Señor Barthes, ¿usted se equivocó?
Sobre la poesía Moderna, que para Barthes no es, como la Clásica, sumatoria de recursos orales, este autor propuso un concepto valioso que sintetiza, aunque vagamente, ese proceso constitutivo del acto poético vinculado a las palabras, al hecho creativo de escribir.
En la poesía postclásica, la palabra es “el tiempo denso de una gestación más espiritual”, afirmó. Aunque tal idea da cuenta del espíritu ovado en las palabras, su enmarcado, “tiempo denso”, es en extremo inespecífico al remitir a lo apretado, compacto, espeso, que “contiene mucha masa respecto a su volumen”. Además, en esta pretendida poética de la modernidad, la palabra, como significante, muta su esencia, troca en “tiempo denso de la gestación espiritual”.
Imposible saber si es imprecisión de la traducción o del ecosistema argumentativo Barthesiano. Inequívocamente asistimos a una metáfora, símil, entre “palabra poética” y “tiempo denso de una gestación espiritual” que, .obviamente, impone preguntar: la palabra, como significante poéticamente resemantizado o no, ¿puede ser “tiempo de un proceso” como el de la “gestación espiritual”?
Pese a la respuesta, es aceptable como tiempo requerido para construir significados sublimados ya que en su lapsus “el «pensamiento» es preparado, instalado poco a poco en el azar de las palabras”. En Barthes este tiempo adquiere función poetizante a cuyo resultado denomina “suerte verbal”. De esta, afirma, cae “el fruto maduro de una significación”. En consecuencia, la constitución del hecho poético “supone un tiempo poético” que no es el de una fabricación, que es “una aventura posible”, durante la cual “signo e intención se encuentran”, lugar común a todo “prosar”.
Como cualquier proceso biológico, factual, social o del pensamiento discurre en los perímetros de la convención espacio-temporal, la afirmación Barthesiana es, consideramos, verdad de Perogrullo e hipérbole funcional de un factor pasivo (el tiempo, como lo sería el lugar). Ante esta, lo esencial de la constitución de lo poético en el lenguaje escrito o mediante otro es erosionado hasta extinguirle el agente ciertamente determinante y generatriz del resultado poiético. La palabra poética, en tal momentum —tiempo y lugar gestantes— nace de la angustia y éxtasis por concebir, “moldear” y comunicar creativamente significados tan densos que, como sabe todo escritor, para ingresar a la abstracción (gestación poética) deben ignorar y superar el peso tempo-espacial, aislándose de él.
Contrario a refrendar el influjo del “tiempo denso” en la “concepción” espiritual de las palabras, el poeta —activando su “imaginación”— ingresa a ese “territorio” atemporal y abismado, impelido por una triada intencional de motivaciones “efectoras” (sensibles, conceptuales y comunicacionales), en los términos del universo simbólico, biológico y social de Ernest Cassirer.
¿Yerró Barthes al afirmar que en la poesía clásica “El léxico poético es un léxico de uso, no de invención”?. Afirmación tan temeraria que, de aceptarse, restaría calidad creativa a los escritos fundacionales previos a Apollinaire y a Rimbaud.
También cuando postula: “La función del poeta clásico no es encontrar palabras nuevas, más densas o más deslumbrantes”(!), prefiriendo asignarle el rol de “ordenar un protocolo antiguo, perfeccionar la simetría o la concisión de una relación…” en función del metro(!).
¿A eso se limitaron Homero, Cervantes, Shakespeare…?
Señor Barthes, creemos que no.