MIRANDO POR EL RETROVISOR

Encaremos también esas “simplezas”

Es natural que las energías de las autoridades y la atención de los ciudadanos estén centradas en la solución de los problemas sociales que generan mayor preocupación en el país.

El caos en el tránsito, la inseguridad ciudadana, la precariedad de los servicios públicos, las deficiencias en la educación, la inequidad de la atención en salud, el alto costo de la vida, el cambio climático, entre otros, constituyen males sociales cuya mitigación –por lo menos- hemos anhelado por décadas.

Son los problemas “macro” que dejan en el olvido a los “micromales” tan ignorados hasta que una desgracia nos hace reparar en ellos, aunque, rápidamente, esa fiebre de sábana se suda en medio de lamentaciones pasajeras.

Eso sí, llega un momento en que esas “naderías” generan tanto ruido como los males sociales “ingentes”. El mejor ejemplo lo tenemos con el narcotráfico y su hijo menor el microtráfico, ese comercio de drogas en pequeñas cantidades que ahora genera la mayoría de los actos delictivos y muertes violentas en los barrios, especialmente de jóvenes atraídos por la búsqueda del dinero fácil.

Pues la semana pasada tuvimos tres ejemplos de esas “insignificancias” que coyunturalmente “consternan” a autoridades y “enlutan” a la sociedad.

En el barrio La Herradura de Santiago dos perros pitbull atacaron a la señora Ana María Moreno Montero, de 54 años cuando se dirigía a una iglesia a las 6:00 de la mañana. La señora sufrió múltiples mordeduras en ambos brazos y el rostro.

El hermano de la víctima, Enrique Moreno Contreras, informó que los perros saltaron la verja perimetral de la casa de sus propietarios para agredirla. Ella está viva por la intervención de un chofer de carro público que pasaba por la zona. Aquí entra el aspecto de la Ley de Protección Animal que siempre se obvia: La tenencia responsable. Y el Antirrábico hace tan poco en ese sentido que incluso la mayor parte de la población ignora que hace tiempo el centro se mudó del local que ocupaba en la avenida Duarte de la capital y cuál es su ubicación actual.

Yokoi Kenji, un conferencista hijo de padre japonés y madre colombiana que pasó los primeros diez años de su vida en países de Latinoamérica y 14 en Japón, suele hacer comparaciones entre ambas culturas para dejarnos puntuales reflexiones. En una ocasión le oí decir que en Japón no hay perros en las calles, contrario a los países latinoamericanos donde cada día se reproducen como la verdolaga.

Y comparto su criterio de que, si quieres ver la falta de orden en una sociedad, fíjate en ese detalle. En cualquier barrio del país, en un trayecto de dos cuadras, puedes contar hasta diez perros realengos. Y lo grave es que la mayoría no están vacunados, un riesgo tomando en cuenta que la rabia es una enfermedad mortal. Aunque parezca exagerado, los perros se reproducen tan rápidamente que pronto tendremos tantos canes como personas en las vías públicas. Literalmente una sociedad de perros.

El otro hecho que quiero citar es el fallecimiento la semana pasada de Armando Medina, el joven venezolano que sufrió daños cerebrales tras consumir bebidas alcohólicas adulteradas cuando disfrutaba de una excursión turística a la isla Saona.

Ese caso ocurrió el 31 de octubre de 2020 y desató el acostumbrado aparataje estatal contra negocios que se dedican a su fabricación. Y ahí quedó todo. Quien piense que esos operativos erradicaron de raíz la comercialización de bebidas alcohólicas adulteradas, despertará de ese sueño cuando un hecho similar coloque otra vez el tema en la palestra pública.

Si se ven las fotografías del joven colgadas en sus redes sociales antes de la tragedia y aquellas que muestran la condición en que quedó, esa sería razón más que suficiente para ponerle punto final a esa práctica ilegal. Pero es casi seguro que comprobemos que las bebidas alcohólicas adulteradas se siguen vendiendo, cuando otra persona padezca el drama de Armando.

El tercer caso que quizás se asuma como un hecho “aislado” fue la muerte de una mujer y su bebé de dos meses de nacida por intoxicación, debido a labores de fumigación en una torre de apartamentos del sector Piantini del Distrito Nacional.

El uso de un producto sumamente tóxico y sin el rigor necesario mantiene también en estado delicado al esposo de la dama y a otro hijo de la pareja de un año y tres meses.

Esas muertes deberían convertirse en el “antes y el después” que tanto anhelamos cuando ocurren sucesos tan lamentables para evitar que en poco tiempo seamos testigos de otro similar. Como debió ocurrir con el caso de Armando y por anteriores en que personas han sido atacadas en las vías públicas por perros rabiosos.

Por cierto, en sus vídeos colgados en redes sociales, Yokoi Kenji destaca con una frase la clave del desarrollo alcanzado por Japón: "La disciplina, tarde o temprano, vencerá a la inteligencia”.

La disciplina, ese hábito que implica orden y constancia para lograr los objetivos deseados, se cultiva día a día poniendo el foco también en esas aparentes “nimiedades” en que tan poco reparamos y que nos retratan como nación.

Tanto nos fijamos en lo “macro” que perdemos de vista que en lo “micro” también tenemos los ejemplos de una sociedad en franco deterioro moral y ético, donde predomina la falta de ley y orden.

Ley y orden para evitar muertes por “simplezas” como ataques de perros rabiosos en las vías públicas, la ingesta de alcohol adulterado y una fumigación sin la debida supervisión.

Porque si somos incapaces como país de encarar con éxito lo más simple, nadie se haga ilusiones de que podremos salir airosos en lo más complejo.