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Los fantasmas del Palacio

Las noches en palacio eran interesantes. El ala derecha, donde están las oficinas presidenciales, mantenía una intensa actividad. Mientras en el ala izquierda, apenas contadas oficinas laboraban.

Algunos militares en servicio veían los fantasmas de algunos ex expresidentes fallecidos merodeando por los pasillos del palacio.

Eran las 10 de la noche, cuando llegó el sargento Brito con cara de susto y temblando a la puerta 59, la oficina de protocolo, donde yo me encontraba solo, y me dice: ¨señor, señor, lo vi¨. Yo me quedé observándolo y logré sentarlo en un sillón, antes de que se desmayara. Le cuestioné sobre qué pasaba y me reiteró que lo vio. ¿A quién viste? ¨Al fantasma, a Trujillo, señor¨. Le dije que eso era imposible. Que me llevara donde lo vio. Subí con él al tercer piso y me mostró que fue entre el salón verde y el salón de caoba. Ese día Brito no pudo continuar el servicio.

Meses más tarde, un miércoles en la noche escuché un fuerte estruendo que provenía del techo de mi oficina, la cual quedaba debajo del salón verde. Yo estaba solo en ella. Salgo de la oficina y no veo nada y entonces subo las escaleras y me encuentro al sargento Brito tirado en el suelo haciendo una especie de ataque de epilepsia. Llamé para que fueran urgentemente y tuvieron que llevarse al sargento al hospital. Tenía un ataque de pánico.

Yo estaba un poco preocupado, pero seguí asistiendo tranquilamente a mi oficina, incluso me atraía la idea de ver el fantasma y subía al tercer piso a chequear si lo veía. Me senté varias veces en la silla que usaban los soldados. Entonces un día me di cuenta que, como en ese tiempo ningún salón de tercer piso tenía aire acondicionado, sino que se abrían las puertas para que entrara aire natural, las cortinas se movían y la luz de la luna realizaba unos reflejos en el piso como si fueran personas. La mente de Brito le jugó una broma pesada. Luego de eso Brito nunca más volvió al servicio.

Un año después, el cabo Peralta, que sustituyó al referido sargento, una noche pegó un grito aterrador y también bajó corriendo a mi oficina. Era la única abierta. Y me dijo: ¨si era él. Le hice el saludo y me dijo: buenas taldes soldado, con ele¨. A quién viste le cuestioné y me dice que a don Antonio. Le expliqué que eran las cortinas que hacían sombras y me dijo que hasta los lentes tenía puesto. ¨Yo me voy de aquí¨. Al pobre hombre tuvieron que retirarlo por problemas mentales.

En el palacio siempre se han dado esos episodios de encuentro con fantasmas presidenciales. Yo, en cambio, cuando caminaba solo por los pasillos iba cantando: “las cortinas de palacio son de terciopelo azul, entre cortes y cortinas ha pasado un fantasma en tul”. Era una forma de no sentirme solo.