algo más que palabras
Un gozoso intinerario
En este mundo de sombras y luces por el que nos movemos, nuestras habitaciones interiores también nos requieren de la inspiración luminosa de un cándido impulso, para poder elevarnos a otro orbe y tejer moradas conciliadoras, donde habite el auténtico sentido del ser y el legítimo clima de festividad, para volver espiritualmente a ser fermento de poemas y no de penas. La lírica del alma es la que tiene que gobernar el mundo. Hay que despojarse de toda materia corrupta, ser más poesía que poder, o si quieren más mente que cuerpo; y, al igual que aquellos Magos de corazón andante, tenemos que reencontrarnos con esa etérea dimensión profunda, dejarnos sorprender y tomar el testimonio del pulso, como esperanza existencial en comunión, formando latidos armónicos bajo el reino de la placidez. En efecto, la dulzura que está en cierta manera contenida en la cueva de Belén, hoy se expande por todos los territorios, llamándonos a injertar en todos los días de este 2024, ahora recién iniciado, un espíritu de concordia entre todos nosotros, arrinconando en el olvido y para siempre, el trágico plan de la matanza de los inocentes, un derecho inviolable que ha de ser considerado por todo ser viviente.
La solemnidad de estos momentos vividos, no son una crónica más de la jornada; sino un acontecimiento místico que nos trasciende, con una lección de pedagogía contemplativa. Observar es el grado sumo del por qué y del para qué. En consecuencia, bajo esta sapiencia tenemos que enhebrar la mejor de las voluntades. Ser persona de bien y de bondad, de palabra sincera y de diálogo responsable, aparte de ser la suprema ofrenda curativa de la naturaleza humana caída, también es el preferible horizonte, para que brille la singular luz celeste. Tampoco somos pobladores para repoblarnos de vicios, sino personas para querernos y sentirnos en paz, unidos a ese verbo, que es un verso divino, y que por eso demanda injertarse en unidad al tronco de la épica recreadora y recreativa. No hay mayor renuevo que transmitir a nuestras generaciones venideras nuestros propios vínculos creativos, como parte integrante de nuestro paso por aquí, haciéndoles ver que todos somos necesarios e imprescindibles; poetas y testigos de un tiempo, que se nos ha dado para vivirlo a corazón abierto. Ahí radica el regocijo, en saber iluminar con el compartir, en medio de los numerosos sufrimientos. Sin duda, no hay mayor dolor que el vivir lejos del ser amado.