictiva convertida ya en un sunami de conductas imprevistas y debutantes. El eje epistemológico de la criminología envejeciente, de raíces positivistas, quedó desestructurado y anacrónico ante el barraje de la revolución tecnológica y el impacto de la era digital. Delincuencia organizada transnacional, ciberdelincuencia, delitos electrónicos y financieros…, silenciaron al discurso de la tradición penal y criminológica.

Morrison (2012), delata la situación heterogénea de la disciplina (deficiente y anticuada), después del triunfo de la democracia occidental y la consolidación del globalismo neoliberal. Su texto “Criminología, Civilización y Nuevo Orden Mundial” centra la necesidad de una criminología planetaria para un mundo globalizado. Describe, perfila y advierte del urgente replanteo de esta frente a una realidad totalmente diferente, superadora, luego de las implosiones geopolíticas que instalaron el triunfo del mercado y la era posmoderna. El declive del Estado de Bienestar supuso una vuelta mucho más crítica y radical que la criminología no estaba dispuesta a realizar. El discurso criminológico, entre el ocaso y la caída, de antemano, estaba sentenciado a agonizar…

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